DEBATES
Difundido en la web por Anonymous –la comunidad virtual que promueve diversas protestas y campañas a favor de la libertad en Internet o en contra de la cientología, por ejemplo– y más tarde levantado por portales feministas abolicionistas, un video que mostraba el maltrato a una actriz, Shelley Lubben, en el set de una filmación porno, era capaz de quitar las ganas de ver cualquier otro producto triple x. El link sobreimpreso lleva a la página de la víctima, ahora convertida en predicadora, que usa la lógica de la sobreexposición pornográfica para luchar contra lo que considera uno de los peores males de este mundo: sí, la pornografía.
› Por Paula Jiménez España
Dijo una vez un conocido conductor de radio que lo que la pornografía y la religión tienen en común es que para ambas el sexo y el amor no deben ligarse. Pero quizás esto no pueda aplicarse a Shelley Lubben, quien jura y perjura que pese a haber perdido durante un tiempo su deseo sexual como consecuencia de tantos años en el porno, sigue sin elegir la abstinencia. Por el contrario, Lubben asegura disfrutar plenamente en la cama junto con el pastor Garret. Ella no es la única porno star que después de abandonar la industria consagró su vida al cristianismo. Crissy Moran o Nadia Styles, entre muchas otras, lo hicieron también. Esta última se dio a la religión tras haberse acercado a la fundación Pink Cross (Cruz Rosa, no roja), que brinda ayuda a los actores y actrices porno y que es liderada por Shelley y Garret, el “ex adicto recuperado” que desde 1994 es su marido. Para todos ellos, Garret incluido, la industria del porno es la causa de todos los males, desde los suicidios a la adicción al Xanax (un ansiolítico), la marihuana o el alcohol, hasta los abortos espontáneos y embarazos ectópicos, como uno de los que tuvo Shelley. Esta ex actriz nacida en 1968, que comenzó ejerciendo la prostitución y terminó integrando el rebaño evangélico, es ahora madre de tres hijos a los que luce orgullosamente. Si queremos detalles biográficos alcanza con entrar a su sitio oficial. Allí Shelley se relata a sí misma como una persona a la cual todo parece haberle acontecido por obra y gracia de los otros, comenzando por sus padres, cuya indiferencia generó en ella sentimientos de carencia afectiva que la indujeron a la industria y a la vivencia de las demás desgracias, y terminando por Dios, que hizo que obtuviera su título después de cuatro años de estudio (“Dios me ayudó a aprender diseño de páginas web”). Sin embargo, Shelley Lubben demuestra un alto sentido de sí cuando asegura que puede ayudar a los adictos al porno a recuperarse por menos de 65 centavos diarios. Precio accesible, convengamos, como el que ostenta el rosario de perlas rosas y cruz al tono que vende en su tienda virtual y que, al igual que Truth behind the fantasy of porn, su propio libro, cuesta sólo 10 dólares.
“El orgasmo ha sustituido a la cruz”, reza el epígrafe de uno de los textos subidos a su sitio, queriendo significar que hoy en día, para la mayoría de las personas lo sagrado se acerca mucho más al hecho de hincarse para coger que para elevar una plegaria. No obstante, una extraña condensación entre una cosa y la otra parece producirse en la figura de Shelley Lubben cuando en una de las fotos de su página (hay muchas y casi ninguna se aparta de la estética artificial y pomposa típica de la industria porno) se muestra arrodillada, sosteniendo entre sus manos una Biblia muy erguida a centímetros de su boca que a primera vista impacta como un miembro masculino erecto a punto de recibir una fellatio. La foto está tomada desde arriba, el escote de la religiosa es pronunciado y deja ver el nacimiento de sus pechos. La imagen, pasada por un filtro (¿antiporno?) es toda roja, como el sexo y el infierno.
“Conocí al Señor Jesús cuando era una niña pequeña –dice Shelley– porque El me visitó y me dijo que un día yo predicaría el Evangelio y le daría al mundo un mensaje muy poderoso. Luego, cuando fui sexualmente abusada, me confundí acerca de por qué Dios permitía que aquello hubiera pasado, pero todavía creía en Jesús y El mantuvo su promesa. Me rescató de ocho años dentro de la industria sexual y del trabajo en el porno, y ahora predico el Evangelio y digo la verdad acerca de la pornografía. En el preciso momento en el que Dios me envió a un buen hombre cristiano para rescatarme, supe que era su voluntad. Y aún sigo casada con este hombre, dieciocho años después.”
–Ellas encuentran en Cristo la verdad. ¡Hay tantas mentiras en la industria! Mucha basura. Hay tantos demonios allí que cuando ellas conocen a Jesús, la verdad y la paz y el amor, no se pueden resistir y lo siguen. Y dejan el porno para siempre.
Las personas cooptadas por estas congregaciones religiosas vienen, en general, de pasar por intensos padecimientos y Shelley, por supuesto, no ha sido la excepción. Hace poco comenzó a circular por la web un video en el que se la ve en el centro de una “gang bang” (una chica teniendo sexo con varios hombres a la vez), llorando y diciendo que ya basta, que comienza a dolerle. Esa es la única filmación que en la web puede verse de su trabajo porno y es usada por ella para denunciar la violación que sufrió dentro del set. El video es emitido por Anonymous, la agrupación de protesta y defensa de los derechos y la justicia social, y levantado y difundido por Stopalaculturaporno.wordpress.com, una página que se define como no religiosa ni conservadora y que está hecha por feministas abolicionistas.
–Es algo que sucede todos los días. La mayoría de las chicas que ingresan al negocio tienen tan solo 18, 19 o 20 años, y les mienten prometiéndoles cuidado, seguridad y mucho dinero. Sucede que luego las fuerzan a firmar contratos de tres páginas que ellas no pueden entender y una vez que firmaron, ya no hay nada que puedan hacer cuando su agente las obliga a realizar actos sexuales que nunca consintieron. Esto me pasó a mí todo el tiempo. Una vez, por ejemplo, yo pensaba que iba a representar una escena de chico-chica y de repente aparecieron seis hombres y no había nada que yo pudiera hacer.
–Era maltratada por mi agente, por el pornógrafo y por el director. Además, me ofrecían drogas y yo no podía tomar buenas decisiones estando intoxicada. Ellos decían que las drogas me calmarían. La mayoría de las películas están filmadas en la capital porno del mundo, que es San Fernando Valley, en California, y allí no hay ninguna supervisión del gobierno porque la mayoría de las películas son hechas en casas o mansiones privadas y en general en sets de filmación que pertenecen a hombres. Entonces, puede haber dos mujeres muy jóvenes y diez o más hombres más grandes que intimidan a estas chicas y les dan drogas para ayudarlas a atravesar las escenas que tienen que filmar. Esto es algo de todos los días.
Resulta clarísimo que la ambigua y bizarra imagen que Shelley Lubben despliega en su página, y en general en su business, corre por otros carriles que la explotación sexual, humillación y malos tratos sufridos por ella en sus años de actuación; opresión extensiva a la mayoría de sus colegas y que sigue siendo aplicada, según ella, especialmente sobre la mujeres que trabajan en la industria del sexo. Parte de esa opresión se hace de la falta de normas que regulen la higiene y prevengan el contagio de enfermedades de transmisión sexual como mínimas garantías laborales para las actrices y actores XXX. Las estadísticas que da la misma Lubben reflejan los siguientes datos: “36 estrellas del porno han muerto por sida, drogas, homicidio y suicidio. El 70 por ciento de las Enfermedades de Transmisión Sexual se manifiestan en mujeres. La clamidia y gonorrea son 10 veces más comunes entre actores/actrices que en la población de entre 20 y 24 años de Los Angeles. Son 2396 los casos de clamidia, y 1389 los de gonorrea comunicados por actores/actrices. El 66 por ciento tiene herpes”. Shelley, que forma parte de ese alto porcentaje, padeció también HPV, con un consiguiente desarrollo de cáncer de cuello de útero. Frente a este límite que le puso su salud física, a mediados de los ’90, más un florido diagnóstico psiquiátrico que incluye el síndrome bipolar, la otrora actriz tomó conciencia de cuánto su trabajo comenzaba a afectar su vida y decidió no solo abandonarlo sino también combatirlo. Lubben es, en la actualidad, una de las principales cabecillas de la lucha antiporno en el mundo, o al menos en su país, que es donde más cine XXX se produce. Claro que las tácticas de combate pueden ser muchas y no tienen por qué resultar más pornográficas que la pornografía misma. En otras palabras, lo que torna al asunto llamativo es la espectacular victimización que tanto Shelley como otras ex actrices hacen de sus vidas a través de videos y escritos autobiográficos donde se presentan a sí mismas como objetos y nunca como sujetos de sus gracias y desgracias. En el site oficial de Shelley se pueden ver, a modo de ejemplo, varias grabaciones en las que ellas, y ellos, aparecen en programas periodísticos llorando por haber contraído una enfermedad o en su propia habitación frente a una cámara fija (siempre frente a una cámara) tomando una cantidad infinita de píldoras. Este último es el caso de la joven Kacy Jourdan, que en la página de Shelley se presenta de este modo tan bondage: “Vamos a jugar un juego, ¿estás listo? Primero empezaremos por el Xanax, seguiremos por el Ibuprofeno y tal vez tome algunos analgésicos. De cualquier modo, vamos a verme morir”. Así como el sexo, también la escena de la muerte (que no llega a concretarse) impresiona como un acto que ha dejado de ser privado para diluirse en un imaginario de espectadores que precisan de este tipo de tragedias para olvidar las propias o, más bien, para conectarse con ellas tras verse reflejados en el sufrimiento ajeno. Por su parte, el exhibicionismo de estos testimonios compilados en shelleylubben.com parece ser la única salida que estxs ex actorxs encuentran para disminuir el peso de una historia personal construida, al menos en lo que respecta al porno, para solaz de los ojos voyeuristas.
La página de Shelley se dirige no sólo a víctimas de la industria que quieren salir de ella y no saben cómo, sino también a los adictos a la pornografía que, según la ex actriz, suele arruinar no sólo el camino al cielo sino también sus matrimonios. CD y DVD a la venta en su store online y una larga lista de testimonios filmados y escritos, a modo de terapia de shock, le sirven a la Hermana Shelley Lubben, como buena norteamericana que es, de herramientas de trabajo para sanar a sus enfermxs. Estos se contactan a través de Internet o los va a buscar ella misma durante sus periplos de predicación. Para eso, Biblia en mano y pintada hasta el tuétano, se aboca, además de a las prisiones, a los multitudinarios eventos porno donde se reúne lo más top de la industria y a los que Shelley Lubben no ha dejado de asistir.
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