Vie 24.01.2014
las12

PANTALLA PLANA

Buenos muchachos

Más de lo mismo encaran los Sres. Papis, tira que estrenó Telefe y que promete no correrse del griterío y del machismo habituales en la televisión argentina. Eso sí, con buenas actuaciones.

› Por Marina Yuszczuk

El Chori tiene pizzería, tres hijos y una mujer que quiere separarse; Nacho es un abogado cínico y mujeriego al que de pronto le aparece un hijo; Franco tiene dos nenas, es viudo desde hace dos años y a duras penas puede desprenderse del recuerdo de su mujer; Mauro tiene una ex insoportable, una hija insoportable de esa ex, y una mujer que le reclama encargar un segundo bebito. Esculpidos a golpe de lugares comunes, ellos (Luciano Castro, Joaquín Furriel, Luciano Cáceres y Peto Menahem respectivamente) son cuatro papis que trajinan como locos entre los hogares, trabajos y el jardín donde llevan a sus chiquitos y que funciona como lugar de cruce entre todas sus historias. Con la excusa de explorar el otro lado de un mundo mayormente poblado de madres, Telefe reunió a tres galanes y Peto Menahem para plantear un abanico de situaciones que despliegue lo más posible los avatares del argentino medio actual, un espécimen que podría ser bastante odioso si no fuera porque los actores resultan sorprendentemente buenos como comediantes –especialmente Luciano Castro– y les dan una pátina adorable a los tics más estereotipados que supuestamente caracterizan al macho argentino.

De hecho, Sres. Papis podría funcionar como compendio de lo que se admite y no se admite, o incluso de lo que se da por sentado, a la hora de representar maternidades, paternidades, familias, y hasta sexualidades: como lo demuestra insistentemente la relación de Mauro con su satánica ex, los matrimonios anteriores son un lastre que se debe cargar entre reclamos por la cuota alimentaria y maniobras perversas de la primera esposa para menoscabar a la segunda. Además, las esposas se deben satisfacer y mantener contentas (sea sexual o emocionalmente) a riesgo de ver cómo se ponen a coquetear con otros, según le pasa a Rochi (Laura Novoa) cuando Mauro no le quiere dar el gusto con el segundo bebé y ella se “vuelca” hacia Nacho. O más drásticamente, se hacen gays, como la conflictuada Carla (Gloria Carrá) que insiste en separarse del Chori después de dieciocho años porque “no estamos bien”, argumento que sirve de tapadera para no confesar que está enamorada de su mejor amiga. Además, en Sres. Papis las mujeres son maternales por instinto y los varones por mérito artístico. Hasta la secretaria de Nacho (María Abadi), un poco por ternura y otro poco por levantarse a un jefe que la ningunea, se hace cargo del supuesto hijo de su jefe. Y la traicionada Rochi, con el reloj biológico a todo galope, no sabe cómo hacer para que Mauro cumpla con el plan de encargar el segundo, pactado desde hace años, cuando el marido simplemente dice sobre el asunto que nada se acuerda.

Es que los Sres. Papis son discretamente machistas, homofóbicos, heterosexuales y anticuados en su supuesta modernidad. Y si por un lado todos hacen chistes sobre la posibilidad de “contaminarse” por pasar tiempo con un amigo gay que es un payaso pintoresco, y la imagen se sale de foco para nublar el beso en la boca entre Carla y su amiga, la violencia cotidiana se ve y se escucha fuerte y claro. Sobre todo en los primeros capítulos, cuando los chicos de la tira, mantenidos en un perezoso segundo plano, fueron el blanco de una verdadera avalancha de agresiones de todo tipo. Primero, porque los gritos son el medio de comunicación por excelencia del programa (rasgo que comparte con tantas tiras argentinas, y alguna vez habría que explicar a qué tradición responde este estilo de construir los capítulos como una sucesión de gente que se grita). Y segundo, porque los adultos, abrasados por la pasión o por la bronca, suelen soltar todo tipo de novedades brutales sin cuidarse –o sin darse cuenta incluso– de su presencia. El horario de protección al menor parece que no corre en la vida cotidiana, así que los hijitos de los Sres. Papis tendrán que cuidarse a sí mismos y cuidarse también de unos padres que parece que son buenos porque se la pasan pidiendo perdón: la mejor de las suertes para ellos.

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