Vie 07.03.2014
las12

ALBúMINA

La última cena

› Por Guadalupe Treibel

Cuando la norteamericana Teresa Lewis fue sometida a un “homicidio legal”, a fines de 2010, hacía casi 100 años que el estado de Virginia no ejecutaba a una mujer. Condenada por encargar a dos hombres el asesinato de su marido y de su hijo político con el fin de cobrar sendos seguros de vida, la señora de 41 años se convirtió, entonces, en la duodécima mujer en recibir la pena de muerte –tras ser restaurada ésta en 1976–. Horror de los horrores que empeora al sospecharse que su bajísimo coeficiente intelectual “rozaba el límite que considera la máxima pena como inconstitucional”, como señalaban los diarios por aquellas fechas. Medios que informaban luego acerca del cóctel mortal de barbitúricos que, inyección mediante, le paró el corazón tras estar siete años en el corredor de la muerte de la prisión de Greensville. Amén del morbo, otro dato se coló por las rejas: su última cena. ¿Cuál fue el “banquete” que solicitó miss Lewis momentos antes del punto final? Dos pechugas de pollo frito, guisantes con mantequilla, una gaseosa Dr. Pepper y pastel de manzana.

Esta, junto a otras, ha sido una de las comidas elegidas por el fotógrafo neocelandés –con base en Brooklyn– Henry Hargreaves para su serie de imágenes No Seconds. Allí, con asistencia de un chef amigo, el artista recreó la última cena de asesinos condenados a muerte, retratando el concluyente bocado de Ted Bundy, Ronnie Lee Gardner, Ricky Ray Rector, John Wayne Gacy y Victor Feguer, entre otros. Teresa, casualmente, fue la única dama en el reparto de un proyecto que intenta denunciar una práctica –lisa y llanamente– inhumana. “La mayoría del mundo lo ve como un acto anticuado y bárbaro, y es extraño que ocurra en un país que pierde mucho tiempo hablando de su democracia y de su moral al resto del planeta. De hecho, en el proceso de investigación, me encontré con datos que estimaban que hubo cerca de 12 personas durante los últimos 20 años que fueron condenadas a muerte en Estados Unidos sin ser culpables”, resaltó el propio Hargreaves. ¿Probó, por cierto, los platos cuidadosamente reproducidos? “Sólo probé una cucharada y, de inmediato, la tiré a la basura. Era como ir a un hospital y comer el almuerzo de alguien que acaba de morir.”

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