TRATA
Las condenas dictadas por fin la semana pasada a los responsables del secuestro y la explotación sexual de Marita Verón, once años después de su desaparición, jerarquizaron la voz de las víctimas al convertirlas en herramienta de la Justicia. Pero ese logro no opaca la realidad de que Marita y tantas otras jóvenes buscadas sigan desaparecidas. ¿Cómo se las busca? ¿Dónde? ¿Por qué se rescatan víctimas de trata a lo largo y ancho del país y nunca aparecen las que son denunciadas como desaparecidas? La ONG Acciones Coordinadas contra la Trata trabaja en el marco del proyecto “Identificación de víctimas de trata y delitos conexos” con la Procuraduría Especializada en Trata y Explotación (Protex), a cargo de Marcelo Colombo, cruzando datos entre las denuncias de desaparición y los registros de NN. Una zona dolorosa de explorar pero necesaria.
› Por Marta Dillon
¿Dónde está Marita Verón?, ¿dónde, Florencia Penacchi? ¿Por qué no hay un rastro de Fernanda Aguirre? Todas están desaparecidas. De Marita se pudo saber cómo fueron sus primeros días, sus primeros meses, después, todo es incierto. Hay una pista que la ubica en España. Con ella se ilusiona su madre, que pronto estará allí para entrevistarse con los reyes y pedirles personalmente su compromiso en la búsqueda. Susana Trimarco tiene razones para la esperanza. De hecho, una de las mujeres que le habló con detalle de su hija, que le describió las zapatillas amorosamente remendadas por la madre, las mismas que tenía puestas Marita la última vez que Susana la vio, esa mujer llamada Andrea Darrosa hacía ocho años que estaba desaparecida. Su fotografía se había impreso durante buena parte de ese tiempo en los envases de leche de Brasil en busca de que la solidaridad aportara algún dato sobre ella. La buscaban allá porque antes de su cautiverio, antes de ser explotada, vivía en un pueblo de Misiones, en la frontera con Brasil, y se suponía que allí la habrían trasladado. ¿Por qué no podría aparecer Marita como Andrea en un sitio donde todavía no se la está buscando? Mientras tanto, está desaparecida; pasaron once años, su hija se ha convertido en una adolescente, el mundo ha cambiado. Cambió hasta la escucha para lo que su historia tiene para decir. Si su madre tuvo que convertirse en quijote para buscarla, para hacer convincente el relato que había empezado a reconstruir pese a su propia incredulidad del principio: que su hija había sido secuestrada, que la violaron y la castigaron hasta doblegarla, hasta convertirla en una “doña” con lentes de contacto azules que recibía tipos que les pagaban a otros para tener sexo con ella y que no la dejaban salir; ahora, de ese relato no se duda. La voz de Susana Trimarco tiene la jerarquía suficiente como para que se la escuche a los cuatro vientos y con la de ella se jerarquizó también la de las víctimas de trata que hablaron de su hija. Esas voces pudieron acusar en un ámbito público y fueron finalmente escuchadas cuando la acusación se convirtió en condena. Pero Marita sigue desaparecida. En estos años se acuñó una ley de trata y más tarde se la modificó sobre todo para dejar claro que ser mayor de edad no alcanza para suponer que se está consintiendo la explotación sexual. Muchas de las desaparecidas que se presume que podrían ser o haber sido víctimas de trata son mayores de edad. ¿Dónde están? No hay otra palabra para nombrarlas más que ésta, desaparecidas, y su sola mención describe una experiencia: la de los familiares de las víctimas del terrorismo de Estado reflejada en quienes buscan, esperan o se despiden en ausencia de estas desaparecidas en democracia. Y también en la experiencia de las víctimas, en las torturas y violaciones del tiempo del “ablandamiento”, la pérdida de identidad, incluso la apropiación de sus hijos. Son muchos los testimonios que hablan de un hijo de Marita Verón (ver aparte). Y la madre de Dana Pecci, ejecutada en la vía pública en Olavarría cuando intentó huir de su captor, que sigue reclamando sin éxito que le devuelvan a su nieta, la hija de Dana, que vive con la familia del explotador porque el tipo les ponía su apellido a los niños que nacían en su burdel, según él mismo declaró.
Celeste Perosino trabajó durante diez años en el Equipo Argentino de Antropología Forense. Comenzó en 2001, al mismo tiempo que cursaba el primer año de la carrera de Arqueología. “Me interesaba trabajar en el ámbito de la Antropología Forense y en derechos humanos y me interesaba hacer un trabajo que tuviera un impacto claro y directo en los familiares y en las víctimas”, dice esta joven de ojos clarísimos que sabe porque fue testigo de lo que significa recuperar los restos de las personas desaparecidas para sus familiares, de cómo se organiza un duelo que parecía imposible, de cuánto valor puede tener un puñado de huesos al darle materialidad al recorrido de una vida. Y también sabe, o al menos no puede evitar, encontrar las similitudes en los métodos –si es que cabe esta palabra– para convertir a determinados cuerpos en descartables. Por lo que ya fue descripto, por la participación en el delito de trata de personal de fuerzas de seguridad y “por los lugares donde encierran a las víctimas de trata, sobre todo los ruteros: está todo tapiado, las ventanas con rejas superpuestas, habitaciones con candado, seguridad en todas las puertas, las chicas no pueden salir del local donde son explotadas, no pueden mirar hacia afuera. Es un sistema cerrado, a mí me da la idea de un centro clandestino. Además esto de cambiarles los nombres, alterarles la edad, como si alguno tuviera pruritos con si es menor o no. Porque francamente es difícil creer que quien va a consumir sexo ahí tenga algún reparo por la edad”.
Perosino se fue del EAAF con la idea de volcar lo aprendido en la investigación en relación con las redes de trata y con esa intención, en principio con Pedro Biscay –que trabajó hasta el año pasado en el Centro de Investigación y Prevención de la Criminalidad Económica (Cipce)– y el comunicador Leandro Balaguer, formaron una ONG, Acciones Coordinadas contra la Trata, en la que convergen antropólogas y antropólogos, arqueólogas, comunicadoras, docentes y abogadas.
–Partimos de la idea de que no todas las víctimas de trata pueden estar fuera del país o en una red. Hay casos de desapariciones desde el ’89 o ’90 y no se está trabajando sistemáticamente en identificar estos cuerpos.
–No sobreentendemos que todas las personas denunciadas como desaparecidas están vivas, ni tampoco lo contrario. Lo que sí sabemos es que hay casos concretos en los que las identificaciones muchas veces se demoran largos años. Está el caso de una joven en Olavarría, que a pesar de que llegó con vida al hospital después de que su captor le pegara un tiro cuando huía con su beba y dio los datos de la madre, fue enterrada como NN en el cementerio de Gonet y se tardó cinco años en identificarla. Tenemos también un caso en Tandil que lleva diez años y que está sin identificar: una chica que creemos que es paraguaya de 19 años que se escapa del explotador, la ejecutan en la vía pública y no se sabe quién es. Porque el juez pidió pedidos de paradero y huellas en Azul, Olavarría, Tandil, y lo cierto es que es poco probable que la zona donde se la busca sea ésa, sobre todo si tenemos en cuenta que una de las modalidades de la trata es el traslado.
–La idea es construir una base de datos de NN femeninos del ’90 en adelante y estamos tratando de establecer los perfiles. Para darte un ejemplo, en el caso de las víctimas del terrorismo de Estado el perfil era personas jóvenes entre 16 y 35, con causa de muerte por proyectil de arma de fuego, que entra de manera grupal a cementerios.
–Está en definición porque en verdad no se conoce ese dato. Estamos trabajando con casos que ya sabemos que son víctimas de trata que ingresaron como NN y con información periodística para ver lo que surge. Sobre todo revisando las muertes de mujeres en prostitución que mueren para ver si podemos afinar un perfil. La prioridad es acotar los parámetros usando como base de datos las informaciones periodísticas y las causas que relevamos. En muchos casos las mujeres aparecen en la vía pública, pero el EAAF participó de excavaciones en el marco de la causa de Marita Verón y encontraron cinco cuerpos, aunque ninguno de Marita.
–Sí, claro. Tenemos en la ONG un caso en La Boca, una red que explotaba nenas muy chiquititas, 8 o 9 años. Y hay una nena que dice que la llevan a Pilar, que otra se resistió y la mataron y dejaron el cuerpo allá. El cuerpo no apareció todavía. Pero recopilar estos casos y datos sirve para construir un universo.
–De la causa, a la que llegamos porque trabajamos en colaboración con otros organismos. Porque lo que sucede es que en el tema trata, la muerte o asesinato no se indagan; la pregunta parece no estar habilitada todavía. Además, tenemos desde el Ministerio de Seguridad una cifra que habla de unas 6 mil víctimas rescatadas, pero ninguna de estas víctimas está denunciada como desaparecida. Podemos pensar que muchos operativos están pinchados, ¿pero todos los operativos están pinchados?, ¿nunca encuentran a nadie denunciada? Se dice en muchos casos que las víctimas están enajenadas después de largos períodos de explotación, pero tampoco podemos pensar en que están todas enajenadas, que no reconocen su propia situación, que no recuerdan si fueron secuestradas o cómo las captaron; entonces hay que relativizar un poco el dato. Entonces pareciera que a estas mujeres denunciadas como desaparecidas hay que buscarlas con otra lógica, y por eso vamos por ahí.
–A las denuncias de desapariciones estamos llegando a través de la Procuraduría Especializada en Trata y Explotación (Protex) a cargo de Marcelo Colombo, en el marco del proyecto “Identificación de víctimas de trata y delitos conexos”, que estamos llevando adelante de manera conjunta. Por el momento, a través de la Protex, recibimos información de desapariciones de La Pampa, CABA, Santa Fe, Tierra del Fuego, Entre Ríos, Salta, Catamarca, Chaco y Mendoza. Solicitamos información de desapariciones, en general, ya que en principio no queríamos sesgar las solicitudes de información. También recibimos e intercambiamos información con Missing Children.
–Creemos que es necesario unificar y comenzar a cotejar dos conjuntos de datos. Por un lado, las denuncias de desaparecidas, extravíos, ausencias de domicilio y, por el otro, los registros de NN que pueden encontrarse principalmente en las fuerzas policiales. Esto implica no sólo reunir los registros de NN o personas con identidad no verificada en morgues y cementerios sino también en hospitales, psiquiátricos, institutos de menores. Este cruce de datos podría, como resultado, contribuir a identificar personas por dos vías, la documental (huellas dactiloscópicas), método económico y rápido, y la genética (a partir de muestra de ADN), método que ya ha sido probado de manera masiva en nuestro país. Para ello es necesario reunir el mayor número de registros de personas denunciadas como desaparecidas, ausentes, extraviadas, y los registros NN de la policía (huellas dactiloscópicas y otros), como también de hospitales, psiquiátricos, institutos de menores. Los registros podrían acotarse temporalmente y de manera arbitraria entre 1990/2012, donde se abarcaría no sólo casos de más de 20 años de antigüedad sino también aquellos más recientes. Este corte permitirá no sólo conocer cómo ha sido el fenómeno de la trata de personas y extravío (por diferentes razones) en el pasado, sino que permitirá conocer cómo se desenvolverá en el futuro al permitir trazar patrones, zonas con mayor concentración de denuncias, lugares con más hallazgos de NN, etc.
–Para nosotros es fundamental recoger testimonios para ayudar a sacudir también el árbol de los discursos establecidos sobre la trata. Para darte un ejemplo, trabajamos tanto en las tareas de búsqueda realizadas en el sitio El Rosedal, un lugar en Arrecifes donde había datos de que podría haber estado Fernanda Aguirre y en donde muchas chicas testimoniaron haber escuchado gritos y disparos que hacían pensar que podría haber inhumaciones en el lugar. No se hallaron restos humanos. Sin embargo, se recuperó evidencia asociada a la actividad del sitio que acredita el tipo de actividad sobre todo en indumentaria femenina (mucha ropa interior, sandalias, botas), cantidad de envoltorios de profilácticos y lubricantes, desodorantes de ambientes, y medicamentos (anticonceptivos, y para infección urinaria). Y por otro lado participamos en otros casos haciendo entrevistas que permitieron encontrar al menos a una menor, P. R. A. Fueron entrevistas con otras madres del mismo barrio que nos acercan a realidades que son muy distintas del relato del secuestro que en definitiva es lo que menos se ve en la trata.
–Lo que más se ve es un entramado de violencias previas que convierte a las chicas en vulnerables a ser explotadas. En el caso de P. R. A., por ejemplo, ella había sido violada por un vecino, la madre no le creyó, la nena se fue de la casa con una mujer motu proprio porque la madre es muy violenta. Pero después la entregaron en otro lado y cuando quiso volver no pudo. A raíz de ese caso se abrió una causa en Campana por trata. Pero lo que queda claro es que hay una violencia sobre otra, que no es tan lineal el relato y que mantener esa linealidad no ayuda a pensar el fenómeno.
–Claro, sí. El debate se cruza en el modo en que se elaboran los discursos; es más fácil escuchar el relato del secuestro que el de las nenas que huyen de la casa y encuentran violencias peores. Pero más allá del debate, la trata es trata y no prostitución. Y más allá de eso incluso, hay algo indiscutible que es el femicidio por causas de explotación sexual. Esto es inapelable y es lo que queremos investigar.
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