Sáb 19.04.2014
las12

VISTO Y LEíDO

El precio de la gloria

Contradictoria, tierna y feroz a la vez, bellísima, con una ambición infinita y resignada a no ser nunca “señora de”, la irlandesa Elisa Lynch encontró su destino en el Paraguay junto a Pancho Solano López, el hombre que le puso al pecho al Brasil, la Argentina y el Uruguay en la sangrienta Guerra de la Triple Alianza. La nueva novela de Alicia Dujovne Ortiz, La Madama, pinta las grandezas y las miserias humanas sin medias tintas y echa luz sobre la vida de una mujer que aún hoy es alternativamente amada y odiada en el país del aroma a naranjas.

› Por Noemí Ciollaro

“Puede que la amargura de haber nacido mujer me impida tener hijas. Sólo varones. Siete años seguidos me lo paso pariendo: Enrique Venancio Víctor, Federico Lloyd, Carlos Honorio, Leopoldo y Miguel Marcial. Reconocidos. Con apellido de padre y madre. Y todos bendecidos por la Iglesia... No hay humillación que me detenga, no puedo retroceder, atrás no hay nada, y hasta a veces me parece que los trompazos me ponen más avispada”, dice Elisa Alicia Lynch, “La Madama”, protagonista del último libro de la escritora Alicia Dujovne Ortiz, cuando muere su pequeña y única hija mujer, Corinne.

Su primer hijo, Francisco “Panchito” Lynch, nacido en Buenos Aires y fruto de su unión jamás oficializada con el general paraguayo Francisco “Pancho” Solano López, no llevó el apellido de su padre; sus seis hermanos sí.

Lynch, nacida en 1834 en Cork, Irlanda, hija de una familia rica, había recibido una excelente educación, pero tras la muerte de su padre la pobreza castigó el hogar. A los 15 años fue prácticamente entregada en casamiento a un cirujano, militar, francés y cuarentón, Xavier de Quatrefages, que mediante un ardid hizo que la boda sólo tuviera validez en Inglaterra.

Elisa era de una belleza deslumbrante, ojos de un azul exótico, pelo rojo como el sol poniente, romántica y desprejuiciada para su época, amaba cabalgar montando a horcajadas, tocar el piano, hablar francés, cantar y leer a Musset, Georges Sand y Madame de Stäel. Ingenua e ilusionada con su matrimonio, su primera decepción fue en la noche de bodas. Su marido a medias era un perverso que sólo deseaba destruir su inocencia y que más tarde terminó entregándola a sus superiores militares en Argelia. Ella lo abandonó luego de mantener su primera relación erótica placentera con un noble ruso. Antes le exigió que le comprara un vestido de moaré blanco de talle ceñidísimo y pollera con miriñaque, a la usanza de la emperatriz Eugenia de Montijo, que imponía moda en toda Europa. Ese, dice la autora, fue el precio que le impuso a Quatrefages “para ahuecar el ala”.

“Y sí, creo que yo le debía a Elisa un buen momento de placer con el conde Mijail Medem, porque después tampoco tendrá mucho de eso con Pancho Solano, a quien conoce en 1855 en un baile en las Tullerías, en la París del Segundo Imperio; él era hijo del dictador paraguayo Carlos Solano López. Queda inmediatamente prendado de la enorme belleza de ella, que daba sus primeros pasos como cortesana... ¿Qué otra cosa que prostituta podía ser una mujer hermosa, culta y pobre en aquellos tiempos? ¿Institutriz? No, ella no estaba dispuesta a eso...”, afirma categórica Dujovne Ortiz.

Elisa queda embarazada y viaja a Buenos Aires a tener a su hijo; entretanto Solano, el padre del niño, que será su pareja hasta el fin de sus días, la espera en Paraguay, donde prepara una casa para ella. A su arribo a ese país caliente, de colores fulgurantes y perfumes que embriagan, empieza a ser llamada “La Madama” por las mujeres del pueblo, y “la hembra” o “la prostituta” por las señoras “como se debe” de la sociedad de la época, quienes también nombrarán como “el bastardo” a su hijo Panchito.

Contradicción absoluta

Alicia Dujovne Ortiz, “feminista desde la cuna”, es autora de varias biografías noveladas de mujeres, entre ellas Mireya, amante de Henri de Toulouse-Lautrec y enamorada del tango; Anita cubierta de arena, historia de amor del revolucionario nacionalista italiano José Garibaldi y Anita Ribeiro, su mujer guerrillera; Eva Perón. La biografía, controvertida obra que vendió miles de ejemplares. Su prosa exuberante y calidoscópica pinta de cuerpo entero a mujeres que buscan romper los moldes y se rebelan contra los destinos establecidos.

“Me pasó que yo partía de una idealización de izquierda en la que se considera que Elisa fue una guerrillera valiente contra la Triple Alianza, cosa que es relativamente cierta –comenta la escritora–; tenía el recuerdo de lo que me decía mi mamá cuando nombraba a la ‘Madama Lynch’ canturreando su nombre y con las mejillas sonrosadas, y de un encuentro que tuve en París con Augusto Roa Bastos, que hablaba de ella con emoción, conmovido. Además, ella era la concubina de Solano, y yo no les tengo mucha simpatía a las esposas en general, nunca lo he sido, y esa parte me hizo simpatizar con ella.”

Dujovne Ortiz arma sus novelas in situ; en este caso viajó a Paraguay, entrevistó a historiadores y recorrió los lugares en los que transcurrió la vida de Elisa y Pancho, y fueron escenario de la famosa y discutible Guerra de la Triple Alianza, emprendida por Brasil, Argentina y Uruguay contra Paraguay.

“Me encontré con gente que hablaba de otra realidad, fue cuando me di cuenta de que estaba en el atolladero de ubicarme entre lopistas y antilopistas y que en Paraguay, igual que en la Argentina, no hay franjas intermedias, es todo blanco o negro..., cosa que me irrita mucho. Para colmo, el dictador Stroessner ensalzaba a Solano y a Elisa... Pero me encontré yo en esta franja intermedia, con esta dama a la que alternativamente querés y odiás. Y no es que la haya querido, pero como mujer la entiendo, y sí, me encontré en la contradicción absoluta... Ya me había pasado con mi biografía de Eva Perón, pero nunca tan tajante. Por un lado, una mujer con la que una puede simpatizar porque era fina, elegante, culta, rebelde, y porque era víctima de una sociedad machista y catolicona. Pero por otro lado, a lo que pudo llegar por codicia... la avidez de joyas, de riqueza, de poder, de convertirse en una especie de pulpo que se adueñó del país a cualquier precio”, afirma.

“Y eso lo ves en las fotos del libro: en su adolescencia es una joven soñadora con florcitas en el pelo, y luego la foto en la que es una especie de ogresa, no es que haya engordado, pero es como una matrona, alguien que se dedica a amarrocar, a almacenar. No la veo como una mujer sensual sino como una mujer que trabaja con su belleza, no es una gozadora, y no creo que haya tenido una relación de gran sensualidad con este petiso de piernas arqueadas, Francisco Solano López. Me gusta la foto que pusimos de él, un petiso fajado, con las botas por arriba de las rodillas, el macho heroico, ¿no? Claro que una dice esto en Paraguay y te matan. Y mi relación con ella fue por un lado verla como víctima de una sociedad machista, y por otro el asco que me produce la codicia, porque una puede entender un montón de pasiones, la pasión del poder no la entiendo con Eva me costó, pero mucho menos entiendo la pasión de la codicia. Sé profundamente que la Madama Lynch chupaba sus joyas, toda su sensualidad estaba puesta ahí y en el dinero y los objetos. El corset formaba parte de su identidad y, yo imagino, estamos hablando de una novela, que era una forma de no desparramarse, las mujeres paraguayas no se fajaban así, ella no tenía hamaca, ni andaba en patas, usaba corset y miriñaque, a la europea. Quise mostrar el proceso de adaptación de esta irlandesa a un país que la detesta, a través de una elegancia y un refinamiento que ella les refregaba en la cara a las señoronas que hacían nada más que sopa paraguaya y que andaban en patas, aun las de clase alta”, subraya la escritora.

Con los años y los hijos, la relación con Pancho se afianza; lejos de la ciudad de Asunción él se muestra en público con Elisa, juntos asisten a los bailes populares, ahí él se distiende y ella introduce música y modas que acrecientan el amor de las mujeres del pueblo. Elisa es muy querida por las “kiwá verá” o “peinetas de oro”, mujeres emprendedoras, jefas de hogar de la época, grandes comerciantes que tenían fábricas de ladrillos, de dulces, de aguardiente y hacían trabajar a los hombres. Cuantas más peinetas de oro tenían, significaba que más hombres las habían deseado y amado; su valor erótico era evaluado por esos adornos de oro puro que se prendían en el pelo.

Las gasas de

“La Mariscala”

El conflicto que enfrentó al Paraguay con la Triple Alianza, integrada por Argentina, Brasil y Uruguay, comenzó en 1863, cuando el Uruguay fue invadido por liberales uruguayos que derrocaron al gobierno blanco, único aliado del Paraguay. La invasión había sido preparada en Buenos Aires con anuencia del presidente Bartolomé Mitre y el apoyo brasileño. Solano López intervino en defensa del gobierno derrocado y le declaró la guerra al Brasil. El gobierno de Mitre se decía neutral, pero no permitió el paso por Corrientes de las tropas de Solano López, que entonces le declaró la guerra también a la Argentina.

“Al día siguiente, Pancho va al Congreso, se hace nombrar mariscal y jura no abandonar en carne propia el territorio paraguayo si las batallas tienen lugar allende las fronteras. La contienda se desarrollará bajo su mando, pero sin él. El mariscal López no expondrá su vida al frente del ejército...”, explica Dujovne Ortiz en tono irónico.

“Y sí –asiente la autora–, sobre Pancho hay alguna duda, algún antilopista me ha mencionado que él no tenía coraje personal, tenía el coraje y la inconsciencia de declarar la guerra, pero que él no se exponía mucho a las balas... Y Elisa esto lo ve claramente cuando se inicia la guerra.”

Pero en la noche de esa jornada en la que Solano López se declara mariscal, una multitud se agolpa ante la mansión de Elisa, mientras “estallan los fuegos de artificio y pasan las carrozas floridas colmadas de galoperas y de niñas decentes, todas con jazmines en el pelo y agitando pañuelos como para ir de fiesta, y de pronto una mujer grita: ‘¡La Mariscala...!’. Es un halago, se necesitaba una guerra para eso, la pelea contra la Argentina, el Brasil y el Uruguay me da lo que la paz me negó”, reflexiona ella sacudiendo sus bucles y acomodando su inmensa pollera con miriñaque para salir a saludar al pueblo.

Antes de hacer su aparición junta en una canasta trozos de tela blanca, se asoma al balcón y grita: “¡Viva el Paraguay!, ¡Viva el Mariscal López, viva mi Señor! A partir de ahora soy ciudadana paraguaya. Con estas vendas y algodones juro curar a los heridos en el campo de honor”. Y la multitud delira y la ovaciona.

Música en el infierno

“Ella fue muy valiente –destaca Dujovne Ortiz–; hay un punto de inflexión en este personaje contradictorio, cuando la guerra está perdida y Pancho le pide que se vuelva a Europa con los chicos y las riquezas, ella le dice que no. ¿Por qué se queda? La palabra amor quiere decir tantas cosas... creo que ahí se puede hablar de amor, y de fidelidad a sí misma: ella había asumido ese destino y se quedó hasta el final sin saber si por ser ciudadana británica se iba a salvar.”

Elisa carga carretas con objetos “imprescindibles”, un piano, baúles con cientos de vestidos, libros, adornos con los que decora cada tienda de campaña.

“Es impresionante, actúa como si no pasara nada, los chicos están como de paseo y tocan el piano; alrededor hay un mar de cadáveres putrefactos en el barro... Pero todo transcurre desde un lugar risueño, cadáveres que sonríen con la mueca de la muerte, los paraguayos son muy extraños, iban a la muerte riendo, gozaban con el peligro. Y Francisco Solano López era igual, como ella dice, tenían ‘la teja descolocada’... Era un pueblo de hombres niños, de un heroísmo a toda prueba, con soldados de 12 años con la misma locura de los grandes. Y una piensa: ¿es patriotismo, es fidelidad al jefe, es terror a los brasileños? Es todo eso junto y una fidelidad a sí mismos, que es lo que ella tiene y hay algo que se llama coraje, y la Madama lo tenía”, dice la autora.

Finalmente acorralados, se refugian en Cerro Corá; los indios le ofrecen a Solano López ocultarlo, pero él se niega, y cuando llegan los brasileños le dicen que se rinda y él no quiere, se hace matar: “Y eso es un acto de coraje, y luego su hijo, Panchito, contesta igual, Elisa le grita que se rinda, y él, un chico de 16 años, le contesta: ‘Un coronel paraguayo nunca se rinde’, y muere como el padre –relata Dujovne–. Ella se salvó por un milímetro. Cuando al final están el marido y el hijo mayor muertos y los brasileños vienen a violarla, grita: ‘¡Soy ciudadana británica, no me toquen!’. Y empieza a distribuir patadas y tiene una autoridad natural tal que no la violan y sale adelante. Eso es un gesto que me gusta. Desde el principio es así, orgullosa, desafía cuando se encuentra con la historia de que no es ni casada ni soltera y se va a París, sí, a ser cortesana de lujo, qué otra cosa podía ser con esa cara divina, ese físico y su ambición”.

En 1878, en París, en la rue de Clichy, Elisa de mediana edad y aún majestuosa con algunas canas y un traje lujoso aunque algo fuera de moda, relata su historia ante el dueño de casa, Victor Hugo, y Franz Listz y sus mujeres, Juliette Drouet y Judith Gautier, y concluye: “No tengo nada más que contarles, mi vida terminó ese 1º de marzo de 1870; lo demás es sólo una lucha para que el gobierno paraguayo me restituya mis bienes que me han confiscado”.

“Ellos bajan sus ojos, evitando mirarla. Para explicarse a sí mismos la repugnancia que sienten por Elisa, alegan su codicia. La explicación es justa pero incompleta, y lo saben. Por un lado está su avidez; por otro, su dolor. Llaga viva”, concluye la escritora.

Elisa Alicia Lynch, “La Madama”, “La Mariscala”, muere sola en París en 1886, con el fantasma de Pancho, sin recuperar “sus bienes” y rodeada de recuerdos y viejos trajes de miriñaque y corset; alejada de sus hijos, apenas conoció a sus nietos.

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