COSAS VEREDES
Cuando un colegio estadounidense prohibió que chicas púberes usaran leggings para no provocar a los varones, ellas tomaron cartas en el asunto. Y volvieron su lucha feminista tema de interés nacional.
› Por Guadalupe Treibel
Una contienda sin tregua está acaeciendo en Evanston, una ciudad del condado de Cook, en el estado norteamericano de Illinois. En una esquina del ring imaginario, las autoridades del colegio Haven Middle School; en rincón diametralmente opuesto, “las militantes de las leggings”, como ha bautizado la prensa de dicho país a un destacable grupo de damitas. Tal como el epíteto incita a imaginar, la banda es una facción entregada a la buena pelea: la del justo derecho a calzarse la confortable prenda sin que su escuela le eche la rabia (como ya lo ha hecho...). Ocurre que hace poco más de un mes la institución prohibió a sus alumnas usar la elástica pieza con un argumento –lisa y llanamente– deplorable: que el hecho de que acentuase sus incipientes curvitas distraía a los estudiantes varones y, por tanto, no podían llevarlas más. Acto seguido, la lógica indignación de las propias escolares y de sus padres, y una campaña organizada digna de chicas con buena conciencia feminista.
Y es que, lejos de dejarse amedrentar, las preadolescentes salieron a dar pelea. Primeramente, más de 500 firmaron una petición contra la reglamentación, explicando que seducir a sus compañeros les importaba dos rabanitos, que sólo les interesaba estar cómodas durante los cursos, que su elección tenía que ver con el confort. Como aquello no fue suficiente, realizaron una protesta en los propios salones, vistiendo la controvertida prenda y sosteniendo carteles con el lema “¿Acaso mis pantalones están bajando tus notas?”. Así y todo, los directivos de HMS no dieron el brazo a torcer; bah, ni siquiera lo extendieron: no sólo negaron (niegan) que la sanción por el uso de leggings exista, también dicen que está ok llevarlas, siempre y cuando tengan una pollerita o short encima.
Las chicas, sin embargo, aseguran que la rectora Kathleen Roberson está mintiendo. Lucy Shapiro, de 12, dio a un periódico local un potente ejemplo: ella y su mejor amiga llevaban el mismo atuendo, pero un docente se acercó a ella y le pidió que se cambiase; a su camarada, nada. “Tengo un cuerpo diferente del de ella, ¿qué puedo hacer? Con todas las presiones que siento por ser una mujer, ya es suficientemente difícil elegir un outfit sin que te estén atosigando”, declaró. Juliet Bond, madre de otra estudiante, explicó que “las alumnas que están siendo disciplinadas tienden a ser las más desarrolladas. Que se las esté señalando constantemente por ello es una forma de ensañamiento, y de que se sientan avergonzadas por su cuerpo”.
Lo cierto es que el subrayado va más allá de llevar o no un conjuntito ajustado: al hacer constante hincapié en cómo afecta la vestimenta femenina a los varones, la escuela pone una carga injusta en las niñas que supuestamente los están distrayendo. Para peor: incita a que las peques presten más atención a sus cuerpos que a sus estudios. “Si los chicos realmente pasan tanto tiempo mirando los pantalones (o las piernas) en vez de atender a la pizarra, quizás habría que concentrarse en corregir ese comportamiento antes de que sean acusados de acoso sexual cuando sean adultos”, señala atinadamente la revista Slate. “¿En qué momento tengo que sacar a mi hija del colegio porque sus compañeros varones no pueden comportarse?”, escribió una preocupada madre a la directora Roberson. Respuesta: no hubo. Por cierto: ¿los muchachitos no tendrían que aprender a respetar a las mujeres sin importar lo harapos que traen encima?
“Les decimos a las mujeres que se cubran de la mirada masculina, pero nos olvidamos de decirles a los varones que miren para otro lado. Para colmo, las razones que ofrece el colegio no distan en lo más mínimo de aquellos argumentos que usan quienes justifican las violaciones diciendo que las mujeres víctimas fueron violentadas por vestirse de cierta manera”, destacó la periodista Eliana Dockterman, de la revista Time, sumando nuevas capas a la gran cebolla del debate.
Con todo, una de las voces más destacables –notable incluso– fue la de Sophie Hasty, la vocera oficial de la causa. Y con sólo 13 años, dicho sea de paso. En principio, porque tiene nervios de acero y ya da entrevistas; luego, porque ha sabido narrar situaciones precisas: “Ahora, cuando caminamos por los pasillos, los chicos nos gritan ‘código de vestimenta’ y actúan de manera más inapropiada que cuando llevábamos leggings. Le pedí a un maestro que nos recordara un incidente donde distrajéramos a uno de los chicos. No pudo decirme nada”. Finalmente, su precisa lectura de los hechos: “Nos están diciendo que si un tipo nos acosa es culpa nuestra. Nosotras estamos siendo castigadas por lo que hacen ellos”.
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