VISTO Y LEíDO
Los grandes temas con una nueva mirada y la inspiración de Walsh en La Granada, una revista que nació en la web y ya se distribuye en papel.
› Por Laura Rosso
“Poder llevar con el mismo envoltorio, un caramelo distinto.” Eso dice la escritora Raquel Robles de su artículo “Harry Potter: historia de un niño apropiado”, donde habla sobre la complejidad de la apropiación, y esa afirmación se puede aplicar a su nuevo proyecto, La Granada, revista que dirige junto con su marido, el también escritor y periodista Juan Mattio. La Granada nació en julio del 2013 y desde el mes pasado también se distribuye en papel. Le debe su nombre a la pieza teatral de Rodolfo Walsh, a quien declararon padrino en ausencia. Raquel leyó esa obra de teatro con Juan. El leía y ella escuchaba. Así pasaron un domingo entero. La Granada ilustraba muy bien las preguntas que se hacían. “Walsh es una referencia permanente, no sólo por su labor como periodista sino por su lucidez poco común en la época. Pero además porque usó los recursos de la ficción para transmitir datos de la realidad, de una manera tan efectiva como la mejor novela”, comienza Raquel en charla con Las 12. Las preguntas fueron el impulso. Mejor dicho, las preguntas no tan cómodas. “Las que hacen explotar la granada y las que –de no hacerlas– también hacen explotar la granada”, apunta Raquel. “Preguntas distintas que conmuevan a los objetos de siempre. El amor, el trabajo, la muerte son temas grandes. Queremos ver cómo estos temas se imprimen en esa pequeña cosa, en aquello que no está manipulado. Apostar a la palabra desde esta trinchera para tocar la realidad. La palabra crea sentido y ese sentido mueve las cosas en lo material. La materialidad se mueve cuando la nombrás de una manera y no de otra, y cuando tenés un compromiso de honestidad con la palabra. Un compromiso estético, político y de trabajo.”
La cocina de La Granada es el patio de la casa de Raquel y Juan. Desde allí, se proponen pensar cosas que los provoquen. El equipo del consejo editorial, que está desde la hora cero de este proyecto, está conformado por Cecilia Urcola, Kike Ferrari, Analía Marchesano y Nicolás Gildengers. Angela Urondo y Josefina Giglio son columnistas estables. “Hay un esfuerzo por la incomodidad”, resalta Raquel, quien hasta fines del 2012 se desempeñó como directora nacional para adolescentes infractores y donde motorizó la experiencia de enseñar a través de la literatura en lugares de privación de la libertad para adolescentes. Armó un corpus teórico que tomaba el conflicto como insumo de trabajo. Cuando dejó el cargo, dejó también esa trama política, y la sensación fue como quedarse atragantada, sin espacio para decir. De ahí, las ganas de armar La Granada, como tribuna, para decir cosas urticantes en un formato que no sea denuncista sino todo lo contrario. “Elegimos piezas literarias”, sostiene. La revista está atravesada por la literatura, por la prosa. “Los recursos son de la ficción, no del periodismo. Que esa experiencia de leer conmueva. La Granada es un objeto cultural que intenta ir tejiendo en una misma trama esos relatos que se cruzan y que hacen que se crucen distintos mundos.”
El próximo dossier es sobre la muerte. “¿Qué significa el duelo en la Argentina? ¿Qué significa la figura de la muerte? A casi cuarenta años del ‘76, yo te digo ‘mi mamá está desaparecida’ cuando ya podríamos afirmar que está muerta. La muerte en este país es distinta de otros países. Acá se ha construido un en el medio”, y dispara en catarata más preguntas que se van a plasmar en la letra del número siguiente de La Granada.
Raquel lee y escribe desde muy chica. La lectura la rescataba. La hacía habitar otro plano de conciencia. Leer en la cama con el velador prendido, como lo hacían su tía y su hermano. En la casa donde vivía había mucha literatura rusa porque sus tíos eran del Partido Comunista. “Lo ruso estaba ahí. La nieve, la Plaza Roja, la Segunda Guerra Mundial. Literatura épica”, enumera. “Leer era irse a dormir sin quedar a merced de mis propios pensamientos.” Hoy las experiencias vitales están a flor de piel. Mientras su novela Pequeños combatientes era editada en Francia, aquí nacía su tercer hijo y La Granada salía de la imprenta.
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