PERFILES
Pilar Sordo
› Por Flor Monfort
Pilar Sordo es de esas personas que se hicieron famosas y adineradas diciéndole a la gente que si no es feliz es porque no quiere, que todo es una cuestión de actitud, que cualquier tragedia puede capitalizarse, al mejor estilo “ver el vaso medio lleno” o “lo que sucede conviene”, el slogan de la fundación El arte de vivir y su gurú, Ravi Shankar, retomado por Tinelli, quien con uno de sus pases de magia la convirtió en trending topic de su vida. Un discurso que sólo puede construirse, enunciarse y difundirse desde las clases dominantes, fácilmente rebatible pero tremendamente efectivo para miles de personas que se tragan el cuento de que son protagonistas absolutos de su destino, como si el mundo, los otros y, sobre todo, aquello que posibilita a las Pilar Sordo, no existiera. Y como si, además de tener destinos desdichados, deben sentirse responsables por éstos y agradecer cada día la gracia de estar vivos.
Lo que pregona Sordo no es nuevo y ella le sabe poner los floripondios correctos a las palabras, de allí que explica que el desencuentro actual entre géneros (algo que problematiza siempre en sus conferencias en el Conrad de Punta) es porque ellas perdieron su lugar natural y ellos están desorientados con las nuevas mujeres, tan independientes, que es tiempo de preguntarse si el feminismo no nos terminó de hundir: si antes teníamos la casa y el marido para ocupar el tiempo, ahora que nos hacemos las vivas también tenemos que salir a trabajar y seguir con la casa y el marido, pero más escindidas y preocupadas (de que ganamos menos que ellos Pilar no dice nada. Su libro Viva la diferencia estuvo 114 semanas en el puesto número uno del ranking de su país, lo que supone 125 mil ejemplares vendidos). Ahora se ocupó de estudiar la vejez y el terror a perder la lozanía y belleza, y de eso quería hablar cuando se sentó a la mesa de Mirtha, tan afecta ella a escuchar a alguien que también se horroriza con los matrimonios del mismo sexo, sólo que Pilar nunca le hubiera preguntado a un homosexual si sería capaz de violar a un hijo adoptado. Como podemos ver, la diferencia entre Mirtha y Pilar es sólo una cuestión de actitud.
Sentada y cómoda en su rol de consejera, tira frases hechas que parecen decir mucho y no dicen nada, como “Vivir bien hoy es vivir mejor mañana” o “tú decides si quieres ser víctima o protagonista”. De repente Mirtha recibe un mensaje de su producción que le informa que en Twitter la guionista Carolina Aguirre la está matando a su invitada chilena: la tilda de reaccionaria, meteculpas, machista, estúpida, retrógrada y homofóbica. Escribe, entre otras mieles, “le abriría la tapa de los sesos con una laja para probarles a sus lectoras que adentro tiene una ensaladera vacía”. A lo que la psicóloga contesta que tiene amigos gays (error tremendo para corregir la próxima, Pilar) y que no sabe quién es la guionista pero la invita a conocerse personalmente, para demostrarle que tiene la ensaladera bien llena (de billetes).
Si Aguirre y Sordo se quieren conocer pueden ver un capítulo de Guapas y revisar conceptos juntas, porque de lo que hablan a gritos los productos de los que ambas viven es del paupérrimo lugar que seguimos teniendo las mujeres en la cultura de masas, del estado de las cosas increíblemente vigente que manda a ellas a desesperarse por la aprobación masculina, como si otros roles, deseos e identidades fueran impensables y, sobre todo, a la enorme deuda que tiene el feminismo para bajar a las capas populares y hacer una revuelta que deje este relato, de una vez por todas, fuera de juego. Por ignorante, por falaz y por sordo.
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