ESCENAS
En el fondo, de Pilar Ruiz, aborda la trata de personas desde una profundidad y cercanía que incomodan.
Hoy es su cumpleaños o al menos eso le dice él. Ella cree que es su cumpleaños, saca cuentas con los dedos –apenas sabe sumar–. Está entusiasmada, además es la primera vez que la trasladan a otra casa. Flora y Pedro. Parecen habitar un mundo lleno de sombras en el cual sólo ambos pueden comprender la complejidad que los une.
Flora... como si el nombre fuese lo único que le perteneciera. Su cuerpo delgado, sometido al uso y abuso desde pequeña, desde que la secuestraron, dejó escapar el alma o, mejor dicho, se la robaron, como denuncia en un momento para pasar a complacer a un hombre tras otro sin el menor placer. Si bien se comporta como una nena, de a ratos se cuela su lado sensual. Ella, pese a todo, conserva la alegría. Pedro es con quien se crió, pero también ante quien no puede casi imponerse ni sentir odio. El es racional al extremo y su amor hacia ella lo hace dudar. De su historia familiar nada se sabe. Y en esos silencios y borramientos es que nos dejan ingresar, desde una gran cercanía, para ser testigos, aunque casi se pueda sentir en carne propia la caricia que asquea junto con la ternura o el golpe. Así, como un combo explosivo se sucede la escena centrada en la noche en que Pedro decide fugarse con “su amada”.
En el fondo aborda la trata de personas de un modo distinto al de otras obras. La vuelta a la infancia de la protagonista –en realidad aquélla sigue vigente– se da con los resabios de tanta violencia: retraso cognitivo y bloqueo emocional, pero por sobre todo con el trabajo con el olvido o con aquello que se guarda en un lugar recóndito. La búsqueda de la propia identidad arrebatada se emparienta con lo experimentado por los secuestrados en dictadura pero también con testimonios de jóvenes que han podido escaparse de redes de secuestro y prostitución. Dice Pilar Ruiz, directora y dramaturga de la obra, profesora de Artes en Teatro (IUNA): “Flora es un personaje que va reconstruyendo a través de los objetos y los recuerdos aislados su identidad perdida. Durante el proceso de escritura me acerqué a materiales de todo tipo, leí sobre la anulación del recuerdo ante hechos traumáticos, desde ahí construí la fragilidad de su memoria y su resguardo en el mundo de la niñez como un mecanismo inconsciente de escape. En la obra me pregunto cómo puede mantenerse latente la pulsión de vida en una mujer sometida a través del engaño, la amenaza y el uso de la fuerza para la explotación sexual”.
Con Verónica Cognioul Hanicq y Fabricio Mercado, los protagonistas, la unen años de trabajo, tal vez la obra más emblemática haya sido Jamón del diablo de Tolcachir. Este vínculo permitió que “construyeran desde la contradicción, comprendiendo que estos personajes hacen lo que pueden dentro de esa turbia realidad, tratando de resolver sus conflictos de supervivencia más inmediatos. El espectador completa intuitivamente lo que los personajes no saben, no hacen y no dicen”, explica Ruiz. Poco a poco nos revelan algo más, nos acercan al desenlace, que sin embargo queda abierto. Sobresale la actuación de Verónica con un trabajo hasta en los mínimos detalles. No es una obra más sobre trata porque encuentra un lenguaje único. “En un mundo donde todo sucede tan rápido, donde es más cómodo no involucrarse y aplaudir la banalidad creo que debemos valorar las obras que todavía se comprometen con cuestiones más humanas”, finaliza la directora.
En el fondo. Espacio Polonia. Fitz Roy 1477. Miércoles a las 21.
Más info: espaciopolonia.blogspot.com
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