Vie 15.08.2014
las12

ARTE

Lo que mande el coño

Aunque la muestra se llama Organización y métodos, nada más alejado del tufillo castrense de la muestra curada por Kekena Corvalán y Laura Reginato. Al contrario, ellas se dejaron llevar por sus ganas para dibujar una cartografía descontrolada que visita las obras de ocho artistas de distintas edades y procedimientos –siguiendo la lógica del título– a la hora de crear pero que se cruzan en puntos neurálgicos para conseguir en conjunto una dislocada reflexión de género.

› Por Dolores Curia

¿Cuánto tienen en común la obra geométrico-figurativa de Cristina Schiavi, el inquebrantable huesito de la suerte de bronce de Patricia Bentancur, la Biblia intervenida y bordada con la declaración “me anuló como mujer” de la jovencísima Alejandra Valdebenito y las máscaras que usa para sus performances (ya sea en video o en vivo, siempre en disputa con todos los binomios) Cristina Coll? Poco, pero en principio comparten un espacio en Organización y métodos, la muestra colectiva que curan, para luego desarmar, Kekena Corvalán y Laura Reginato.

Aunque el título sugiera lo contrario, Organización y métodos es una celebración de lo aleatorio, del afecto y del pálpito como modos de pensamiento, de lo que se derrama por fuera de cualquier molde. Una reivindicación del imprevisto. Una patada en la cara de la historiografía oficial del arte, que todavía es Palabra Santa en casi cualquier claustro académico. A las ocho artistas de la muestra no las reúne la pertenencia a una generación, ni la técnica, ni una historia compartida, quizá todavía sea temprano para decir que las une la amistad (muchas se están conociendo a partir de esta exposición). No las hermana siquiera el feminismo. Se podría arriesgar que las une el desacierto, algo de azar y sobre todo una instancia curatorial (que no es una sino múltiple) que dibuja una cartografía descontrolada, que arma para tirar luego por la borda lo conseguido, que todo lo revuelve y lo pone en duda, que borra con el codo lo que tipeó para algún texto teórico. Una visión del arte y del feminismo absolutamente desmarcada, nunca en calma. Las curadoras Kekena Corvalán y Laura Reginato son la fuerza de choque de un movimiento colectivo, dispar, heterogéneo. El método es el siguiente: lo que Kekena ideó para la primera inauguración, a la semana Laura lo desarmó y redefinió para la segunda.

Lo que recibe al visitante en la sala es un video en el que un retrato del historiador austrohúngaro Alois Riegl (1890) es intervenido con un recorte de los labios del autorretrato de la brasileña Tarsila do Amaral. Y la fonética de la palabra “kunstwollen” (voluntad del arte) que, pronunciada por diversas lenguas, en unos pocos pasos se convierte en “cunstwollen” (voluntad del coño). Organización y métodos tiene mucho de la voluntad de hacer lo que el coño mande. Pasaje17, el espacio de arte que alberga la muestra, ayuda y mucho porque no es una galería comercial sino un lugar de exposición, no hay que vender ni ser exitosx en los términos del mercado del arte. Y es por eso también que la elección de las artistas ha tenido que ver con algo del dedillo, del capricho y del placer de las curadoras: “Están acá sencillamente las que queríamos que estuvieran”, pronuncian juntas Kekena y Laura. Según cómo se las mire, entre estas obras tan heterogéneas se podrán empezar a trazar algunos cruces. La problemática del tiempo, o tercer tiempo (ese hueco que queda para el goce y desarrollo, entre un otro trabajo rentable y la maternidad) dialoga tanto con la obra de Marta Ares como con la de Rosa Arena. La de Ares es una serie conceptual de calendarios que usan los mismos símbolos que conocemos para entrar en dimensiones espaciotemporales diferentes, impensables: “Al mirarlos podés llegar a preguntarte y volar: ¿Donde iré a parar yo en un mes donde todos los días son domingos?”. La espera y la historia personal también son parte de la obra textil de Rosa Arena. El trabajo de Dolores Casares, con un juego de sombras, visibilidades y puntos ciegos, se ubica en la línea cinética-óptica, lo que la vuelve una rara avis, ya que –según lo explica ella misma– “el arte minimal, cinético, electrónico y técnico todavía sigue siendo ‘cosa de hombres’, en cuanto a los volúmenes, el esfuerzo físico que requiere y el dinero que hay que invertir para hacer estas piezas”. La obra de Nelda Ramos es un homenaje al texto de Alejandro Urdapilleta “Sombra de conchas”: son fotos-detalle de la entrepierna intervenida de una modelo y luego impresas sobre almohadones. “Son conchitas acolchonadas sobre las cuales recostarse y versiones libres de las que describe Urdapilleta, la concha argentina, la concha de Tita Merello, que todavía ruge, conchitas diminutas liliputienses y los grandes conchones profundos.”

Kekena, te he escuchado aclarar varias veces que no se debe pensar en un arte femenino y otro masculino.

–Y hay que seguir diciéndolo porque pensar eso es caer en el esencialismo. Lo que nosotras sí tenemos en cuenta es el problema de la visibilidad y el lugar periférico que se les da a las mujeres dentro del campo. En la planificación de esta muestra me encontré con posiciones sorprendentes, por lo antiguas, sobre esta discusión. Son increíbles los extraños pruritos con los que todavía te encontrás. No digo entre las jóvenes, pero tampoco entre las abuelas. Entre las artistas de edad mediana. Por puro prejuicio, una creería que por dedicarse al arte tienen una conciencia o una apertura determinada pero no es así. Muchas artistas se ponen a la defensiva cuando les contás que estás pensando una muestra de género, que “coño me parece una palabra grosera”, que “no me interesa participar de una muestra de género”. Hubo varias que me dijeron “no, yo no soy lesbiana”. Casi hago una obra con los mails con las respuestas porque no tienen desperdicio, pero me contuve (risas).

Mencionás el tema de la visibilidad y el lugar marginal que ocupamos las mujeres dentro del campo, ¿no se han visto cambios considerables en los últimos años?

Kekena Corvalán: Una tendería a pensar que sí, pero no es así. Basta ver los números de Arteba, con sólo un 35 por ciento de artistas mujeres con toda la furia y sumando a los colectivos. “Arteba” es igual a “plata”, pone de manifiesto quiénes tienen posibilidad de producir, acceso a los materiales y al tiempo. La paradoja es que nosotras somos mayoría en los talleres y escuelas de arte.

Dolores Casares: Incluso en espacios dirigidos por mujeres la mayor parte de la obra sigue siendo hecha por hombres. Son datos concretos. Hay una franja de edad que es en la que suele darse la maternidad, que es cuando más se dan las “bajas”. Si se enferma tu hijo, tu marido te dice “qué garrón”, te da una palmadita y se va a trabajar. Depende de la maternidad que quieras y puedas hacer, te va tocar meter tu laburo artístico en los huecos de tu vida.

K. C.: La generación muy vulnerable en este sentido son las mayores de 50. Además del tema institucional. Recién hace 30 años empezamos a ver artistas mujeres. Lo dice Linda Nochlin, referente de la teoría feminista del arte, un enfoque que también tiene 30 años como mucho y que todavía tampoco está muy leído. A mí me cargaban cuando daba los cursos sobre artistas mujeres. Me preguntaban: “¿Para cuándo el curso sobre artistas hombres?”. Yo les contestaba “Vengan: en la Universidad doy Renacimiento, Moderno I, Moderno II, Siglos XVIII y XIX, ahí van a ver nada más que hombres”. Y se quedaban callados.

D. C.: Además de exponer en esta muestra yo dirijo este espacio, Pasaje 17, con otras dos mujeres. Empezamos a hacer lo que hace Kekena, sacar porcentajes. Tenemos un 50 por ciento de artistas mujeres en la historia de la galería. Pensamos: “Esto es jodido. Siendo tres mujeres en una galería y le estamos pegando en el poste... imaginate en el resto del circuito”.

K. C.: Hay algo interesante: cuando les cuento a mis alumnos jovencitos esto de las estadísticas me retrucan: “Sí. ¿Pero contaste cuántas obras hay de personas trans e intersex?”.

Con esto de los porcentajes, ¿no les da miedo caer en una especie de “cupo artístico”?

K. C.: No se trata de volverse dogmática, ni de sumar mujeres sólo por ser mujeres. Ahí terminás de vuelta en el esencialismo, sino de despertar conciencia porque, por regla general, cuando no hay criterio el que sale favorecido es el hegemónico. No es sólo ver quién produce, sino en qué contexto, cómo es su recepción, qué discursos abre. Con Laura nos interesa la idea de que cada obra, por más individual que parezca, es colectiva. Nos intervenimos unas y otras, opinamos sobre la obra de la otra, desarmamos el trabajo de la otra. Cada una se corre de ese lugar de artista del Star System. Nos “afectamos”, cedemos. El criterio es no intelectualizar el arte, o intelectualizarlo lo menos posible. El criterio de selección de obras es más lo que nos emociona o nos resuena en el cuerpo, que es justamente lo primero que en la universidad perdés, la idea de que tenés un cuerpo. Todo es pensar y enroscarse, y te olvidás de que entraste a la carrera porque te emocionaba, qué sé yo, ¡Cézanne! Es más, es un quemo decir que te gusta Cézanne.

¿Qué significa la idea de “desmarcarse”, sobre la que hacen tanto énfasis?

Laura Reginato: Todos los proyectos que hacemos tienen una deriva. Planteamos un mundo posible y un lugar que contradice eso que decimos. Kekena curó todo este conjunto de obras y a la semana yo descolgué todo para marcar otro itinerario de lectura posible. Colgamos... pero luego cambiamos todo de lugar. No nos apegamos a nada. La idea es no instalarse en la comodidad de “queda lindo”. Estamos contra el arte de confort y en busca de todo lo que pueden darnos los lugares periféricos. Somos precarias, inseguras y no hegemónicas. Va más allá de no tener plata para montar la muestra a todo trapo: la precariedad es un modo de hacer, de sentir y de enunciar en colectivo.

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