OPINIóN
Hay una insospechada literalidad en la consigna del título, dice la antropóloga Rita Laura Segato –quien ha investigado las estructuras de la violencia y sus efectos desde una perspectiva de género–, porque todos y todas somos testigos de cómo la fuerza se impone por sobre cualquier norma o razón. Todos y todas víctimas de la constatación de que estamos en “una fase cínica de la historia, en que la fuerza es razón necesaria y suficiente, sin que exista obligación de responder siquiera a la ficción de la legalidad.
› Por Rita Laura Segato
La violencia de Israel sobre Palestina se desata cíclicamente y cada vez con mayor ferocidad. Los daños de 2014 están, sin embargo, más expuestos que nunca pues, a pesar de la agenda editorial de la mayor parte de los medios en el mundo, las imágenes hablan cada vez más claramente por sí mismas. La embajadora de Israel en Argentina se presenta ante un canal de televisión y repite, como único argumento: “Al Estado de Israel le preocupa la seguridad de sus ciudadanos”. Las imágenes muestran que es Palestina que se encuentra indefensa, insegura y entregada a un Estado cruel y a un proyecto colonial, despojador y genocida, ideado por Inglaterra con el beneplácito de sus aliados europeos, asumido más tarde por los Estados Unidos y ejecutado por Israel. Porque ésta es la historia: el proyecto es colonial, es europeo y eurocéntrico, e Israel no es otra cosa que su Estado títere, su peón ejecutor. Esto se constata fácilmente, por ejemplo, a partir del análisis de Joseph Massad –“Jewish volunteers for racial supremacy in Palestine” en The Electronic Intifada, http://electronicintifada.net/content/jewishvolunteersracialsupremacypalestine/13695– de la composición racial y colonial de la agresión a Palestina. Este autor muestra la línea de continuidad de un racismo inicial aplicado por Europa a los judíos, y la forma en que hoy Israel representa, en Medio Oriente, a Europa y Estados Unidos frente a los palestinos. Los aliados europeos y norteamericanos, judíos y no judíos, que llegan para servir como voluntarios en el ejército israelí, según Massad, muestran claramente cómo Israel es hoy el abanderado de la superioridad blanca, que hoy discrimina no solamente a los palestinos y los israelíes árabes, sino también a los judíos no blancos –eurocentrismo, racismo, colonialidad. Sobre esa misma bandera del Norte blanco plantada en la sección más insumisa e indigesta del mundo árabe, como es Palestina, es muy interesante constatar que, aparte de las desorbitantes cifras que circularon estos días revelando el sostenido flujo, a lo largo de años, de fondos y armamentos de Estados Unidos hacia Israel, documentos filtrados por Snowden al ex periodista de The Guardian Glenn Greenwald causan perplejidad y ofrecen la medida de la fusión y el carácter indiscernible de las relaciones francamente carnales entre Israel y los Estados Unidos al permitirnos descubrir que “Israel tiene acceso directo a la más alta tecnología militar norteamericana”.
Israel pone así en riesgo no sólo la gran inteligencia judía que por su humanidad irrestricta, libre y despojada de ataduras y lealtades estatalmilitares iluminó los caminos de la humanidad desde Spinoza o antes, sino que también arriesga el propio bienestar y supervivencia del pueblo judío, pues todo indica que se verá una vez más perseguido por la ira del mundo, un mundo que no tiene criterio suficiente para discernir entre un judío y una mafia operadora de una factoría avanzada del aparato estatal militar norteamericano. Sin contar el riesgo que significa para la propia población de Israel porque, como han afirmado en ocasiones los representantes del gobierno del Norte, los Estados Unidos no tienen amigos sino solamente socios de intereses, y como ha sucedido en el pasado reciente, esas alianzas pueden llegar a caducar. Dicho esto se vuelve más risible la palabra “seguridad” repetida sin empacho por la señora embajadora con su ensayada mansedumbre. Imposible convencernos de que encontrarás “seguridad” bombardeando el patio de tu primo. Después del pueblo palestino, es el pueblo judío la primera víctima del grupo apropiador del Estado de Israel. La idolatría estatal no es otra cosa que un desvío de la historia judía y un retorno al evento bíblico de la adoración del becerro de oro. Fiel al espíritu de esa historia, recordemos la referencia al significado del Estado del gran escritor I. L. Peretz en su discurso de apertura de la Conferencia de Czernovitz y sobre la lengua yiddish en 1908: “El Estado al cual se ofrecían en sacrificio pueblos pequeños y débiles, como otrora fueron ofrecidos los niños pequeños a Moloch; el Estado, que debido a los intereses de las clases dominantes entre los pueblos precisaba todo nivelar, igualar: un ejército, una lengua, una escuela, una política y un derecho de policía [...]. ¡El ‘pueblo’ y no el Estado es la palabra moderna! ¡La nación y no la patria! Una cultura peculiar y no fronteras con cazadores guardando la vida peculiar de los pueblos [...]. Deseamos vivir y crear nuestros bienes culturales y desde ahora en adelante jamás sacrificarlos a los falsos intereses del ‘Estado’, que es únicamente el protector de los pueblos gobernantes y dominadores, sanguijuelas de los débiles y oprimidos”... Aventuras de uma língua errante, Ed. Perspectiva, Sao Paulo, 1996. Hoy, por eso mismo, cobra ímpetu una lucha mundial judía contra el control teocrático del Estado de Israel, su racismo y su colonialismo.
Sólo para revisar, muy a vuelo de pájaro, algunos datos, Gaza sufre bloqueo israelí marítimo y aéreo desde 2005, y terrestre desde 2007. Los habitantes se encuentran asfixiados en su propio territorio, imposibilitados de atravesar las fronteras de Israel y de Egipto, maltratados en algunos casos hasta la muerte cuando necesitan pasar a Israel para trabajar u obtener asistencia médica especializada. El bloqueo impide la entrada a Gaza de alimentos esenciales como pasta, galletas, chocolate o lentejas; también prohíbe el ingreso de lápices de colores, papel y computadoras, instrumentos musicales y pelotas de fútbol; así como de elementos de primera necesidad como materiales de construcción, papel higiénico, vajilla, agujas, lámparas, sábanas, colchas, zapatos, sillas de rueda, colchones e hilos de pescar, entre muchos otros. Han demolido 20.000 viviendas desde el año 2000 y han cortado 1,4 millón de árboles frutales Ezequiel Kopel: “La realidad de los datos de Gaza”, http://www.agenciapacourondo.com.ar/secciones/internacionales/15114larealidaddelosdatosdegaza.html. Por todos los productos que ingresan, incluyendo las donaciones internacionales, Israel cobra impuestos y mantiene el monopolio de todo el comercio hacia Gaza, impidiendo la importación de productos de Gaza tanto en Israel como en Cisjordania. Según Ezequiel Kopel, “sólo en 2012, compañías israelíes facturaron 380 millones de dólares por productos comercializados en Gaza”. En Gaza, 95 por ciento del agua no es potable e Israel ha impuesto que “los habitantes deben ‘conformarse’ con el agua de lluvia y las aguas subterráneas que se acumulan bajo su territorio”; éstas no son potables por ser salinizadas y sucias. Diez por ciento de sus necesidades las debe comprar en Israel, así como también la electricidad. Israel bombardeó y averió la única planta de energía de Gaza en 2006 y terminó de destruirla ahora, dejando a la población sin energía eléctrica excepto por algunas horas, en que se vale de la importación de electricidad desde Israel. La población de la Franja es también impedida de pescar en el 85 por ciento de su costa marítima y sólo puede hacerlo en los 11 km de peor rendimiento y en una franja de 6 millas desde la costa. Según Kopel, “Israel sólo permitía el contacto de familiares entre Gaza y Cisjordania en ‘casos humanitarios excepcionales’”. A esto se suman la ley de bienes ausentes y la ley del retorno, que representan un oprobio a la inteligencia jurídica mundial. La ley de bienes ausentes legisló el traspaso de viviendas y propiedades palestinas a manos de israelíes. Por la ley del retorno, cualquier persona del mundo que se convierta al judaísmo tendrá todas las facilidades para mudarse a Israel y fondos de apoyo para instalarse y estudiar, mientras un palestino o palestina moradores ancestrales de esos dominios no pueden. Palestinos casados con extranjeros tampoco pueden acoger a sus cónyugues en su país, mientras los israelíes sí pueden hacerlo. La lista de iniquidades es interminable. Sin embargo, en el discurso más vehiculado por los medios parece legítimo que Israel busque la “seguridad” de sus ciudadanos, pero no parece legítimo que la población palestina busque la suya.
El mundo ve desasosegado la dimensión de esa agresión que, a pesar de las operaciones militares, se revela mucho más como una invasión que como una guerra, por la radical falta de simetría: un lado es el agresor, y el otro el que se defiende, aunque los discursos mediáticos se esmeran en diluir esa innegable diferencia e inventan fórmulas discursivas con la intención de obstruir, distraer y desencaminar la comprensión de los hechos. En esta última embestida, y aun ejerciendo el legítimo derecho a defenderse, el lado palestino ha infringido 27 bajas al lado Israelí, de las cuales 25 eran militares, mientras, como sabemos, Israel mató casi 2000 palestinos, más del 80 por ciento de los cuales eran civiles. Según divulgó Unicef el 5 de agosto, 392 niños han muerto, 2502 han quedado heridos y unos 370.000 necesitan con urgencia ayuda psicológica. “La ofensiva ha tenido un impacto catastrófico y trágico en los niños”, dice la misma nota. En este escenario, lo que llama más poderosamente la atención y lleva finalmente a mi argumento aquí es que no se puede hacer nada. La razón está de nuestro lado, pero la fuerza, no. Y cuando esa dimensión agramatical de la existencia aflora, cuando la anomia aflora, sólo resta el terror y el grito, que, como en la célebre pintura de Edvard Munch, es una mueca muda. Nada puede interponerse para proteger a un pueblo que se ha convertido en inerme espectador de su propio exterminio. Su grito, como afirmé en una nota publicada en este mismo suplemento en 2009, es un grito inaudible, un grito que no consigue llegar a destino.
He insistido aquí y allá en la importancia de percibir no sólo la dimensión instrumental, material e inmediatista de la violencia, sino también y muy especialmente, su dimensión expresiva, que es también, al final, mediatamente utilitaria, dirigida a construir poder de una manera superlativa y, podríamos decir, final. La agresión a Gaza debe ser también sometida a ese escrutinio, a esa “escucha”. ¿Qué es lo que se observa en el sostenido desalojo de los palestinos de sus tierras, la violación de sus derechos a la propiedad, a la salud, al agua, a la vida? ¿Qué es lo que resulta de la imposibilidad de poner un freno a la sinrazón de la violencia masiva, desmedida, indiscriminada, irracional, a pesar de todas las voces que en el mundo se levantan, a pesar de todos los argumentos éticos? Pues estamos frente a una pedagogía del arbitrio y de la crueldad esgrimida como amenaza contra todos los pueblos del mundo. En ese sentido, muy concreto, Somos todos palestinos, porque con el avasallamiento de Palestina sin freno jurídico de ningún tipo se inaugura una fase nueva de la historia en que el autoritarismo, el control dictatorial, arbitrario y por la fuerza se han globalizado. Temíamos a las dictaduras setentistas en los países y en las regiones, y tenemos ahora, exhibiéndose ante los ojos del mundo, una mano dictatorial de espectro global: todos estamos expuestos a su patrulla, a su discrecionalidad, a su poder de tortura y de muerte. Acabamos de descubrir que no hay ley o, en verdad, que la única ley es la fuerza. Acabamos de descubrir que vivimos en un mundo anómico, donde nada es capaz de frenar la letalidad de los más fuertes. Hemos arribado a una fase cínica de la historia, en que la fuerza es razón necesaria y suficiente, sin que exista obligación de responder siquiera a la ficción de la legalidad, siquiera a la referencia de la norma como gramática que organiza la confianza y la previsibilidad de las relaciones entre las naciones. Sólo una lucha descolonial a escala mundial contra el carácter teocrático del control estatal en Israel, el racismo y la colonialidad del poder podrán ofrecer una salida para el genocidio en curso y la amenaza que representa para toda la humanidad.
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