Vie 05.09.2014
las12

MUESTRAS

LA TIERRA PROMETIDA

Nada está donde se cree es la muestra antológica de la rosarina Graciela Sacco que recorre los últimos veinte años de una producción experimental que da cuenta de las preocupaciones sociales de la artista: las carencias humanas, los desplazamientos, la ilusión de llegar a alguna parte aunque siempre se esté en el pasaje. Un recorrido emotivo alojado en un lugar ideal para lo que narra: el viejo Hotel de Inmigrantes hoy convertido en el Centro de Arte Contemporáneo de la Universidad de Tres de Febrero.

› Por Cristina Civale

Los últimos veinte años en la producción de la artista rosarina Graciela Sacco son producto de una pulseada, del estudio sostenido por mantener en un equilibrio vencedor sus preocupaciones sociales junto a la necesidad de crear un lenguaje, no sólo propio, sino también local en tiempos de globalización, sumando el atrevimiento siempre bienvenido de colocarse un poco más allá de la media en sus investigaciones en el trabajo con los materiales que aplica como soportes. Sacco imprimió fotografías en superficies de metal, pétalos de flores, piel humana, pan y tela y luego trabajó en video, realizó instalaciones con madera y plástico con helio: no se amedrentó ante ningún material y ningún material se resistió a sus intentos. Esos son los beneficios de un hada/bruja como podría considerársela dado el resultado siempre variado y a la vez versionado de sus producciones artísticas.

Ahora llega con una muestra antológica, Nada está donde se cree, al Centro de Arte Contemporáneo de Untref, ubicado en el viejo Hotel de Inmigrantes, ese edificio único, medio fantasmal, ubicado detrás de Retiro, a metros de donde aún hacen cola los inmigrantes para conseguir su documento de identidad y que abrió el año pasado con la inolvidable muestra de Christian Boltanski. En esa línea de exhibiciones se ubica la muestra de Sacco.

Sacco soñó en 1998, cuenta a Las/12, con hacer una intervención en el lugar. Una suerte de recorrido con linternas que fuesen descubriendo el espacio y sus obras, pero el edificio no estaba habilitado por entonces y su sueño fue imposible de ser cumplido. Hoy, casi 15 años después, llega al espacio antes soñado para exprimirlo en todas sus paredes: no sólo su obra es exhibida de una manera, podría decirse convencional, además el edificio está intervenido por su obra en espacios inesperados.

De este modo apenas ingresamos a la muestra, la rampa de ingreso al viejo hotel está tapizada por las bocas de una obra icónica de Sacco, Bocanada.

En ellas sus bocas aullantes se encuentran impresas en papel, una tras otra: gritando, gimiendo, hambrientas y jadeantes. Bocanada es la obra más antigua que se puede apreciar en esta muestra, está fechada en 1993. Allí, a través del proceso de fotografía en offset, Sacco expone en planos cerrados los contornos de distintas bocas abiertas, parte de un archivo de personas que vivieron ciertas experiencias, donde dientes desparejos y labios de diversos grosores apuntan al espectador en actitud devoradora. Podemos pensar en bocas hambrientas pero también en bocas silenciadas. La notable actitud de estas tomas directas nos remiten a quien tiene sed y no recibe agua, a quien está atorado en un grito que no puede ser emitido. Hambre, silencio pero también aullido y reclamo marcan la intención de estas bocanadas sin aire que se repiten en la primera sala de la exposición en un video apenas expuesto en Buenos Aires en una lejana muestra en la galería Ruth Benzacar. Allí las bocas gruñen cual cerdos, el sonido es ensordecedor y ese sonido acompaña todo el recorrido de la sala como un castigo o como un recuerdo de que lo que allí se va a ver no debe ser tomado a la ligera. Las fotografías de las bocas diversas fueron aplicadas como afiches en distintas ciudades del mundo, rompiendo el equilibrio urbano, creando perturbación con sus reclamos de recibir la posibilidad de la palabra o del alimento.

“‘La medida del deseo no puede ser capturada’, afirma graciela Sacco cuando reflexiona sobre el derecho de cada individuo a tener disponible al nacer, al menos, un metro cuadrado de tierra para su desenvolvimiento –afirma la curadora de la muestra Diana Weschler, en un trabajo impecable– pero esa medida estrecha, que permitiría enterrar a un hombre de pie, es sólo un punto de partida, una hipótesis de trabajo; el resto son preguntas que acercan la certeza de que hay cosas que no se pueden medir, hay dimensiones que no se pueden circunscribir dentro de ningún espacio normalizado: el deseo, una de ellas. Sin embargo, es posible, si no medir, al menos acercarse a través de algunas descripciones a ciertas condiciones del deseo, a su vasta intensidad.”

La exposición Nada está donde se cree es el resultado de un deseo compartido destinado a reocupar un espacio y “se integra en los relatos de migrantes como sitio de pasaje, lugar bisagra entre el mundo de donde se llega y el territorio por descubrir”.

En esta apropiación, mientras se sube a las salas, observamos la intervención en el ventanal ubicado en un descanso de la fatigosa escalera que lleva a la muestra. Allí saco colocó huellas gigantes de zapatillas, pisadas que unidas a las bocas nos continúan hablando de lo que ha sucedido en ese hotel donde se sitúa la muestra. La pisada del pasado en es la huella dejada en el espacio por los y las inmigrantes y el tema de la inmigración es el que unifica en esta versión armada por la curadora junto a la artista en esta muestra donde viene a proponerse lo que la nombra que nada está donde se cree.

Así leemos junto a uno de los maravillosos ventanales que dan al Río de la Plata, una frase puesta como una travesura, como al azar: la pregunta alude a cuánta distancia hay desde allí mismo hasta el horizonte. ¿Y dónde está el horizonte? ¿En la imaginaria línea que dibuja el río? ¿Desde dónde debemos medir? ¿Dónde creemos que estamos exactamente? Efectivamente, nada está donde se cree. Ni nosotros mismos.

La serie M2 en su obra ¿Cuánto es un metro cuadrado de destierro, una videoinstalación con estructura de hierro, espejos y una proyección incesante de cuerpos, es el registro de un metro cuadrado de un aeropuerto, el espacio de la movilidad por excelencia, el espacio –en este siglo– que mejor narra el no lugar, el destierro, la inmigración y la huida. Sombras de cuerpos imprecisos transitan por este videoespejo como fantasmas cansinos, sin destino. Una salida puede ser un encierro; ahonda en esta serie donde como novedad la artista se versiona a sí misma y al ya conocido video suma ahora tres plasmas donde el espectador cruza en una suerte de laberinto a través de ellas y se convierte él mismo en alguien que migra, se mueve, se escapa, se va, se marea.

También sumó como novedad uno de los hitos de esta muestra: una instalación con un puente de madera espejada arriba y abajo, simulando la balsa en la que cruzan quienes quieren llegar a una tierra mejor. El cruce por el puente genera vértigo porque si bien uno sabe que debajo hay un piso de espejo, la sensación de que está rodeado de agua está perfectamente lograda. Varios visitantes se niegan al cruce por temor y vértigo, el mismo temor y vértigo que debe sentir el que está a punto de migrar a un mundo diferente, y “mejor” en su imaginario de vida precaria y desesperada. ¿Esa persona está donde cree? ¿Es ese cruce el viaje de sus sueños?, quizá no sea más que una pesadilla y aquí nuevamente el título de la muestra vuelve a recobrar significado. Nada está donde se cree. Ni nadie, podría agregarse.

La serie Cuerpo a cuerpo ocupa un lugar destacado en la muestra y allí vemos no sólo cuerpos en lucha, la violencia hecha carne en esos cuerpos, otra vez la necesidad de cambiar y migrar, migrar a otra situación de vida más justa. La presentación de esta serie a través de backlights es lo que trae de nuevo en esta antológica esta serie también conocida.

El juego de luces y sombras se destaca en la sala dos, donde el uso del video nos ofrece trucos y juegos a la percepción y uno se despide de la muestra –mucho más inmensa y abarcativa que este resumido relato– pasando por la hendija de una puerta donde la artista instaló un video que nos muestra la frontera de la Franja de Gaza. Nada está donde se cree otra vez y la muestra es todo un desafío espacial y ontológico. El lugar físico y el existencial. Nada más contemporáneo que esa frontera infame para dar cuenta del espacio corrido, del “cuerpo a cuerpo”, del “metro cuadrado” –todos estos nombres de las series con las que Sacco bautizó sus obras– que necesitamos para vivir, de las “bocanadas” de paz que se necesitan para armar un mundo más justo donde migrar sea una opción placentera y no el empujón de un mundo despiadado, un golpe artero que obliga a los cuerpos a moverse: ¿a dónde?: allí, donde nada está donde se cree, ese no lugar de pertenencia. Y esto es lo que viene, probablemente, a narrar Sacco a lo largo de toda su obra. Sólo una hipótesis, una clave para mirar esta muestra que seguramente se convierta en uno de los acontecimientos artísticos de Buenos Aires en esta temporada.

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