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El viaje de la maternidad mucho más allá de las fronteras de la India, donde el conurbano y Nueva Delhi no son tan distintos.
› Por Paula Jiménez España
Agostina Disteffano abrió su blog a comienzos del 2013 porque su maternidad la estaba haciendo sentir muy sola: de este tema era imposible hablar con sus amigas –a ninguna de ellas le gustaban los chicos– y difícil con otras embarazadas del mundo virtual que obedecían a ciegas el mandato de la felicidad. “Ellas imaginaban a quién se parecería El Niño y yo qué enfermedad podía heredar. Ellas lo sentían como un pececito y yo como una anguila maligna. Ellas alegría, yo ataque de pánico. Ellas felicidad, yo Alien, el octavo pasajero (...) Llegué a la clínica como quien camina hacia el cadalso. Mientras esperaba, entre contracción y contracción, me imaginaba lo engorroso de tener que fingir de por vida que ese ser me parecía tolerable. Y después la vi. Y no era deforme ni horrenda ni insoportable. Cada hora que pasaba la quería más. Podía dormir, pero me parecía más interesante mirarla”, escribió, honestísima, en uno de los primeros post y recibió inmediata respuesta de otras mujeres que se identificaban con ella. “Ja! –exclama Raquel, una de sus lectoras–. ¡Por fin una que se atreve a decir que la pasó como el orto durante el embarazo!”. Si este blog tiene muchas lectoras, se entiende por qué: Agostina Disteffano genera una gran empatía porque sabe exponer, en su estilo sencillo, sus íntimas contradicciones y los avatares de una sensibilidad maternal que, lejos de ser sacrosanta, puede permitirse ir y venir desde lo más amado –Julia, su bebé– a la reconstrucción de la subjetividad propia. Pero esta suerte de diario viró inesperadamente su foco y terminó siendo el relato en entregas de un viaje. En mayo de este año, Agostina se mudó a la India junto a Andrés, su pareja, cuando a éste, que trabaja en Médico sin Fronteras, le ofrecieron esa posibilidad. Claro que para ella, pese al entusiasmo, esta experiencia que aceptó con los ojos cerrados trajo aparejado otra vez el aislamiento y los posteos en el blog se centraron en transmitir a sus lectores el mundo novísimo e intenso que se le imponía. Y ese mundo, que se llama Delhi –un collage de pobreza, belleza, imágenes divinas, mercados, telas de colores, olores, niños mutilados, castas, esclavos–, es contado desde la conmoción. “Se acercó un portero para ahuyentarlo y yo le pedí que le preguntara qué pasaba –dice en la entrada del 5 de septiembre–. El portero me dijo que el hombre me ofrecía al bebé. Que me lo llevara por favor, que él no podía tenerlo. Toda la escena era tan terrorífica que salí de ahí corriendo. Corrí una cuadra o dos. Sin llorar, sin pensar. Paré. Me senté en un banco. Llovía torrencialmente y me estaba empapando. Me levanté y volví para atrás.(...) Cuando se quedó dormida se la di al hombre, que nunca supe si era el padre o quién. Enseguida la dejó de nuevo sobre el papel de diario. Le dejé unas rupias al tipo y escuché cómo me contaba cosas que nunca entendí y me mostraba la herida que tenía en la cabeza. Le dije Namasté y me fui.” Pero el horror es cosa de todos los días y organiza y sostiene la estructura social india.
A Agostina sus amigos le dicen La Bonaerense, porque cuando vivía aquí colaboraba con los cartoneros de provincia y era docente en una escuela de Villa Fiorito, en la que también ayudaba a los chicos sin recursos. En ese entonces comenzó a escribir un blog y la escritura se quedó en su vida como catarsis, pero también como herramienta de transformación personal y social. Mediante los posteos de La vida con ella / en India, la bloguera despertó en sus lectores la voluntad de colaboración y se unirá próximamente a una ONG para que desde aquí se puedan girar donaciones.
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