ARTE POLITICO Tres artistas brasileñas noveles que ponen su oficio al servicio de los derechos de las mujeres cuentan por qué lo hacen y cómo viven el impacto social y la proyección internacional que logran con su trabajo. Cuestionan el imaginario que supone que en Brasil, en cuestión de cuerpos, si no te parecés a “la garota da novela”, está tudo bem.
› Por Soledad Domínguez y María Mansilla
“Imaginate. Una mujer que es ama de casa, trabaja, tiene hijos y quiere dedicarse a esto..., ¿qué le dice al marido? ¿Que se quede en la casa cuidando a los chicos porque ella va a salir con amigos a la calle a pintar las paredes? ¿Qué hombre aceptaría eso?”, provoca Panmela Castro (33), elegida por Newsweek como una de las 150 damas que hacen una diferencia en el mundo. Porque Panmela inventó la Red Feminista de Arte Urbano (NAMI), una ONG con la que, a la fecha, tocaron la vida de 5500 pares a través de más de 70 talleres en 30 comunidades de Río de Janeiro. Con sus acciones político-artísticas buscan despertar la conciencia de mujeres y estudiantes de ambos sexos, poniendo en crisis las certezas relacionadas con los roles y el género y los derechos. En la lista de Newsweek también estaban Dilma Rousseff y Michelle Bachelet.
Panmela explica que a sus pinturas se las dictan las vivencias, los recuerdos. Que por eso sus imágenes hablan del cuerpo femenino en la ciudad y de las relaciones que éste mantiene con el cosmos urbano. Uno de sus últimos grandes murales vive en el barrio carioca de Lapa desde el 7 de agosto, en conmemoración del sexto aniversario de la sanción de la Ley Maria da Penha. Fue una excusa literalmente pintoresca para repartir 3 mil folletos que hablaban de la ley nacida a partir de un caso faro, que permitió la creación de juzgados de Violencia familiar y generó medidas de asistencia y protección a las víctimas.
Activista por dentro, por fuera Panmela parece una madre más de la cooperadora del jardín, la cajera de un supermercado, tu hermana, una secretaria. El aerosol rosa Barbie en la mano o el tatuaje en el antebrazo derecho le cambian el sentido a su pelo rubio, largo, a sus labios carnosos. Entonces se convierte en Anarkia Boladona, su nick.
Dictó workshops sobre graffiti e igualdad de género en la Secretaría de Seguridad Pública, en la Fundación Rosa Luxemburgo, en Naciones Unidas. Pintó murales en París, Nueva York, Berlín, Johannesburgo, Jerusalén, Washington DC. Por su capacidad de innovación recibió un premio de Vital Voices. Se formó en la Escuela de Bellas Artes de la UERJ.
“Ningún marido aceptaría eso”, retoma (y jura) Panmela. “El graffiti está muy enraizado en la cultura de la calle, es mucho más machista que el arte en general, por ejemplo. Porque la calle es un mundo donde se da porrada (se golpea, se pelea), donde se dicen malas palabras, donde se trata a la mujer como una presa. La calle es masculina.”
Cada trazo lleva la firma de su propia historia. Dice que pinta su autobiografía. “Yo fui víctima de la violencia doméstica –cuenta la artista–. Salí de la depresión yendo a la calle a pintar. Al principio eran trabajos chocantes, de caras feas. Estaba tan débil que las imágenes reflejaban eso. Con el tiempo, mientras me fortalecía, los dibujos se tornaron más sensibles y delicados. Después, las obras fueron inspiradas por el contacto con otras mujeres víctimas de violencia doméstica o sexual a las que conocía en los talleres que doy. Las pintadas ahora se dan de una forma más reflexiva y artística. Hay lágrimas, y las caras buscan transmitir el sufrimiento, el sentirse reprimidas ante las exigencias sociales de ser maravillosas, perfectas.” Además de las nuevas amigas que le dan fuego interior a la obra colectiva, Panmela también se inspira en la sensibilidad de colegas como la francesa Sophie Calle (también fotógrafa y performer) y la estadounidense Cindy Sherman (fotógrafa y directora de cine).
La ong NAMI está practicando buceo: les encanta ir siempre más profundo. Por eso, ahora trabajan en prevención de la violencia con grupos de nenas y varones. “¡Hay que educar! Este es un trabajo de hormiga. En Brasil hubo un retroceso horroroso en cuanto a los derechos femeninos, por la presencia política de los evangelistas. Yo tengo miedo.”
“Tengo pelo corto y varios tatuajes. Estéticamente, no formo parte del estereotipo, y aquí todo eso sale caro. Quieren que te parezcas a la garota da novela y que, además, seas bien educada y limpies la casa. El prejuicio está en esa exigencia de ser lo que nadie es ni podría ser: perfecta.” Esta es la síntesis que hace posar a Negahamburguer, el personaje creado por la paulista Evelyn Queiroz.
Sus trazos son otra cosa, son más zarpados. Queiroz dice que así denuncia “la prisión del patrón”.
Negahamburguer hoy es una chica de pelo color cian que está teniendo sexo (con otra chica de pelo color cian). En una vuelta de esquina se la puede ver montada en un delfín o desnuda, sobre su cama. Lolas algo caídas, panza... normal. Caras regordetas (con trazos de expresiones de inocencia) y mensajes escritos de “no me vas a lastimar” que aluden a posibles comentarios degradantes hacia sus curvas redondas y naturales.
Emplea una contraforma de escrache: la muestra en plenísimo ejercicio de su libertad. Pinta “figuras femeninas cargadas de autovalorización”, reconoció O Globo.
Evelyn Negahamburguer Queiroz admira a colegas como la graffitera francesa Miss Van (con su estilo “glamorous darkness”) y el originalísimo dueto Os Gêmeos. Además de graffiti, usa la técnica lembe-lembe (con papel sobre pared), dibuja con tinta china y acuarelas.
Tiene 24 años, una gran oreja y mucha sensibilidad para traducir las historias al lenguaje del color. Sueña con devorarse la ruta del lado sur del continente y armar una gran serie sobre la realidad de las latinas. “A partir de esa experiencia, me gustaría crear trabajos artísticos que coloquen a la mujer invisible en evidencia.” De esta forma, estaría ampliando las fronteras del proyecto Beleza Real, un libro hecho por crowdfunding. Eligió 53 historias que le llegaron por mail, y les cambió la cara. “Acho legal pasar messagem.”
Con el mouse, no. Con el lápiz. Así quiso generar nuevas viñetas Carol Rossetti, ilustradora y diseñadora, para mostrarles a sus amigos su trabajo a través de las redes sociales. Tenía en mente darle una vuelta a su técnica; con esta frescura su lápiz la llevó a terminar hablando de una manera nueva de un viejo tema.
En su casa de Belo Horizonte hizo las postales virtuales que en los últimos meses se viralizaron por la web, se tradujeron al castellano y al inglés, y volaron a ser noticia hasta en la CNN. Cada escena recrea tribulaciones, lamentos y ocaso de vivencias relacionadas con la intolerancia social hacia los cabellos afro, las siluetas gordas, el amor bisexual, la transexualidad. “Son personas ficticias en situaciones reales.” Todos los casos están basados en historias que le cuentan sus conocidas o le llegan por correo.
La serie hoy se llama Projeto Mulheres. Ahí está el afro de Maira (“Tu cabello es memoria, belleza, ancestralidad, fuerza y mucho amor. No es feo ni desordenado ni grosero”), los tatuajes de Natalia (una mujer grande, ¡ohhh!), Tejaswini y su silla de ruedas. Entendió que no basta con mostrar cuestiones que afectan a un grupo específico de mujeres. “También es necesario discutir sobre racismo, homofobia, bifobia, transfobia, elitismo, xenofobia, discriminación contras las personas con dependencias físicas. La lucha por la igualdad y el respeto es mucho más amplia, y debe ser inclusiva.”
Mónica (madre a los 17 años y soltera, “ella nunca se vio como víctima ni como ‘puta’; su hija fue lo mejor que le sucedió”), Amanda, que decidió dejar de depilarse (“Amanda, el cuerpo es tuyo, ¡hacé lo que quieras!”).
Carol Rossetti desenmascara el imaginario que en la Argentina tenemos de la cultura de Brasil. “Cuando visité Buenos Aires –comparte a Las12–, tuve la impresión de ser la persona con más melanina andando por la calle, y no soy negra. Creo que la percepción que ustedes tienen en relación a mi país es natural, aunque equivocada. A Brasil le gusta reforzar esa idea de que aquí no hay prejuicios. En cuanto a los modelos, existe una expectativa que va más allá de la belleza, se trata de un patrón de identidad. Ese patrón es bien Gisele Bundchen: una mujer joven, flaca, de clase media o alta, hétero, bien femenina, bien elegante, que se quiere casar y tener una familia. Si Gisele es así, tudo bem. Pero no es un patrón exigente, ¡es un patrón excluyente! Ignora la diversidad. Los mismos patrones abarcan al varón. Debe ser fuerte, divertido, protector. En Brasil, todavía, los hombres no lloran. Y para ambos hay una altísima expectativa en relación con su sexualidad. Los prejuicios existen y son crueles, sobre todo para las personas trans. La transfobia en Brasil es casi oficial.”
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