La danza contemporánea es búsqueda de movimientos libres, formas no lineales, pies descalzos, senso-percepción y, a diferencia de la danza clásica, no siempre pretende contar una historia. Es la conexión con lo terrenal, lo humano, las pasiones. Desde finales del siglo XIX mucho evolucionó, se ampliaron las técnicas y con ellas aumentó el número de coreógrafxs y bailarinxs y su llegada a la Argentina ocupa, pese a todo, un lugar de privilegio desde el arribo a Buenos Aires de la coreógrafa norteamericana Miriam Winslow, en 1941.

Teresa Duggan, bailarina, coreógrafa y maestra de danza, actualmente está repasando sus 30 años de carrera junto a su compañía Duggadanza con varios espectáculos: acaba de estrenar Astas de terciopelo donde un grupo de mujeres pasa de tejedoras a manada de ciervos. Su Frida, viva la vida (en homenaje a Frida Kahlo), Bio3D y otras reposiciones en agosto en el C.C. San Martín. En sus puestas se ve la impronta de Itelman, Nikolais, Cunningham, Movement Research y de ciudades como Nueva York, Hong Kong, también teatro, humor, proyecciones multimedia y una mirada oriental e indagadora. “La danza contemporánea es un poco la Cenicienta. Hay mucho prejuicio alrededor, desde que es inentendible a que es sólo para mujeres. La técnica actualmente está más ligada al flying low (volar a baja altura), a la fuerza de brazos, danza aérea, contact, entonces las chicas tienen más caja torácica, a diferencia de antes que tenían mayor fuerza en las piernas. Ahora la técnica es más unisex y eso se traduce en lxs cuerpos”, comenta. Asimismo, destaca: “Valoro el espacio que hay entre un movimiento y otro. El movimiento está en las articulaciones y los huesos los proyectan. Lo más interesante son los fluidos, la energía”.

Por su parte, la coreógrafa Roxana Grinstein, también formada en Estados Unidos, directora del ballet del IUNA, fundadora del teatro El Portón de Sánchez y directora artística de Pro Danza, se destaca por realizar obras atravesadas por el cuerpo y el lenguaje, como Lub-Dub, donde dos actrices cuestionan el sometimiento del cuerpo, desde las zapatillas de punta, las matemáticas y las series repetitivas, para extenderlo a los dos ruidos cardíacos del corazón que dan nombre a la obra. “Siempre trato de buscar los movimientos que definen la obra sin herencias de técnicas. Que no me condicione el lenguaje. El cuerpo de la bailarina es un cuerpo cada vez más entrenado. Hay técnicas que consideran a la mujer con una energía violenta, potente, con la que puede tranquilamente levantar al hombre, el contact favoreció esto. Que sirvan los puntos de apoyo y lxs coreógrafxs no somos ajenxs a este cambio.”

Para Cristina Teresa Bozzo, bailarina, coreógrafa y maestra de danza, “lo importante para una bailarina es que el cuerpo, la mente y el espíritu funcionen como una unidad. Importa no sólo la técnica que elija sino cómo la transita. Posee un instrumento de suma delicadeza: su cuerpo, y es vital que recuerde que la disciplina es un medio y no una meta en sí misma”. Finalmente, Marina Sarmiento, coreógrafa, bailarina y docente, miembro de KM29, afirma: “El desafío es estudiar las afecciones que se construyen social y culturalmente de modo de que la danza pueda ser un medio para poder investigar otros cuerpos, otros discursos, otras poéticas que no estén dadas sino que se acerquen al vasto campo de lo semántico. Esa es la potencia política del cuerpo y la danza hoy”. Su trilogía de Solos, protagonizada por mujeres de su generación, indaga la relación presente-pasado (EIR-2013/12), inspirada en Iris Scaccheri con Lucía Savloff; Lejos, sobre la memoria corporal de una actriz, por Florencia Bergallo, jueves a las 21 en Teatro Beckett, Guardia Vieja 3556, y próximamente Sarmiento (2015/2016, donde protagonizará para pensar el vínculo con el icono histórico).