COSAS VEREDES
No es paranoia ni deseo de encontrarle la quinta pata al gato, sino la legítima demanda de quienes se ven tentadas por los nuevos smartphones pero obligadas a llevarlos en cualquier lado menos en el bolsillo. Es que en las prendas femeninas, incluso en los jeans, son tan pequeños que apenas si entra el DNI. La salida del iPhone 6 fue la gota que habilitó la queja: ¿para cuándo bolsillos que permitan guardar... algo?
› Por Guadalupe Treibel
Más allá de los consabidos berretines que continúa provocando, el flamante smartphone iPhone 6 –y su versión Plus– sólo ha necesitado unas pocas semanas para estar envuelto en polémicas varias. La primera fue el #BendGate, donde el runrún refería a cómo el dispositivo se dobla con demasiada facilidad, sacrificando durabilidad por diseño delgado y experiencia ligera. Luego, acaeció el #HairGate, un cúmulo de reclamos manifestados por redes sociales que apuntó al device por atrapar cabellera y arrancar pelambre de los desprevenidos usuarios. Empero, pasando los gimoteos de Primer Mundo, el adminículo ha generado una tercera chispa que, siendo aún incipiente fueguito, promete prender empeñosamente, en especial en la industria de la moda. Al menos, así lo manifestaron quienes, de cara al calor, ya preparan las regaderas frente a un entuerto que podría cambiarlo todo...
Bueno, no precisamente “todo”, pero sí el tamaño de los bolsillos de las prendas femeninas, y eso ya es motivo para la jarana. Porque –oh, obviedad– estos gigantones phablet (teléfono más tablet) y sus pantallas de 4.7 y 5.5 pulgadas, respectivamente, han dejado en evidencia una realidad que continúa prolongándose por los siglos de los siglos: por su pequeñez o costura mentirosa, los saquillos de los pantalones para damas son el cenit de la incompetencia y obligan a usar accesorios bonus track (léase, carteras, carteritas, bolsos, morrales, etcétera). Presa la mayoría de las mujeres de cargar menos que una tarjetita en el espacio en discusión, se instaló la escaramuza: ¿Es posible que en un mundo que se jacta por la premura de las soluciones, la ropita inteligente o la utilidad como valor, haya pocos bolsillos femeninos que puedan contener más que un DNI?
En un reciente artículo titulado “Las políticas de género del bolsillo” (sí, tal como suena), del medio The Atlantic, la periodista estadounidense Tanya Basu desarrolla el tópico y claramente indignada (compró el iPhone 6 y, no, no cabe en ningún recoveco de su indumentaria), interroga: “¿Cómo una industria que se centra en las mujeres esquiva consistentemente a las mismas personas con las que comercializa?” Habla luego con Camilla Olson, directora creativa de una firma de moda de alta tecnología, que le confirma el sexismo inherente, la moda de media gama como negocio dominado por varones, la intención perenne de regirse por la forma estilizada y no la funcionalidad. Olson cree que la industria focaliza en demasía en el aspecto visual, en vez de ayudar a las mujeres a vivir vidas más simples, sencillas y, por tanto, pierde relevancia en una sociedad tecnocentrista.
Pero... ¡fe, esperanza y caridad! Como se mencionaba antes, el iPhone 6 podría cambiar la situación. Después de todo, a raíz de su lanzamiento, varias reconocidas empresas fashion se han hecho eco del tema, asegurando rever los bolsillos femeninos para que, por lo menos, quepan los teléfonos. Empresas como American Eagle, Levi’s, L.L. Bean, J.Crew y Lee Jeans, entre otras. Ojo, tampoco alegría ciega: ninguno se ha comprometido fehacientemente, pero –dado el primer paso– pronta está la caminata hacia un universo donde el sexismo no se manifieste ¡también! en minucias como el del minialmacenamiento. “Pero, ¡¿por qué el sexismo?! ¡Colmo de la paranoia!”, pensarán los/as inadvertidos/as. Ah, no, no: la “culpa” del sexismo está a la orden del día. En principio, porque si lo fundamental es mantener una figurita ajustada, ¿cómo van a agregarse bultos? ¡Por favor!, hay que mantener la línea... Y después: ¿quién ha llevado tradicionalmente el dinero, las llaves del hogar, el control del auto? No hay que engañarse: el bolsillo siempre ha sido símbolo de propiedad. Así lo demuestra la historia –historia devenida en hábito, devenida en personajes como Christian Dior declarando en el ’54: “Los hombres tienen bolsillos para guardar cosas; las mujeres, de decoración”. Sin repetir y sin soplar, una construcción (parcial) del perjuicio...
Siglos XVII y XVIII, ¿habemus bolsillo? Una suerte de, más similar al formato actual de cartera. A menudo bordado con flores e inicialado, embellecido con esmero, se trataba de una versión exterior que la dama debía atar a la cintura por debajo de su vestido, accediendo a ella a través de una rendija entre faldas y enaguas, con fin de guardar sus posesiones personales (¿una carta de amor, tal vez?, ¿peine?, ¿maquillaje?, ¿un pedazo de pan?). Siglo XIX, retroceso: mientras solo niñas, ancianas o laburantas persistieron en el uso de esta modalidad –ya sin hermoseo, apenas tela y cordón–, los vestidos más sencillos de las damas desestimaron el adminículo y dieron paso a bolsitos –antecedentes de la famosa cartera– donde apenas entraban un pañuelo y una moneda. Así de práctico. Siglo XX, ¡pantalones! ¡Con bolsillos! Momentáneamente... Mientras las muchachas usaron los modelos de hombres –retocados para que no se cayesen–, los hubo; pero cuando la industria decidió “feminizarlos”, se deshizo de esos bultos masculinos. Y así persistió... ¿hasta el iPhone 6? Soplan aires virtuales de cambio.
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