Vie 17.10.2014
las12

DíA DE LA MADRE

Mi mamá es...

La normativa que acompaña el rol de las madres en la crianza es un sofisticado operativo de control que se despliega desde el Estado, la medicina y los discursos psi, entre otros, pero sobre todo es un dispositivo que divide aguas entre lo apropiado y lo inapropiado en la conducta de las mujeres. La educadora uruguaya Silvana Darré analiza en su último libro, Maternidad y tecnologías de género (Katz Editores), los paradigmas de crianza que marcan un terreno (y van...) donde la mujer es instada a operar para que la trama social no corra peligro.

› Por Flor Monfort

Hubo un tiempo en que existió un Premio a la Virtud y una Escuela de Madres, escenarios donde las mujeres pobres debían mostrar sumisión y abnegación para ser aceptadas en el tejido social y la jerarquía de las damas se ocupaba de marcar con rigidez las maneras apropiadas de aquellas que no lo son. Las premiadas debían mostrar sacrificio (ser solteras, cuidar a los padres enfermos, trabajar a destajo) y tejer un relato a la altura del destino de una patria grande. La Escuela de Madres funcionó desde más tarde como una institución de vigilancia permanente, intensiva, donde las mujeres debían aprender rápido los códigos y convivir bajo los preceptos del higienismo. Partiendo de estos dos bloques, que funcionaron entre 1823 y 1955, es que Silvana Darré investiga los modos en que las pedagogías maternales funcionan como tecnologías de género en tanto modelan los límites del deber ser de las mujeres. Su alcance llega hasta nuestros días, donde la violencia obstétrica está a la orden, con el señor de delantal blanco como portador de una verdad única y los esquemas de crianza siguen atravesados por dispositivos discursivos que encierran objetivos políticos, ya sea de control poblacional, de fuerzas de trabajo o de continuidad de la rueda laboral sin descanso. Si bien la asociación de maternidad con amor incondicional sufrió distintos reveses teóricos que fueron “bajando” al relato cotidiano, la Madre con mayúscula sigue siendo un padecimiento que carga los hombros de las mujeres con más piedras que plumas. Pero ¿cómo se fue construyendo? ¿Cuáles fueron los antecedentes en nuestro país? Para Darré, la construcción de la idea de Madre, así con mayúscula, y su asociación directa con las mujeres, responde a múltiples procesos económicos, sociales, políticos y culturales. La marca de estos procesos en los ideales normativos se puede observar no sólo en la Argentina, sino que existe una importante cantidad de estudios realizados en diferentes contextos en los últimos 40 años que reafirman esta idea. Por mencionar algunos de los más evidentes, las formas de organización económica en la sociedad y el rol de la unidad familiar en la producción, los procesos de urbanización a gran escala que se producen desde fines del siglo XIX, los procesos migratorios, la emergencia de la infancia como nuevo sujeto social. Muchos estudios en los Estados Unidos en los años ’70 del siglo pasado mostraban que los consejos a las madres dados por especialistas variaban en sintonía con las demandas del mercado de trabajo y también con la clase social. Lo que estaba bien en un período pasaba a estar mal cuando las exigencias del mercado cambiaban. Las prescripciones destinadas a las mujeres de sectores medios y altos eran diferentes de las de sectores obreros. “Una década después se comienza a pensar también en forma crítica lo que se llama el maternalismo político, que reúne las formas a través de las cuales las políticas públicas han construido la maternidad como un asunto de Estado. Si nos fijamos, por ejemplo, en las regulaciones que se derivan de las políticas de natalidad, sean pro natalistas o de control, veremos que los modelos de Madre son construidos e ‘intervenidos’ desde múltiples focos. En este universo no es para nada despreciable el efecto que generan en las prácticas concretas las teorías sobre la infancia, el desarrollo psicosocial, la sexualidad y los conceptos sobre la salud y la enfermedad. Ahora bien, los ideales normativos en torno de la maternidad pueden parecer abstracciones difíciles de atrapar, pero definen en las prácticas concretas no sólo cómo hay que ser madre, sino quién puede serlo y quién no. Recuerdo hace unos años el problema que se planteaba al equipo profesional de una institución de protección infantil sobre el derecho de una mujer madre con problemas psiquiátricos a mantener consigo a sus hijas e hijos. Es decir, un dispositivo complejo formado por una institución de tipo estatal, un marco normativo, un equipo de profesionales con sus teorías, y en medio una mujer y su familia. Normas, instituciones, conceptos de salud y de enfermedad son parte del asunto en todos los casos.”

¿Cómo ha incidido el feminismo en estas prescripciones dadas desde la medicina, el mundo psi y el aparato estatal? ¿Han podido los movimientos de mujeres ayudar a desterrar estos modelos de obediencia?

–Desde mi punto de vista ha sido principalmente el feminismo el movimiento social que más ha aportado a pensar en forma crítica estos modelos prescriptivos, así como las prácticas a las que se expone a las mujeres en virtud de estos modelos. Tanto a nivel de producción de teoría y estudios, como de prácticas políticas en torno de problemas que parecen siempre los mismos, pero varían en el modo de presentación. La crítica a la idea del instinto materno, la importancia otorgada a la autonomía, al derecho a decidir sobre el propio cuerpo, el derecho a la información y el acceso a métodos anticonceptivos, el derecho a una vida libre de violencia y coacción han sido aportes claves. Un ejemplo específico es la crítica a la atención hospitalaria que reciben las mujeres en el parto, y la denuncia sobre la violencia que se ejerce por el sistema tiene varias décadas y también partió del movimiento feminista. Pero son luchas que atraviesan varias dimensiones (políticas, culturales, ideológicas) que requieren de una presencia constante, porque si bien ha habido cambios, los mismos problemas retornan renovados. Por ejemplo, el aumento sostenido de cesáreas programadas que aparece en muchos casos como producto de una “libre” elección es un analizador del estado de situación, pero también lo son las voces que promueven el retorno al “parto natural” o aquellas que siguen pensando en el “instinto materno”. Son todos ejemplos de las formas en que se construye la memoria social, como decía Marc Augé, lo que queda es el producto de la erosión provocada por el olvido.

¿Cuáles son los atributos que fueron marcando estas maternidades apropiadas que Ud. investigó? Del modelo del “Confíe en Ud. misma” al sofisticado proceso de construcción de la “mala madre” basado en la culpa.

–Desde mi punto de vista, es la internalización del vector apropiado- inapropiado lo que produce efectos en términos de una tecnología de género. Esa idea de lo inapropiado móvil que se construye en forma permanente desde el nivel normativo, en las teorías, en la producción de cultura, en las instituciones, produce la experiencia. Porque la dimensión singular en la apropiación de la maternidad está interferida desde el comienzo por esta proliferación de discursos que dicen qué se debe hacer y qué no, desde múltiples lugares. Incluso los discursos que promueven una supuesta vuelta al parto “natural” o al parto “humanizado” contribuyen a la construcción de ese vector. Lo que queda siempre al final es la mujer como la única responsable.

¿Cuáles fueron los dispositivos de control del Estado para garantizar madres controladas entre las mujeres pobres?

–Pienso en primer lugar en los dispositivos de salud pública, que en la actualidad tal vez sigan jugando un papel importante en lo que podría llamarse la pedagogía de la maternidad, en el sentido en que “enseñan” a las mujeres “ignorantes” qué es lo que hay que hacer por el bien de sus hijas e hijos. Han sido el primer filtro que obliga, constriñe, controla, selecciona y deriva. En el estudio que realicé, describo una experiencia interesante que se produce en el siglo pasado que se llamó la Escuela de Madres, que dependía del Patronato de la Infancia. Lo que me pareció entonces relevante fue su carácter transparente en cuanto a la consideración de las mujeres madres, pobres, solteras, muy jóvenes e inmigrantes como malas madres a priori, a las que había que reformar o transformar en forma radical desde el alma misma. Del otro lado del mostrador estaba la incipiente corporación médica, que por supuesto encarnaba las posiciones opuestas. Se trataba de varones, médicos, de sectores acomodados, blancos por supuesto, depositarios de la sabiduría, que estaban convencidos de inventar una institución modelo. Esta conjunción de dimensiones identitarias, como son la pertenencia de clase, la edad, la dimensión étnico-racial, el género, funcionan como matrices de experiencia y también de ordenamiento social. Es lo que hace unos años se denomina como paradigma de la interseccionalidad, cuyos aportes más importantes provienen también de las feministas negras de los EE.UU. de los años ’70 y ’80 del siglo pasado.

¿Tiene que ver, a su juicio, la trascendencia e investidura que se la da a la Madre (prioridad, licencias, etc.) con la imposibilidad de pensar en la interrupción legalizada del embarazo en Argentina?

–Pienso que hay una dimensión de idealización que podría identificarse con esa Madre con mayúscula. Se dice en general que la idealización como mecanismo siempre implica una contracara en otros planos de la realidad. No por idealizada la Madre, la situación de las mujeres concretas mejora, al contrario, como lo muestran algunos estudios sobre la situación jurídica de las mujeres, la idealización en algunos período históricos tiene como contraparte el empeoramiento del status jurídico. Otro nivel es el normativo. Por ejemplo, las licencias por maternidad responden al reconocimiento del rol que desempeñan las mujeres y las demandas colectivas, pero también dejan entrever el reconocimiento social hacia el trabajo de cuidados que en general recae en forma exclusiva en las mujeres. Esto implica no solamente el cuidado de niñas y niños pequeños, sino también el cuidado de las personas enfermas, las personas mayores, el trabajo cotidiano que hace posible que en una familia todo siga funcionando. Los estudios sobre el uso del tiempo realizados en varios países a partir de instrumentos como la Encuestas Continuas de Hogares son muy elocuentes sobre la cantidad de horas de trabajo no remuneradas que implican las tareas de cuidado. Entonces, volviendo a las licencias, desde mi punto de vista suponen un reconocimiento, pero restrictivo si sólo recae en las mujeres. Hace unos días, una amiga me comentaba que la licencia por duelo en Argentina es mayor que la licencia otorgada por paternidad. Esto es un indicio del modo en que siguen pensando las tareas de cuidado y cómo el nivel normativo contribuye a perpetuarlas. Por último y a propósito de la interrupción legalizada del embarazo, tenemos en Uruguay un ejemplo próximo. Muchos debates parlamentarios y una larga lucha del movimiento feminista hicieron posible el aborto legal. Hacía muchos años que los sondeos de opinión mostraban que la población estaba de acuerdo, sin embargo los proyectos no prosperaban, las correlaciones de fuerzas en el Parlamento lo impedían. Desde el año 2012 el Estado garantiza el derecho a la procreación consciente y responsable, promueve el ejercicio de los derechos sexuales y reproductivos y define que la interrupción del embarazo no constituye un instrumento de control de los nacimientos sino un acto médico sin valor comercial. Si bien la ley contiene algunos elementos tutelares, que han sido muy cuestionados, constituye un avance enorme por la despenalización de la interrupción voluntaria de los embarazos en las primeras 12 semanas, así como la consagración del derecho a recibir orientación e información sobre los métodos de prevención de los embarazos y la garantía de una libre decisión de la mujer exenta de presiones por parte de terceras personas. Esta ley amplía los derechos y permite recabar información sobre una práctica que siempre existió. Sin perjuicio de este avance –sin duda es trascendente–, el próximo reto está en la discusión de un Sistema Nacional de Cuidados, porque si bien la aplicación de la ley no le ha traído al país ningún maleficio, el Día de la Madre sigue intacto.

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