ENTREVISTA
Tres de cada diez puestos de decisión o supervisión en la Argentina los ocupan mujeres. Hay un progreso de nueve puntos en relación con los noventa, según una investigación sobre brechas en el acceso a puestos de decisión del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Las trabajadoras con alta educación consiguen mejoras y sufren menos discriminación salarial. Por eso se recomienda generar condiciones más flexibles para las mujeres que sufren discriminación en sus empleos por tener hijxs y que no se ponga límite de edad para el crecimiento femenino en una empresa, ya que el despegue profesional puede llegar recién a los cincuenta años.
› Por Luciana Peker
Tres de cada diez jefas o directoras en la Argentina son mujeres. En los noventa, en cambio, apenas dos de cada diez personas que decidían en una escuela, una empresa o una oficina no se anudaban la corbata para demostrar autoridad. Falta mucho para que sea igual ser varón o ser mujer no sólo para llenar la olla sino, también, para dirigir un barco cargado de marineros y atreverse a tomar nuevos rumbos. No es fácil ser capitana. Y las que mandan saben que navegan con vientos en contra y con malabares entre su vida cotidiana y laboral. Tampoco son muchas las que agarran el timón con sus propias manos. Pero, aun con mucho viaje para adelante, el mapa de cómo pasar de pedir permiso para salir de la tierra hogareña a disfrutar de las aguas turbulentas y cálidas muestra un avance del liderazgo femenino en el país. Se pasó del 22,9 por ciento en 1996 al 31,6 por ciento en 2012, según datos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) del Indec, analizados por el informe “Género en el trabajo. Brechas en el acceso a puestos de decisión”, de la serie “Aportes para el Desarrollo Humano en Argentina”, del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), editado el 25 de septiembre del 2014.
Aunque el estigma sobre la maternidad sigue encallando la sed de progreso que se convida con sal si la gerenta osa tener hijas. “Yo siento que me bajaron cuando tuve a las chicas. De hecho, después de la licencia no tenía puesto. Cuando me reincorporé había otra persona y a mí me mandaron a proyectos especiales. que era una posición totalmente inventada. Tomaron una decisión por mí: si yo me quiero bajar o no de este barco. Así como antes no vi en ningún momento traba alguna como profesional mujer, siento que en ese momento puede haber estado en la cabeza de quienes tomaron decisiones el hecho que yo tenía dos bebas chiquitas”, graficó una gerenta media de la industria. El testimonio aparece entre las 31 entrevistas confidenciales a mujeres líderes de grandes empresas, donde las jefas toman la palabra y demuestran que la maternidad sigue siendo el vientre de Aquiles si el plan no es solo trabajar para vivir sino trabajar bien para vivir mejor.
Una aspiración donde el impuesto al género sigue cobrando una tajada enorme del sueldo por la diferencia entre liquidado y liquidada. Pero, aun así, hoy la desigualdad es menor que la de hace veinte años. En 1996 las mujeres –con estudios superiores– ganaban un 45,7 por ciento menos que los varones. La mitad del sueldo dejado en la frontera de la división de sexos. Ahora la visa femenina sigue metiendo la mano en la cartera. Pero menos. Las jefas o empleadas más capacitadas pierden el 18,6 por ciento de sus ganancias por ser Evas y no Adanes en una tierra prometida –todavía– para los muchachos. Sin embargo, se abre también una nueva diferencia entre mujeres. Dime cuánto estudias y te dire cuánto ganas. Las trabajadoras que cuentan sólo con la primaria completa sufren aún hoy una diferencia salarial del 30,2 por ciento con respecto a sus pares varones. Las chicas con menos posibilidades educativas pierden más plata por la discriminación de género.
La investigación que arroja estos datos estuvo a cargo de Gabriela Catterberg, doctora en Ciencias Políticas, directora de la serie “Aportes para el Desarrollo Humano en la Argentina” y del Informe Nacional de Desarrollo Humano del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Y contó con la colaboración de Andrea Balzano, Alejandra García, Georgina Binstock, Marcela Cerrutti, Paula Magariños y Débora Lopreite. “Hay avances, si bien persisten diferencias”, acentúa Catterberg. Mientras que René Mauricio Valdés, representante residente del PNUD y coordinador residente del Sistema de Naciones Unidas en Argentina asegura: “En el ámbito nacional, entre otros logros, por primera vez una mujer fue electa en la Presidencia de la Nación; la representación femenina ha crecido de forma significativa en el Congreso nacional tras la aprobación de la ley de cupo y la Corte Suprema de Justicia de la Nación cuenta con mujeres entre sus integrantes. Sin embargo, todavía persisten desafíos en el camino entre la igualdad formal y la igualdad real, entre la existencia de los derechos y su reconocimiento. Este tránsito ha sido más lento y desigual para las mujeres.”
El diagnóstico sobre el ascenso de las mujeres propone soluciones que empujen un cambio que no puede esperar que baje la marea de la desigualdad. “Debería existir un reconocimiento a que las personas, en distintas etapas de su vida, tienen distintas prioridades y que hay diferencias en los ciclos de vida en mujeres y varones. No hay que ver las carreras laborales como algo lineal, sin interrupciones. También hay que replantearse los ciclos de edad en los puestos. Por ejemplo, una mujer a partir de los cincuenta años está en una etapa ideal para tener una carrera internacional y tal vez para un varón esté finalizada su trayectoria laboral. Los límites de edad son muy limitantes”, propone Catterberg.
–El mayor hallazgo es que hubo avances, pero persisten desafíos. De cada diez puestos de jefatura o dirección, alrededor de tres son ocupados por mujeres, según los datos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) de 2012. La dirección se refiere a una conducción general (responsable de alguna de las decisiones principales de esa dirección) y supervisión que no toma decisiones estratégicas, pero sí supervisa. Los porcentajes pueden ser altos si se piensa en presidentas de empresa, gobernadoras o intendentas que se pueden contar con una mano. Pero esta definición incluye a directoras de colegios –que hay muchas– y mujeres que no tienen la máxima responsabilidad.
–En 1996 el 22,9 por ciento de los puestos lo ocupaban mujeres y en 2012 esa cifra se elevó al 31,6 por ciento. El avance es de alrededor de nueve puntos. Cuando hacemos la desagregación entre sector privado y estatal vemos que hubo avances en los dos sectores, si bien los avances fueron mayores en el sector estatal y partieron de un punto de partida mucho mayor. La participación de mujeres en los puestos de jefatura y decisión en el sector público era de 38,8 por ciento y hoy llega a la paridad con el 50,3 por ciento.
–Sí, porque en el sector público las mujeres llegan al 50 por ciento (de los puestos de jefatura y decisión) y en el sector privado al 28 por ciento. Pero, en términos absolutos, los trabajadores del sector estatal son menos que los del sector privado, por lo que el avance en el sector privado representa a una gran cantidad de mujeres.
–Los datos que más llaman la atención son que el mayor crecimiento dentro del sector estatal se produjo en los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial a nivel nacional y provincial, que pasó del 16 por ciento –en 1996– al 52,4 por ciento, con un crecimiento muy significativo. Seguramente hubo un impulso del cupo. Pero uno de los principales hallazgos es que hubo grandes logros educativos de las mujeres. Un dato muy revelador es que un tercio de las mujeres que generan ingresos laborales en la Argentina tienen estudios universitarios o terciarios. Los varones con la misma preparación, en cambio, alcanzan el 15 por ciento: o sea la mitad. Y hubo un aumento del 20 por ciento al 29 por ciento en mujeres con estudios universitarios completos que trabajan de forma remunerada. En los noventa eran dos de cada diez y ahora son cerca de tres de cada diez. En los varones eran 10 por ciento y ahora son 15 por ciento.
–Es verdad, me parece muy revelador de los niveles educativos de las mujeres. En cuarenta años, entre 1970 y 2011, la participación de las mujeres creció en todas las unidades académicas y hay más mujeres que varones en todas las facultades, salvo en Ingeniería y Agronomía, según datos del censo de la UBA. Hoy el 60 por ciento de los y las estudiantes son mujeres. Y los logros educativos empiezan a manifestarse de forma más explícita en logros en términos laborales.
–Las diferencias de acceso a puestos de decisión y las brechas de ingreso persisten, pero hubo avances importantes en la reducción de la diferencia en el ingreso, especialmente entre las trabajadoras con estudios universitarios completos. En 1996 las mujeres con primaria completa ganaban un 41 por ciento menos que los varones con primaria completa. Hoy ganan un 30 por ciento menos. Mientras que las mujeres con universidad completa ganaban, hace dieciocho años, casi un 46 por ciento menos que los varones con universidad completa y hoy ganan un 19 por ciento menos. Argentina en los Objetivos Desarrollos del Milenio (ODM) de Naciones Unidas, para el 2015, se propuso la reducción de la brecha de ingreso para que sea menor al 20 por ciento y un mayor acceso a puestos de decisión. La tendencia es positiva para estas dos metas. Incluso la meta de una brecha de ingresos entre mujeres y varones menor al 20 por ciento ya se cumple para las mujeres con estudios universitarios completos.
–No diría que hay una deuda (de hecho hay menos mujeres con primaria incompleta de las que había antes), sino que se muestra que si las mujeres pueden lograr terminar la secundaria van a estar mucho mejor posicionadas. Esta incidencia del estudio no era así hace veinte años. Ahora hay una gran diferencia en si accedés o no al secundario.
–Una joven con estudios tiene más chance de acceder a un puesto de jefatura y dirección, especialmente en el sector estatal, porque hay mujeres con altas calificaciones, capacitadas y empoderadas para ejercer lugares de poder.
–El 52,7 por ciento de las mujeres en puestos de jefatura y dirección tienen estudios superiores y/o universitarios completos, mientras que entre los varones en puestos de jefatura y dirección sólo el 34,6 por ciento está a la misma altura de capacitación. Los altos niveles educativos facilitaron la trayectoria de mujeres a puestos de dirección en lugares que requieren altas capacidades técnicas. Pero a igualdad de puestos, mayor exigencia y requisitos para las mujeres.
–Las mujeres tienen que sentir que pueden y que saben para ocupar su puesto. Entre las mujeres en puestos de dirección, un gran número (43 por ciento) está casada con varones que ocupan puestos de dirección. Por el contrario, casi el 40 por ciento de los varones están casados con mujeres que no trabajan de forma remunerada.
–Las mujeres en su mayoría siguen siendo las responsables de la organización y el cuidado de sus hogares, aun cuando no estén presentes. Obviamente tienen más recursos para conciliar vida personal y familiar y el trabajo que las mujeres que no están en puestos directivos. Pero no están exentas de asimetrías respecto de sus pares varones. Una presidenta de una compañía no tiene más probabilidades de compartir con su marido las responsabilidades domésticas.
–Las mujeres dicen que, a medida que avanzaron, fueron más evidentes los cuestionamientos hacía sus capacidades y sus modos de liderazgo. Hay barreras culturales que están en las organizaciones. “Estaba en reunión... y pasaba un carro. Ni te escuchaban”, cuentan. Todas las entrevistadas que tuvieron hijos dijeron que cuando quedaron embarazadas tuvieron temor a tener algún tipo de penalización, aunque no esté formalizada. Y en algunos casos se concretó ese temor.
–El 5,2 por ciento del total de las mujeres trabajadoras llega a puestos de jefatura y dirección. Los varones que llegan a esos puestos son el 8,4 por ciento de los trabajadores. Hay características que distinguen a las que llegan: tienen mucha iniciativa desde muy jóvenes, aprovechan los recursos y las oportunidades y tienen mucha confianza en sí mismas para enfrentar hostilidades. El sector educativo debería transmitir el valor de la confianza, la iniciativa y la autonomía.
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