ARTE
Demasiado actual
Una muestra realizada en el Centro Cultural Borges resume los sucesos del año que pasó a través de instalaciones donde priman el humor y la alusión política. Algunos títulos son muy explícitos: “250” o “ Sitio-Corral-City”.
› Por Soledad Vallejos
Productos Brutos Internos se llama la muestra, pero lo que se ve podría corresponder perfectamente con una serie de catarsis, instantáneas y radiografías, en la medida en que el incesante mar de fondo y las olas gigantes de la superficie permiten reflexionar de alguna manera. El que lo está intentando, y que por lo expuesto (una obra data de 1989) viene haciéndolo desde hace algún tiempo, es el arquitecto y artista plástico Néstor Julio Otero, responsable de las doce instalaciones que ocupan un salón del Centro Cultural Borges (San Martín y Viamonte) hasta principios de marzo. Históricamente, los aires efervescentes de las crisis han permitido la irrupción de nuevas formas, nuevos planteos estéticos y miradas que construyen al destruir. Es menos usual, en cambio, más conflictivo y arduo, trabajar sobre esa crisis cuando apenas está despuntando. Así y todo, a eso se abocó Otero entre fines de 2001 y principios de 2002: a registrar (a medias entre el arte abiertamente político, la metáfora mínima y la declamación plástica) síntomas, resignificar elementos y recrear instancias de la agitación social y sus causas políticas y económicas que encienden al país desde fines del año pasado.
Casi como una libreta de apuntes, los nombres de las instalaciones, los objetos se convierten, desde el principio, en una suerte de resumen del año que pasó, aunque por momentos la metáfora sea tan obvia que casi no es. Cuesta comprender, a simple vista, qué entra en juego en “Au pied du pont”, pero repentinamente todo está muy claro: lo que reposa sobre el piso, bajo dos huevos de metal, son restos de llantas, lo que queda de ellas luego de ser fuego en una protesta piquetera. Y los huevos son huevos, claro está. Las válvulas de los sifones, una vez pintadas de plateado, pueden convertirse en simples rebaños o líderes de personalidad indescifrable, como en la serie “Los conjurados”, o en el temido 250, el límite de extracción en la primera versión del corralito, como en “Gracias”, o en los prisioneros de pequeñas jaulas para aves (“Que las paguen”). Tal vez la dificultad de reflexionar, la urgencia que impide dejar decantar, o elaborar sobre la marcha sea demasiado explícita en las dos instalaciones de “Industria Nacional”. Si, en la primera, cuatro lavabos recostados sobre una pared de azulejos celestes y blancos (con un pequeño espejito sobre cada uno, ése era el verdadero gesto) merecieron del autor una explicación por demás inconfundible (mostraba, dijo, “cómo los responsables se lavaron las manos de la situación”), no hay que imaginar demasiado para interpretar la segunda, la de doce inodoros, cada uno con su correspondiente sopapa, sobre una bandera de azulejos. Un aparente hermetismo, que quizá hable más de elaboración, se presenta con “Megacanje”: una ficha de subte, de las que ya no se usan, en un cuadro, tras un vidrio; exactamente debajo, centenares de las tarjetas magnéticas que la reemplazaron. La serie “Blindaje doméstico”, a partir del trabajo digital de fotografías, pone en juego fósforos, sus cajitas, encendedores de distinto tipo y color, habla de un “fondo reglamentario”, un “4 por 1 $”, de “París”, el “fondo en orden”, “revuelto”.
Los elementos que se conjugarían llegado el fin de 2001, entonces, estaban en esas obras seguramente previas, aunque del mismo año. De alguna manera, “Sitio-corral-city” puede leerse a la luz de las obras anteriores.En cierto punto, esas preexistencias la explican y anticipan. Ese corralito de madera de cajón de verduras pintada de negro que encierra una ciudad plateada, construida con tacos de madera, con descartes, tiene un piso rojo. Podría remitir al 20 de diciembre, al lunes de la semana que termina, al mes de enero. Lo mismo pasa con “XIIMMI. diciembre dos mil uno”: cajas de madera rojas, negras y plateadas se apilan sobre una pequeña tarima roja. Cada una encierra cacerolas y bombitas de luz. Al tope, como estrella de un árbol de Navidad, brilla un helicóptero.
Es muy pronto, seguramente, para contar con una lectura plástica acabada, con una hipótesis artística, con una respuesta sólida del arte, a todo lo que está sucediendo. Porque nadie sabe dónde, ni cómo terminará esto, podría ser una de las conclusiones de la muestra, pero recordemos que todo comenzó más o menos así.