Vie 19.12.2014
las12

ARTE

Yo, la mejor de todas

Un acervo de más de siete mil fotografías compone la inmensa obra de la fotógrafa alemana (radicada en nuestro país) Annemarie Heinrich, aquella firma destacada en cualquier retrato de los ’40. Cien de esas imágenes que exploran la luz, la naturaleza y los gestos hasta el detalle se exhiben en la muestra Estrategias de la mirada, donde se indaga justamente en aquello que ella veía, según dijo alguna vez, hasta el cansancio, porque allí es donde reside la belleza.

› Por Cristina Civale

La chispa se le encendió a Diana Wechsler, académica de la Universidad Tres de Febrero (Untref), historiadora, investigadora y crítica de arte, quien junto con los hijos de la fotógrafa pionerísima Annemarie Heinrich, los hermanos Ricardo y Alicia Sanguinetti, también fotógrafos, realizaron el trabajo inmenso de restauración y organización del gigantesco archivo de más de siete mil fotografías (que todavía está en proceso). La primera cosecha de ese trabajo mayúsculo es la muestra que hoy tiene lugar en la sede de Caseros de la Untref, Estrategias de la mirada, que reúne alrededor de cien obras inéditas de Annemarie, un fino destilado de esa exhaustiva tarea de investigación.

Annemarie Heinrich nació en Darmstadt, Alemania, en 1912. Su padre, que había sido primer violín de la Opera de Berlín, fue reclutado como soldado y su vida y la de toda su familia cambió radicalmente. Regresó del campo de batalla con una herida que no le permitió volver a tocar su instrumento y decidió emigrar hacia la Argentina en 1926, cuando ella contaba con 12 años. La familia Heinrich se instaló, al principio, en Entre Ríos, donde la madre de Annemarie tenía dos hermanos pacifistas que habían llegado antes del ’14. Uno de sus tíos era el fotógrafo del pueblo, el primero que le ofreció una alternativa para su futuro.

La Heinrich abrió su primer estudio en 1930, en Buenos Aires.

En los comienzos de su carrera, bien difícil para una mujer en la Buenos Aires homocentrista, Annemarie sacaba fotos, empeñaba su cámara, con ese dinero compraba los líquidos para procesar sus fotografías y luego con la venta de las mismas desempeñaba el objeto, su cámara de placa 6 x 6 que le permitió en esos duros inicios abrirse camino en el mundo sudamericano y macho.

Desde 1933 colabora con revistas sociales y comienza su carrera como retratista de grandes figuras del Teatro Colón. Durante cuarenta años ilustra las tapas de Radiolandia, Antena y otras, en forma permanente. Su primera muestra individual fue en Chile, en 1938 y desde allí en más realizó en forma permanente numerosas exhibiciones en el país y en el extranjero. Fue declarada Ciudadana Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires, donde falleció a los 93 años, en 2005.

Más allá del valor incuestionable de un archivo que contiene una zona inédita de siete mil fotogramas, está el hecho de “contar con la otra información, la que no está en ningún lado más que en la memoria de sus herederos”, destaca Wechsler, curadora de la muestra, también este año ganadora del diploma al mérito de los premios Konex por ensayo de arte.

Lo que se ve en el predio de Caseros es lo que Heinrich construyó a espaldas del espectador, el bagaje que llevan esas fotos emblemáticas de los años ’40, los desnudos con que retrató a estrellas del cine, la música y el ballet, mediante una práctica que reivindicó como parte de las bellas artes junto a colegas contemporáneos a ella, como Grete Stern y Horacio Coppola. A diferencia de ellos, Annemarie pasó de ser la fotógrafa que hacía el trabajo de hormiga de empeñar la cámara para revelar sus fotografías a convertirse en una exitosa empresaria de un estudio que abarcaba el mundo social y exclusivo de la Buenos Aires de los años ’40. En toda casa que se preciara de buen gusto, los habitantes debían contar con un retrato con la firma de su estudio-empresa.

Más allá del retrato

Los fotogramas que conforman esta muestra surgieron de una primera “cataloguización” realizada sobre 1700 imágenes por el equipo de la Untref, a fin de presentar al público la mirada de Heinrich, referentes de revistas sociales como Antena, de quien hizo las tapas durante largos años, a la vez que fotografiaba a todo el mundo artístico de su tiempo y se empeñaba en organizar a su gremio siendo la fundadora del Consejo Argentino de Fotografía, que junto a otras mujeres, entre ellas sus alumnas Sara Facio y Alicia D’Amico, proponía difundir ese arte.

Su obra se hizo conocida a partir del crecimiento de la industria del cine y la radio en Argentina, que comenzó en los años ’30 y la llevó a retratar a figuras como Tilda Thamar, Jorge Luis Borges, Pablo Neruda, Chabuca Granda, Juan Carlos Castagnino, Rafael Alberti, Atahualpa Yupanqui, Mercedes Sosa, Astor Piazzolla, Aníbal Troilo, Marlene Dietrich y Flora Nudelman.

El archivo sobre el que trabajó la Untref es el que construyó la propia Heinrich a lo largo de su vida personal y profesional, esta última iniciada en 1930 con fotografías experimentales prácticamente desconocidas, a la par de los famosos retratos y desnudos de artistas como Mirtha Legrand, Tita Merello, Eva Duarte cuando iniciaba su carrera –antes de ser Evita–, Zully Moreno o el violinista Yehudi Menuhin.

Ese acervo alberga cantidad de fotos icónicas de distintas épocas, como Mirtha Legrand en el set de filmación u otras con su hermana, Silvia “Goldie” Legrand, “pero lo que mostraremos ahora es lo desconocido”, cuenta Wechsler a Las 12 en un recorrido por la muestra.

“El primer tramo de la investigación nos permitió delinear cómo Annemarie fue construyendo sus recursos visuales y estratégicos, en exploraciones fuera del estudio que comienzan con su primer viaje a Chile, en 1930, y que continuó por Latinoamérica, registrando su geografía, sus elementos naturales y a sus habitantes”, cuenta Wechsler. Se trata de “una mirada actual, por momentos surrealista o metafísica, cuyos paisajes pueden parecer a primera vista composiciones abstractas, pero que con una segunda mirada develan la huella de un pie sobre la arena por ejemplo, y de horizontes bajos y nubes densas que componen las tomas de laboratorio que marcaron su estética”.

La muestra intenta evidenciar “cómo Annemarie fue operando sobre la realidad con su máquina de fotos, cómo fue construyendo la estética que años después reflejó en forma maravillosa en las tomas de actrices y bailarinas de ballet”, explica Weschler. En tanto, la curadora Patricia Rizzo dice sobre la muestra: “Su serie Reflejos (1932), incluida en esta muestra, por ejemplo, se compone de una sucesión de ellos de infinita delicadeza. Piedras, techos, escenarios naturales y detalles que descubre y nos descubre, herramientas olvidadas, flores secas, los cielos imposibles de nuestro horizonte. Con enfoques para el asombro, emergiendo de las sombras o bañadas por la luz, entre simples y sofisticadas, distintas y audaces, algunas imágenes también parecen haber atrapado la quietud misma. Para alguien que trabajó 40 años en los sociales de la época, podría decirse que así retrataba porque tenía muy afiladas y construidas las estrategias de su mirada: ‘Trabajé toda mi vida mirando un cuerpo, una luz, un reflejo. La belleza se aprende mirando’. Lo dijo la Heinrich, la muestra es imperdible”.

Así es, ésta incluye guiños como las tomas que derivaron en su conocido autorretrato sobre una esfera espejada o las que dieron forma a “Verano en la ciudad”, la foto que muestra a esa chica recostada al sol en la azotea, y que “en la serie incluye tomas igual de lindas, interesantes y ‘reivindicadoras’ de la mujer moderna, de pantalones al sol y muy libres con su cuerpo”, resume Weschler. Así como una vitrina que alberga cuadernos y carpetas de notas, agrega la curadora, “una combinación de escritos con recortes fotográficos, contactos dibujados que muestran cómo armaba sus exposiciones, y alguna que otra foto de artistas que admiraba, como Henri Cartier-Bresson”.

Allí también se ve la letra de Annemarie, con resabios del gótico cursivo con que aprendió a escribir en Alemania, tan contrastado con el castellano que mezclaba con total naturalidad en sus apuntes políglotas, escritos en un cruce de lenguas que abarcan el inglés, el alemán y el español.

Todas estas son “cuestiones muy significativas, ya que su formación la hizo mirando la realidad, a esos fotógrafos y experimentando”, resume Wechsler.

La Untref continuará trabajando sobre el legado de Heinrich, quien aportó una innovadora mirada sobre el cuerpo femenino y también sobre América latina, como parte de una iniciativa mayor –que incluye acuerdos con el Museo Reina Sofía de Madrid por ejemplo– que busca catalogar, conservar y digitalizar distintos acervos culturales, a fin de preservar y divulgar la memoria para que el público genere nuevas reflexiones y los investigadores, nuevos conocimientos.

Estrategias de la mirada tendrá lugar hasta mediados de mayo. A su vez Malba, en su estelar programación 2015, cuenta con otra muestra exclusiva de la artista que se iniciará en marzo del año próximo, donde se busca reivindicar el trabajo de artistas mujeres cuya obra no fue todo lo difundida que se merecía.

Así cincuenta fotografías vintage de propiedad de Malba saldrán a la luz el próximo otoño para, junto a la muestra actual de la Untref, poner en el circuito internacional la obra insuperable de una artista que hizo historia con su obra en nuestro país y que con esa misma historia se inscribe dentro de las artistas pioneras del siglo XX en el continente latinoamericano, que hoy busca su espacio en el mundo más que nunca.

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