RESCATES
Hildegard von Bingen 1098-1179
› Por Marisa Avigliano
La estampita profana dice que la abadesa Hildegard von Bingen mejoró desde su cocina el sabor de la cerveza y que el cannabis que consumía crecía bajo su cuidado en los jardines del convento. La estampita de la Iglesia moldea rezos con composiciones musicales y narra la historia de la religiosa entre laureles de ideales benedictinos. La estampita cinematográfica es obra de Margarethe von Trotta desde que dirigió, tres años antes de su Hannah Arendt (2012), Visión. De la vida de Hildegard von Bingen, una película protagonizada como siempre en Von Trotta por Barbara Sukowa, que celebra el feminismo avant-garde de la abadesa. La estampita del desprecio desestima cualquiera de sus dones –asegura que sus éxtasis místicos no eran más que el fastidio de migrañas recurrentes– y la llama señuelo de supersticiones. Reunido el merchandising santoral, la biografía de Hildegard es tan fascinante como la música que compuso. Tenía ocho años (era la menor de diez hermanos) cuando sus nobles y devotos padres la entregaron a la Iglesia como diezmo, y ochenta y uno apenas cumplidos cuando murió en el monasterio de Rupertsberg, una abadía de mujeres fundada por ella en 1150 y donde, además de rezar, las hermanitas alemanas tomaban cerveza amarga hecha con la receta y el lúpulo de la abadesa, escribían, leían, cantaban y pintaban.
La vida entera entre muros de súplicas y obediencias (los primeros años Hildegard vivió apartada y recluida con dos o tres novicias en pequeñas celdas en monasterios de hombres) acuñaron la elegante astucia con la que enfrentó uno a uno los misóginos mandamientos medievales que cuestionaron su pionero Tratado de Historia Natural, sus escritos teológicos, su epistolario papal (sí, la abadesa se carteaba con papas, un Laclos de sagrarios, no de alcobas) y sus milagros de iluminación divina capaces de curar enfermedades con las aguas del Rin. La monja de la Edad Media no duerme, sueña en cobalto para que la costumbre y el encierro no la vuelvan ladrillo. Una batalla de colores que inundó manuscritos y multiplicó las visiones de su trance extático: “Y después de esto vi un gran instrumento redondo y umbroso, semejante a un huevo: estrecho por arriba y por abajo y ancho en el medio, cuya parte exterior estaba rodeada por un fuego luminoso que tenía por debajo una especie de piel umbría (...), después vi un esplendor inmenso y serenísimo que llameaba como si saliese de muchos ojos y que tenía cuatro ángulos orientados a las cuatro partes del mundo”. Además de sus testimonios sobre sus percepciones beatas: Scivias y Liber divinorum operum simplicis hominis, escribió también enciclopedias sobre medicina y ciencia, Physica y Causae et curae.
La monja de la Edad Media es una herbaria talentosa, una predicadora capaz de aterrorizar a sus detractores asegurándoles que la sangre derramada era la que entintaba los campos de batalla y no la que manchaba las bombachas de las mujeres. La monja de la Edad Media quiere recuperar la lengua de Adán antes de la caída para poder comunicarse con los animales y es una compulsiva escritora de imágenes apocalípticas. La monja de la Edad Media llega al siglo XXI vestida de profetisa teutónica en un mundo espiritual entre sombras y contrapuntos.
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