PERFILES > ROCíO OLIVA
› Por Flor Monfort
Cuando el Diego empezó a mostrarse con Rocío Oliva, en esas tensas corridas entre él y los periodistas en las que ellos lo bombardean a preguntas y él no las contesta, los shows de chimentos hicieron un arduo trabajo de investigación y fueron al barrio que vio crecer a la nueva rubia, Bella Vista. Quién pudiera resistir a los 22 años los dichos de sus vecinxs que el micrófono levante, pero seguro ninguno de los que afilaban los colmillos con declaraciones como “Rocío era bisexual” “le decían ‘rocha’ (por chorra)” o “estuvo de novia con un barrabrava, pero en realidad le gustaba la salada (sic)” soportaría media palabra de su pasado adolescente.
Como sea, ahí empezaba esa figuración pública de sudor y aeropuertos (porque para ser novia del Diego hay que ir a visitarlo a Dubai) donde los noteros preguntan si de verdad es chorra y de verdad es lesbiana. Como si importara la verdad y como si esa verdad fuera más impactante que toda la trama que los viene enredando hace dos años.
Entre hijas y mujeres, Maradona las cuenta de a decenas. Sus hijas son un poco sus madres (Dalma dice cada vez que le preguntan que su relación con Diego es “de cagarlo a pedos”) y sus mujeres son un poco sus madres y también, y a juzgar por la edad que los separa, un poco hijas. Diego se maneja con castas, o categorías de estas mujeres a las que sube y baja del pedestal con una velocidad pavorosa: los últimos años se barajan entre dos novias, Oliva y Verónica Ojeda, la mamá de su último hijo reconocido (que ahora está peleando para que Diego la “autorice” a tener un nuevo amor), Claudia y las nenas siguen yirando como satélites fundamentales, y Cristina Sinagra desde Italia habla de vez en cuando para confirmar que su hijo, el primogénito del ídolo, es el único que no cuenta con la aprobación del padre. Ahora apareció además una de las hijas que reclamó por su identidad y fue habilitada a llamarse Maradona. Jana, de 19 años, a quien el lunes por la noche Diego pidió que los fotografíen de la mano. Del otro lado estaba Rocío que le lleva a Jana apenas unos añitos. Pero lo importante es ese mundo complejo y teen donde Diego se pone loco porque ella no suelta el celular y la casca para que lo suelte, ella lo denuncia y pasea por los medios mostrando la prueba, luego retira esa denuncia, él la demanda por usurpación (de la casa a la que él mismo invitó a vivir), y la Justicia le dicta pedido de captura internacional y, cuando la encuentra, ellxs ya están durmiendo juntxs. No es que esta guerra de roces sea poco conocida, sino que muta como un cráter deforme y perverso que parece no tener nunca fin y siempre un anillo de Saturno nuevo. Allí está ahora la nueva Rocío, rubia como siempre pero en un look aseñorado que recuerda a la Claudia de toda la vida (porque si algo hicieron los Maradona es crecer con nosotrxs). Dicen los que saben que fue el mismo Diez quien le pidió que se sumara un poco de años, y de allí ella con flequillo y brushing prolijo se desliza en el asiento del copiloto sin escote y con recato, como la madrastra nueva que es, de quien Diegote afirmó ser la mejor partenaire sexual de su vida, por aquello de encontrar una justificación frente a sus amigos cuando le preguntan por qué no se separa de una vez. Diego hace del divide y reinarás su mejor jueguito y de la cat fight su condición de existencia: Rocío y Verónica se odian, Claudia y las nenas las odian a ellas y odian a Jana, pero de eso Diego se entera por el noticiero.
Mientras se afianza como la oficial, Rochi juega al embarazo en los mil y un perfiles que la muestran con pancita, esa minúscula barra de elevación que se puede adivinar entre sus caderas. Porque si algo le falta para erigirse ganadora (jugadora de fútbol, hincha de River) es otro heredero para el harén de hijxs con el apellido de oro.
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