FIN DE AÑO I En diciembre la sonrisa es obligatoria y ese halo de gratitud que está tan de moda empuja al balance siempre mirando el lado positivo. Como si el último mes del año fuera sinónimo de optimismo, los brillos y trineos visten el paisaje cotidiano de un tipo vestido de invierno que reparte regalos con un traje no apto para nuestras temperaturas. La única emoción negativa que se permite es la nostalgia por lxs que están lejos o quienes ya no están. El lugar común manda compañía y encuentros familiares, saludos y brindis, rituales que demandan energía, espacio y dinero, y parece que negarse a ellos es una blasfemia social difícil de soportar. Mucho más si las ganas –o la necesidad– arriman un festejo solitario o muy cerrado. ¿Qué pasa si no tenemos con quién pasar las fiestas? ¿Qué bola se cae del árbol? ¿La de la dignidad o la de la popularidad? En un momento en que la vida pasa por lo que se muestra en las redes sociales, ¿vale más pasarla bien o fingir lo bien que se la pasa? Testimonios y reflexiones sobre la soledad en época de reunión.
› Por Laura Rosso
El escenario, como cada año, promete fantasía, vida nueva, copas llenas de un brindis que no siempre tiñe de felicidad las pieles, más bien salpica en el rictus de la que decide no dejarse imponer caricias de medianoche, navidades con babas de tías ancianas. Al carajo con los mandatos, los trips shoppineros, ese regusto a mal viaje con 35 de térmica y cierta culpa por asumir la diferencia de plantarse a la medianoche, solas de toda soledad y en el centro de un mundo propio, sí, pero excluidas del engranaje, ese que estalla en mil orgasmos para quemarse de madrugada. Ellas no quieren festejar, no quieren divertirse, por lo menos de esa manera, aunque no tengan tan en claro dónde radica el disfrute de semejante rebeldía áspera y gustosa.
Patricia Alkolombre es psicoanalista y autora de los libros Deseo de hijo. Pasión de Hijo y Travesías del cuerpo femenino y habla de las soledades de las mujeres y de sus rostros según el contexto social que marca cada época. Primero evoca a aquellas mujeres de la modernidad –en la sociedad industrial– cuya silueta era definida “por un ama de casa –nunca sola– y rodeada de electrodomésticos con una familia tipo que brindaba por la ilusión de emancipación, felicidad y libertad”. Luego, en la posmodernidad, se descentran los valores que planteaban una vida organizada, predecible y acompañada por la familia para las mujeres. “Se producen rupturas y la salida del mundo doméstico y privado al mundo público –a veces sola, otras acompañada–.” ¿Y en la actualidad? Alkolombre dice: “Hoy podemos pensar en una diversidad de soledades que se presentan en la cultura globalizada, llamada transmoderna, y donde coexisten distintos vínculos entre hombres y mujeres, distintas familias, hétero, homo y monoparentales. Se presentan también distintas soledades: soledades compartidas con otrxs, soledades a secas, soledades engañosas, soledades creativas y vitales, soledades llenas de vacío o desgarros”.
Tal como apunta Alkolombre, no podemos pensar estas soledades sin incluir la diversidad dentro del colectivo de mujeres, aquello que difiere entre una y otra, y a la vez en cada mujer, los distintos momentos vitales. “Las soledades en la pubertad, en la adolescencia, en la maternidad, en la no maternidad, en la vida social con lxs amigxs, en la vida de pareja, en la madurez, en la vejez.”
Pero llega fin de año y, como señala Guadalupe (32 años, diseñadora gráfica), “pareciera ser que hay que ser feliz sí o sí durante diciembre y sobre todo en Navidad y Año Nuevo. A eso se le suma cierto tufillo a caer en balances, medir logros, pérdidas, que hace que el escenario de las Fiestas se ponga un poco denso. En ese contexto, cuestionar la soledad del otro se intensifica”. Paula (28 años, rosarina y socióloga) cuenta: “En algún momento pensaba que sí era posible no festejar en las Fiestas, pero ahora me gobierna el principio: si no puedes contra ellos, únete. Y trato de tomar medidas para que eso del ‘únete’ no sea tan costoso”. Festejar o no es una elección, claro, pero sin embargo conlleva un carácter imperativo que empuja desde afuera al festejo. Y con él viene aparejado el mandato de la compañía. Hay pareceres varios al respecto. Paula, que desde hace diez años vive en Buenos Aires, cuenta: “Lo que siempre me sorprende de las Fiestas es esa imposición de que hay que pasarlas acompañada por algo que se parezca a una familia tipo. Aun cuando no hay ninguna condición para que eso suceda. En los años que llevo viviendo en Buenos Aires, recuerdo algunas navidades en donde la imposición de la compañía desafiaba ya cualquier criterio. Recuerdo un año que en mi trabajo de camarera había que definir quién trabajaría el 24 y quién el 31, lo cual para todos resultaba un problema enorme, pero para mí..., para mí el problema era que había que entrar a la una de la mañana... y yo... hasta esa hora, ¿qué iba a hacer?”. “Una vez decidí quedarme sola en casa para las Fiestas, pero no fue posible porque vinieron a buscarme”, cuenta Dolores, que tiene 62 años y trabaja en el Ministerio de Salud de la Nación. Continúa: “Me sorprende que el sistema de creencias alrededor de las dos fechas, Navidad y Año Nuevo, esté tan arraigado que finalmente todos quedamos atravesados por ellas”.
Por su parte, Guadalupe observa: “Es posible no festejar, pero estando acompañada con alguien (¡qué paradoja!) que piense lo mismo que una y lo viva de la misma manera. No son fechas que puedan pasar inadvertidas. Es posible no darles importancia, pero hacerlo es como aislarse del mundo. Es entrar en una cápsula y encontrarse con otros que hagan lo mismo. ¿En ese caso se estaría festejando no festejarlas? No sé, pero creo que es imposible no festejar sin otros”.
Ana Delgado es psicoanalista y da su visión al respecto: “Sí es posible no festejar. Lo que no es posible es que las fiestas de Navidad y sobre todo la de Fin de Año pasen inadvertidas. Un aspecto relevante de estas celebraciones es que son mundiales. Para quienes disfrutan de las Fiestas, el hecho de que todo el mundo esté en lo mismo, el identificarse y compartir la celebración, agrega un motivo de alegría. Si por el contrario, por motivos particulares o por personalidad, no se desea festejar, la masividad de las Fiestas agrega malestar y a veces angustia”.
Esa frase puede convertirse en la pregunta que sella la presión por la mesa compartida y la felicidad a las doce en punto. ¿Por qué se estigmatiza la soledad? ¿No vende? ¿Quiénes se atreven a patear el mandato de la compañía obligatoria en las Fiestas? En el escenario de la Navidad y el Año Nuevo “se juega la soledad y desarrolla un verdadero cotillón emocional de sentimientos encontrados, de balances de fin de año, de ausencias de seres queridos, de actualización de duelos, de sufrimientos y angustias que no cesan”, advierte Mónica Cruppi, psicoanalista. Y eso se conjuga con una mirada ajena que pretende instalar el malestar en el “estar solas”. Cruppi continúa con su análisis y observa que “nadie se encuentra totalmente sola o solo, sino que atravesamos momentos de soledad. Hay mujeres que eligen ‘estar solas’ en lo referido a formar una pareja o construir una familia, mientras que hay otras que lo padecen. Sin duda, el concepto de ‘modernidad líquida’ de Zygmunt Bauman impregna y otorga figurabilidad a estos estados y a esta época. Su metáfora de la liquidez da cuenta de la transitoriedad de los vínculos humanos en una sociedad narcisista, hedonista, con relaciones frágiles, y regida por las leyes del mercado. Esta modernidad líquida exige a las mujeres flexibilidad, fragmentación y una disposición constante hacia el cambio. La inmediatez, la intermitencia y la liquidez prevalecen como rasgos distintivos de algunas relaciones y del malestar cultural actual, junto con el mercantilismo y el consumo como fin en sí mismo, que todo lo impregnan”.
Desde distintos medios nos bombardean con imágenes de familias numerosas y unidas, niñxs jugando con los regalos de Papá Noel, jóvenes enamoradxs brindando. “Son imágenes de un mundo perfecto que no responde a la realidad cotidiana. La cuestión sería tratar de elegir sin la presión del mandato social aquello que nos hace bien y poder imprimirles a las fiestas un sentido propio”, detalla Delgado. ¿Cómo es tomado el mandato de la compañía? Al respecto, hay posiciones diversas. Andrea, artista visual, describe: “Existen ciertas cosas que en esta sociedad suelen ser un problema. En mi caso llevo impresas en mi cuerpo dos de esas tragedias: soy mujer, porque así me asignaron, y mayor de 40. Si a esto le agregamos que mi “familia” está compuesta por mí y mi hija Camila, solamente, la tragedia es mayor, ya que el hecho de no tener pareja es considerado un fracaso. No creo que este mandato que te obliga a estar en pareja se pronuncie más con las Fiestas. El mandato ejerce lo suyo permanentemente.” Laura tiene 32 años y es docente de danza en escuelas públicas de provincia de Buenos Aires. Puntúa: “Durante muchos años no tuve pareja estable, lo cual llegó a incomodarme en los inicios al sentir la presión social de este mandato. Sin embargo con el tiempo lo fui acomodando de algún modo, hasta que me encontré con el feminismo y con compañeras que venían pensando algunas cosas. Nos empezamos a juntar a leer, a escribir, a hacer cosas, y ahí comencé a comprender algunas cuestiones. La amenaza que significa en cierta medida las mujeres solas, o agrupadas con otrxs, en otros sentidos que la tradicional pareja heterosexual monogámica, y aquí veo un punto crucial: la posibilidad de que la sociedad acepte otros modos diversos de vincularse”.
En su cuenta de Twitter, Guadalupe tuiteó: “¿Algo peor que las Fiestas? Que tu familia arme un grupo de Whatsapp para organizar las Fiestas”. Dice que las Fiestas son el momento más Facebook del año: “Creo que hay un mandato general que rige, como si fuera obligatorio divertirse. Y si la cuenta da negativo, se observa, se nota, se señala. La compañía, creo, es un mandato que una acarrea desde que nace. Que siempre es mejor estar con alguien antes que sola es algo que se mama desde la más tierna infancia. Y no creo que sea algo propio de las mujeres, pienso que es algo con lo que cargamos tanto mujeres como hombres, aunque las mujeres, es cierto, cargamos con ciertos mandatos sociales extra que establecen, incluso, algo así como una “fecha de vencimiento”. Lo cierto es que socialmente, a partir de los 30, ciertas fichas sociales empiezan a pesar y a las mujeres se nos sugiere cumplir con un deber ser que nos obliga a comprometernos en la búsqueda del éxito en todo sentido: profesional, familiar, sentimental, emocional. Justo a los 30, cuando una más o menos empieza a entender algunas cosas y va agarrándole la mano a esto de ser mujer y lo que implica, y se permite disfrutarlo, caen las facturas del deber ser dando paso a conflictos internos bastante profundos”.
Dolores suma: “Cuando jovencita intentaba entrar ‘en el molde’, pero hace tiempo que me resulta indiferente y en todo caso el tema de la compañía se convierte en una elección placentera y no en una imposición. Esto fue así y sigue siendo así. Mucho más para las mujeres. Si una mujer está sola sentirá la presión social de distintas maneras. Lo más explícito suelen ser las preguntas sobre si tenés novio, si te pensás casar y tener hijos, o una madre que piensa y desea que su hija se case porque así estará acompañada y tendrá quién la cuide. A pesar de todos los avances en cuanto a la autonomía de las mujeres, sus logros profesionales y laborales, esta idea de que una mujer no está ‘completa’ si no se casa y tiene hijos, persiste en el tiempo”. Julieta es escenógrafa y vestuarista teatral. Dice: “Nunca me pesó estar sola. Creo fervientemente, desde pequeña, que cualquier persona que viva plena y realizada consigo misma no tiene miedo alguno a la soledad. Mis experiencias en pareja suman a la percepción del tiempo y espacio una cuota de letargo que implica e impone el hecho de consensuar y compartir la vida de a dos. Quizá sea que prefiero la ligereza en los movimientos, pensamientos y decisiones, lo que me hace ‘no padecer’ la soledad de pareja. Reconozco que hay una mirada social pacata que condena confundiendo la independencia con la soledad. Nunca me importó. ¡Menos ahora a los 40! La única soledad que me pesa y, aún hoy, me entristece sobre estas Fiestas es la del abandono de mi madre. Y la falta de mi padre. Desde que soy mamá, a la Navidad la voy resignificando a la par del desarrollo interpretativo de Nina, mi hija. Así es que puedo pasar y disfrutar de una cena en casa y estrellitas en la terraza comiendo garrapiñadas mirando el cielo, tiradas en el piso... Las dos solas. ¡Y sin peso!”.
Aun cuando muchas mujeres se han liberado del matrimonio y de la maternidad como sostenes de su ser y estar en el mundo, “hay un empuje social que persiste aun hoy en el siglo XXI, hacia las mujeres que están solteras, sobre todo hacia las más jóvenes –apunta Cruppi–, impelidas a formar una pareja y tener descendencia manteniendo así la impronta de la maternidad y la pareja como destino. Esto suele ponerse en juego en eventos sociales y familiares, donde algunas sienten el estigma y el peso de la soledad. Pero con este imperativo que puja, ¿qué espacio hay para el amor y encuentro amoroso?”. Asimismo, Alkolombre señala: “La soledad en las mujeres muchas veces es vista como algo negativo y, si bien ha habido cambios muy importantes en cuanto a su libertad, la problemática de la soledad toca un punto que hace a su vida afectiva: el estar solas, sin pareja o sin haber construido una familia, y esto va más allá de la valoración de su trabajo o su vida profesional”.
“El mandato heteronormativo es tan fuerte que, incluso aquellos que tenemos conciencia de ello, solemos caer en la trampa ¡como si el sueño a cumplir de toda mujer fuera atravesar el camino junto a un hombre, o una mujer o lo que sea. Ninguna otra conquista individual pareciera evitar en algún momento ese supuesto fracaso wertheriano. La presión social es tan grande que a veces siento esa soledad, a veces me da la sensación de que no puedo con todo. Otras veces, pateo el mandato y es cuando me siento poderosa. Ahí aparece el arte, que es el lugar en donde me propongo indagar sobre estos temas”, apunta Andrea. Laura dice que intenta resolver en la medida de lo posible, en lo personal y cotidiano, en coherencia con lo que cree y desea como modos más libertarios de vincularse y de organizarse. Y agrega: “Hace algunos años que sostengo una pareja abierta –y vínculos abiertos– con personas que intentan practicar modos de vincularse menos coercitivos, manipuladores, mentirosos y esclavos. Insisto, intentamos. Cuesta. Tenemos muy internalizada la cultura monogámica patriarcal que nos moldeó, pero se puede, es posible, y es hermoso descubrirlo y expandirlo”. Guadalupe cuenta que hasta ahora viene pateando el mandato y, por lo general, “me fue indiferente”. Sigue: “Desde hace un par de años me permití entrar en cierta experimentación que no estaría coincidiendo con los tiempos sociales de lo que ya tendría que tener resuelto a mi edad. En mis círculos más cercanos todos empezaron a tener un proyecto de vida acompañada (convivencias, familias, hijos) y yo empecé a preguntarme si no debería tener uno también, cosa que antes, a pesar de tener noviazgos largos, no me había preguntado. Y lo peor de todo es que cuando empecé a preguntármelo empecé a desearlo. Es una sensación rara. Me di cuenta de que debería asumirme como alguien mayor que debe dejar el azar de lado para pasar a la concreción de algo. Un algo que no sé si necesito o debería sentir que necesito. Pero al parecer la idea sería tener un plan, cosa que no tengo”. Paula sostiene que en la “obligación de la compañía” durante las Fiestas se aplica una mirada similar con la que conviven las mujeres de más de 30 años que no tienen pareja estable ni hijos durante todo el año. “‘Algo habrán hecho’ o ‘por algo será’, así, en el hecho de pasar las Fiestas en soledad se pone en juego la obligación de un devenir familiar heterosexual donde el centro está puesto en los niños y niñas que garantizarán la descendencia y entenderán desde la infancia que el consumo y la felicidad son buenos socios.”
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