PERFILES
Victoria Vanucci
› Por Luciana Peker
No la calmaba el jardín zen del jardín japonés, ni darles de comer a los peces naranja en un espejo de agua con una porción de vida multicolor en medio de la ciudad, ni la manito del hijo que la acompañaba. Se ahogaba en el llanto de esa flamante maternidad singular. Una mujer separada, hundida en la pena de no ser correspondidamente bien casada, sentenciaba: “El problema es que yo no me compraba bombachas”. El consejo voló como un boomerang con guillotina. La chabomba nueva o el abandono a plazo fijo. Aunque si alguien se queda por tu inversión en calzones mejor que vuele como deben volar las últimas telas antes de la intimidad.
En realidad, los arcos que sostienen la potencia de los pechos a la altura de los besos pueden ser una gran puerta abierta al disfrute. Pero la libertad de mercado –que te dice que tenés que comprar para liberarte mejor– y el erotismo de manual –que te cuenta cómo hacer para retener a un marido– despiertan ganas de volver a quemar los corpiños que desanudaron la opresión femenina en los setenta esta vez con esposas (las que portan libreta como carnet de conducirse en la vida y las que atan muñecas como una prueba de recetas sexuales para la mujer moderna) y sex toys incluidos (aunque el humo salga más caro y huela más pesado).
Si esa hoguera va a deshilachar nuevos mandatos seguro que entra la tapa de la edición navideña (1721) de Caras, con Victoria Vanucci declarando “Soy una adicta al erotismo”. Las fotos la muestran abierta de brazos pero ante un caño de una pileta de natación, con dorados que hacen brillar que parió dos hijos y maravillosamente no se nota, que es mamá y bomba sexy (ambas cosas destaca la publicación para las haraganas que creen que todo no se puede) y con una bombacha negra con cadenitas hasta su vientre y un corpiñito negro con cadenitas hasta su cuello (todo muy como le gustaría a Grey, el galán best-seller que estrena sus rituales sexuales en cine, el 14 de febrero, San Valentín, por si no tenían en el calendario la fecha que no jode tanto por cipaya sino porque ahora lo más importante del corazoncito es que el flechazo sea consumista y performático).
Una regla no escrita de las revistas es que las chicas abren sus cuerpos y sus bocas a las fotos cuando tienen algo que publicitar a cambio. Y Victoria quería contar que en abril del 2015 estrena una casa de lencería en plena avenida Alvear, la que define como la mejor cuadra de Buenos Aires, dando por descontado que cara es mejor. Ella dice que va a asesorar personalmente a sus clientas. Pero no sólo con qué taza de corpiño sostiene mejor, sino como una celestina de algo mucho más difícil que encontrar un amor (y más riesgoso): conservarlo. “Voy a salvar parejas”, se proclama Vanucci.
Su pecado no es ser la esposa del millonario Matías Garfunkel, la mamá de Indiana y Jorge Napoleón, a los que no deja hacer colecho para que el colchón lo ocupe sólo su marido, ni bañarse en el jacuzzi con sales del Mar Muerto. Tampoco se la juzga por haberse casado con Cristián “El Ogro” Fabbiani y denunciar violencia de género. Aunque, hace sólo cuatro años, el 8 de junio del 2010, desde otra tapa de Caras a Victoria la mostraban eróticamente ensangrentada (en una apología de la sensualidad de ser lastimada), en una decisión editorial que no puede recaer sobre la víctima. Pero sí engloba los pechos de Victoria no armar su propio rompecabezas del placer, sino encajar en el mercado que pretende que para ser feliz ahora el goce también se pague. Con dinero para gozar pero, especialmente, para hacer gozar, que en el lenguaje de los mandatos de la vereda es atender bien al marido para que no se vaya. Y que, generalmente, no se logra con disfrute sino –especialmente– con silenciar deseos y demandas. Pero amplificar la satisfacción.
Ya no es necesario sólo fingir el orgasmo, ahora hay que producirlo.
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