INTOXICADA La muerte de Lola Chomnalez volvió a abrir una caja de Pandora mediática que explota la imagen de la adolescente a niveles de repudio. Se llenan horas de aire hasta convertir el caso en un festival grotesco que avala con múltiples relatos la violencia de género. Pese a que la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual es clara en el tratamiento de casos que involucran a menores, la irresponsabilidad comunicacional sigue entendiendo la normativa como materia opinable.
› Por Roxana Sandá
Se supone que el caso Lola Luna Chomnalez dará tela para cortar durante algunas semanas más. Al menos eso es lo que sugiere la mayoría de los medios sin sutilezas, al contrario, voraces de una voracidad capaz de deglutirse a una familia entera, la de Lola, con tal de hallar “cosas diferentes”. Indicios de algún suceso inexplicable que siga conduciendo hacia el derrape del morbo, para poder transformar la muerte de una adolescente en la consecuencia espantosa de otros secretos intrafamiliares inconfesables. Eso quisieran. En el mientras tanto hay que llenar horas de aire armando y desarmando el perfil de una chica que la pantalla convirtió en cuestión de días en un frankenstein mediático, un montón de retazos torpemente pegados que no la reflejan y ni por asomo hablan de ella en su verdadera esencia.
Lola apareció muerta cuando faltaban pocos días para darle vuelta de hoja al año que se iba y desear en uno o mil brindis que los anhelos se cumplan, muy lejos de imaginar de cuántos modos opera la violencia contra las mujeres. La que se le cruzó a ella en una caminata por la playa delata a gritos un sistema jerárquico patriarcal que se sigue imponiendo a fuerza de sangre y disciplinamiento hasta la muerte, si fuera necesario. Habla también del desprecio sistemático por la vida de niñas y mujeres que lo caracteriza. Es ese punto negro del relato machista que describe “todas las mujeres son iguales”, sin importar horarios, condiciones sociales ni actitudes. Lola, Melina Romero, Angeles Rawson, Pepa Gaitán, Nicole Sessarego Bórquez fueron una y nadie en ese segundo exacto en que fueron detectadas para obligarlas a callar, obedecer, dejarse hacer o pagar con daño y muerte la insumisión, como les ocurrió a cada una de ellas. Los lugares comunes surgen después, cuando el drama toma estado público y la irresponsabilidad comunicacional arma un banquete en mal estado que avala con múltiples interpretaciones la violencia de género.
“El peor final: encontraron muerta a Lola Chomnalez. Habría sido abusada sexualmente”, publicaron algunos medios minutos después de conocerse el desenlace de la búsqueda. Lo hicieron porque la posibilidad del costado sexual suma y porque, aun cuando el rumor inicial fuera incomprobable, qué otro motivo podría existir en el imaginario express si las damnificadas son mujeres y si en un dos más dos se trata de chica joven, bonita, de buena familia, paseando sola en un balneario despoblado a horas de la siesta. El tratamiento siempre es tendencioso, con las salvedades del según para quién, como le sigue ocurriendo a la memoria de Melina Romero –entre paréntesis, no hay detenidos por el crimen, en una nueva actuación bochornosa de la Justicia–. En una columna para este diario, la especialista en temas de infancia, Claudia Chaparro, se refería a otras grietas que los medios soslayan. “Ayer, el portal de un diario argentino exhibía una nota titulada: ‘Quién era Lola Luna Chomnalez, la chica argentina que apareció muerta en Barra de Valizas’. Esto se contrapone con la mirada que otro importante diario tenía sobre Melina, la adolescente asesinada en septiembre de 2014: ‘Una fanática de los boliches, que abandonó la secundaria’. Las dos notas se refieren a la vida personal de las chicas y, de manera distinta, ponen foco en cuestiones íntimas, en sus redes sociales y las opiniones de su entorno, como intentando hacer un paralelo entre la forma de vida y el modo en que la perdieron.” Hasta que a Melina la soltaron porque dejó de sumarle puntos al rating, conductores televisivos seguían preguntándose “qué hace una chica sola a esas horas en los alrededores de un boliche”. Con Lola otras gallinas cacarearon: en tanto Mercedes Ninci cuestionaba que anduviera sola por la playa, Mariana Fabbiani respondía mosqueada “bueno, salió a caminar porque era una chica que tenía vida interior”. Juegan estas dos, como en tantos otros envíos, un juego esquizofrénico entre el escarnio y lo moralizante, según la muerta de que se trate, porque sus miradas neopalermitanas, lejos de querer analizar y visibilizar los procesos de vulnerabilidad, prefieren chapotear en otras cuitas que aseguren la venta en pantalla plana. “Periodistas y comunicadores tenemos una responsabilidad insoslayable e impostergable en la revisión y transformación de la cultura de la impunidad y complicidad que rodea los crímenes mediatizados y no mediatizados, así como la desnaturalización de las violencias cotidianas”, advierte María Belén Rosales, coordinadora del Observatorio de Medios, Laboratorio de Comunicación y Género de la Facultad de Periodismo de la Universidad Nacional de La Plata.
Desde la aparición del cuerpo, las imágenes de Lola son exhibidas de la mañana a la noche en noticieros, en programas de debates ruidosos de vuelo bajo, entre hipótesis desafortunadas que no vale la pena reproducir. El escrache mediático al marido de la madrina de la adolescente no tiene vuelta atrás, más allá de que continúe vinculado a la investigación. La Red Internacional de Periodistas con Visión de Género en Argentina (Ripvg) expresó en un comunicado su solidaridad con la familia de Lola y cuestionó el tratamiento “de algunos medios, que, en forma de debates, paneles, comentarios varios invade la intimidad de la familia sin que haya ningún aporte informativo trascendente. Se exhibe, sin ninguna necesidad ya que no se la busca, la imagen de la joven vulnerando su memoria”. La nueva Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual es precisa sobre el tratamiento que deben recibir los casos que involucran a niñas, niños y adolescentes en los medios, pero en líneas generales es ignorada, como si se tratara de una materia opinable y no de una normativa con carácter nacional.
En Uruguay, el caso tomó estado de conmoción entre las organizaciones de mujeres. Las activistas de Feministas en alerta y en las calles realizó una concentración en Montevideo, en repudio al femicidio de Lola, junto con otros casos que ocurrieron en las últimas semanas. “En Uruguay cada 9 días un hombre toma a una mujer, a una chica o a una niña y en algún momento, antes y/o después de abusarla sexualmente, intenta asesinarla. Cada 15 días una nueva muerte alimenta la crónica roja”, describe la organización en su página de Facebook. “Según la primera Encuesta Nacional de Prevalencia sobre Violencia basada en género, siete de cada diez mujeres (700.000 mujeres) relataron haber vivido, en algún momento de sus vidas, algún tipo de violencia de género, ya sea, sexual, física, psicológica, y/o patrimonial. Son estadísticas que tienen nombre y rostro. Por eso exigimos leyes que condenen este tipo de violencia específica, endémica, injusta y atroz. ¿Cuántos femicidios más tenemos que esperar?”
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