Vie 30.01.2015
las12

JUSTICIA

Nadie puede dormirse aquí

A seis años de la desaparición y muerte de Luciano Arruga, y a tres meses de la aparición del cuerpo enterrado como NN en el cementerio de la Chacarita, las chicas y los chicos que habitan el barrio donde se crió el joven siguen padeciendo la mano dura de la violencia institucional, en un contexto de pobreza, exclusión y violencias intrafamiliares. La voz clara de su hermana, Vanesa Orieta, señaló desde siempre la criminalización de la que son víctimas, pero ella también reconoce que aún no se pudieron generar estrategias de cuidado contra los golpes, los aprietes, el reclutamiento para cometer delitos y los armados de causas. El cuerpo maltratado de Luciano aun después de su muerte es un recordatorio permanente de cuánto falta todavía en la democratización de las fuerzas de seguridad.

› Por Roxana Sandá

Vanesa Orieta venía poniéndole piedras en el camino al control policial, la corrupción y la impunidad. Pero desde que apareció el cuerpo de su hermano, Luciano Arruga, en octubre del año pasado, aquel sendero de lucha que llevaba cinco años y nueve meses estalló en un universo furioso y anhelado, porque volvió inteligibles todas las zonas oscuras de la violencia institucional contra los más pobres. En La Loma, como le dicen pibas y pibes a Lomas del Mirador, ese punto de La Matanza donde creció Luciano y en el que se negó a delinquir para la Policía Bonaerense, suman gargantas y gritan como Vanesa que “ahora sí vencimos la criminalización de los jóvenes”, aunque las vísperas de este aniversario los siga encontrando en la misma encerrona policial y judicial que no da tiempo a llorar por los muertos ni a andar angustiándose por los vivos golpeados o torturados de cada día. “Hoy más que nunca hay que estar bien despiertos”, advierte Vanesa, “porque si bien el caso de Luciano fue una bisagra para el barrio, la violencia contra chicas y chicos sigue intacta y la vulneración de sus derechos es cada vez más profunda. Tratan de sobrevivir como pueden porque no tienen herramientas para construir una estrategia que los contenga y los proteja”.

¿El antes y el después que significó la desaparición de Luciano, el 31 de enero de 2009, para sus amigas y sus compañeros, inició al menos un proceso interno de desnaturalización de la violencia?

–Seguro. Pero aún así se siguen percibiendo las vulnerabilidades. En cuanto llegás a una villa, ves la vulneración de un derecho. El tema es que esta sociedad, al naturalizar que las villas existan, naturalizó que allí se venda paco y que nuestros jóvenes mueran por esta basura. Se naturalizó que en las villas las policías controlen y manejen diferentes tipos de delitos como la venta de drogas, la prostitución infantil y las cooptaciones de jóvenes para salir a robar. Se naturalizó que entre bandas también se golpeen, se maten, que la policía mate y desaparezca jóvenes. Chicas y chicos viven en casas indignas, con familias amuchadas como pueden, sin cloacas, sin asfalto, sin la posibilidad de acceder a hospitales públicos con médicos especializados y equipos tecnológicos que les solucionen los problemas.

¿Cómo hacen entonces para apropiarse de ese territorio y trascender de alguna manera los acosos que les toca vivir a unas y a otros?

–Hablo de los pibes porque la realidad es que se conocen más casos de jóvenes torturados, asesinados o desaparecidos. Así como en lo que tiene que ver con redes de trata, los casos que abruman son de pibas y mujeres desaparecidas para la explotación sexual. Pero la vulneración de derechos no excluye a los géneros: en las villas viven niñas, niños, hombres y mujeres. Mi hermano desapareció cuando tenía 16 años, se vinculaba con niños y niñas de su edad. Hoy una joven de un barrio tampoco puede acceder a educación digna, ni a un centro de salud donde sea atendida y saldadas todas sus dudas. ¿Qué posibilidades tienen esas mujeres con sus cuerpos y con las elecciones sobre sus cuerpos? En estos barrios lo vemos a diario con jovencitas que emprenden el camino de ser madres muy pequeñas, sin entender la magnitud de lo que vendrá para sus vidas.

¿También soportan detenciones arbitrarias como las que sufren los varones?

–Afrontan todo lo que tiene que ver con detenciones arbitrarias e ilegales; es muy doloroso. He escuchado declaraciones de pibas diciendo que es lo mismo si son revisadas por policías hombres o mujeres. Y ahí se invade otro vector íntimo y sensible de lo femenino: las pibas son maltratadas, tocadas, manoseadas. Se nos intenta doblegar desde ese lugar que históricamente este sistema machista viene operando contra nosotras. Las chicas sufren al igual que los chicos lo que tiene que ver con las diferentes formas de violencia institucional, y una en particular, que es la violencia policial, tampoco las deja fuera. Al contrario, sufren detenciones arbitrarias, golpizas y también son apretadas si defienden a sus compañeros.

¿Podrían pensarse estrategias posibles de cuidados?

–En principio, entender que las violencias no recaen en mayor medida sobre los varones. Uno de los casos más conocidos de violencia policial hacia una mujer es el de Andrea Viera, que murió por golpes y torturas en una comisaría de Florencio Varela. Otro es el de las hermanas Ailén y Marina Jara, presas por intentar defenderse de un vecino abusador, en Moreno. Deberíamos recordarlos siempre para entender que esto no sólo se relaciona con la violencia que padecen niños y jóvenes. Nosotras también podemos sufrir tortura y muerte. Surge un tema central para analizar: qué nos ha pasado como sociedad que naturalizamos las torturas, muertes y desapariciones. Aborrecemos las que ocurrieron durante la última dictadura militar, pero no con tanto ímpetu las que acontecen hoy.

Si una joven quisiera denunciar ante la Justicia a una red de trata para explotación sexual que opera en su barrio con la complicidad de civiles, policías y sectores políticos, “seguramente lo que recibiría del aparato judicial serían malos tratos”, asegura Vanesa. “Lo primero que le preguntarían es cómo se viste o cuánto seduce con su andar. El sistema judicial es muy machista a la hora de tomar declaración a mujeres que van a denunciar ese tipo de hechos.”

Algo similar ocurre con la violencia intrafamiliar.

–Lo veo a diario con la violencia que sufren las mujeres por parte de sus compañeros. A las de los barrios también se las castiga, y mucho. No son escuchadas ni tampoco tienen material informativo o refugios donde poder salvar sus vidas. En Lomas del Mirador no hay dónde acudir, y si existe algún lugar, evidentemente la difusión es precaria porque conozco mujeres golpeadas que me dicen que no hay sitios en los que puedan pedir ayuda. Sabemos que esos lugares deberían estar en los barrios, donde lo que está en riesgo permanente es la vida. No hay mucho tiempo para pensar o para exigirle a la mujer que vaya a Capital, “porque allá tenés los lugares más top para solucionar tus cosas”. Necesita la asistencia en el territorio, donde están sus problemas. Cuando va a la comisaría, la policía ignora las denuncias y somete a la víctima a preguntas innecesarias e inhumanas, revictimizándola una y mil veces. Una vez que la quiebran, que no encuentra ningún lugar donde poder refugiarse y protegerse, ya está todo dicho, esa mujer poco a poco se va muriendo.

Inquebrantables

En el barrio 12 de Octubre, La 12, de Lomas del Mirador, donde viven Mónica Alegre, la madre de Luciano, y sus hermanos menores, Mauro y Mario, los primeros tiempos tras la desaparición “fueron terribles”, recuerda Vanesa, por haberse animado a denunciar la violencia que sufrió Luciano desde 2008, cuando fue detenido, golpeado y torturado por policías en el destacamento local. El ensañamiento tenía motivos: nunca lograron domesticarlo para efectuar los robos que querían encargarle. Las persecuciones a amigas y amigos del joven empeoraron, no hubo redes de protección que resguardaran de ataques con el tiempo sistemáticos. “Lo que sucede cuando se denuncia una situación como la que le tocó vivir a Luciano es que todo ese aparato empieza a utilizar herramientas comunes a otros casos, que tienen que ver con desvirtuar la escena real. Después tratan de quebrar las voluntades de la familia y del entorno tomando declaraciones ilegales, en las que te instan a decir dónde está esa persona o a que brindes información porque, si aparece muerta, la responsable vas a ser vos.

¿Qué se pretende generar?

–Que encuentres al enemigo en cualquier lugar, hasta en tu propia familia, presionándote, sin dejarte respirar ni poder pensar. En nuestro caso se instalaron en la casa de mi abuela pinchándole el teléfono, porque la Dirección de Investigaciones (DDI) de San Justo argumentaba que Luciano se autosecuestró y que detrás había un asunto de drogas. Pero a nosotros se nos encendió un alerta. Tuvimos la posibilidad de entender que esos que nos rodeaban querían desvirtuar la investigación y quebrarnos totalmente. Percibimos el riesgo porque se estaba denunciando a una mafia organizada, la maldita Policía Bonaerense. Los primeros años fueron duros, no tuvimos acompañamiento de nadie; el Poder Judicial y el poder político obstaculizaron todo el proceso de investigación, organización y lucha, y eso en un sistema democrático es grave.

¿Cuál es el panorama que observás para lxs jóvenes y lxs familiares que denuncian a sectores de poder, como lo vienen haciendo ustedes?

–No somos ingenuos. Entendemos que dentro de un tiempo el presidente de la Nación puede ser el que hoy gobierna la provincia de Buenos Aires y quien consideramos que es el responsable político de la desaparición de Luciano. Que esa persona llegue a la presidencia va a complejizar mucho más el panorama para las jóvenes, los jóvenes y los familiares que denunciamos a los sectores de poder. No cabe duda de que la vamos a pasar peor. La cuestión es que la sociedad lo comprenda, tiene que entender que ponemos en riesgo nuestro futuro cuando llenamos los barrios de más fuerzas de seguridad, que reproducen la misma lógica de la maldita policía bonaerense.

¿En qué aspectos puede empeorar esa situación?

–La Bonaerense ha modificado y perfeccionado sus modalidades de desaparición y muerte. En la causa de Miguel Bru intentaron borrar el nombre, pero una perito logró determinar que a Miguel lo habían detenido en la comisaría 9ª de La Plata, donde fue torturado hasta morir. En el caso de Luciano ni siquiera dejaron registros: el libro de guardia, un documento público, tenía muchísimas falencias, borraduras, tachaduras, hojas arrancadas. Son delitos gravísimos, pero tan naturalizados que ya ni siquiera se registra a los pibes que ingresan a las comisarías. De todos modos, no creo que todo sea igual que antes, porque éste es un gobierno que ha avanzado mucho en materia de derechos humanos, instalando que en nuestro país desaparecieron a 30.000 hermanos. Pero al mismo tiempo hay que analizar por qué no se habla de la violación de derechos humanos en democracia, por qué la causa de Luciano intentó ocultarse durante todos estos años, como se siguen ocultando las causas de Julio López, de Iván Torres, de Daniel Solano, de Facundo Rivera Alegre, de Sergio Avalos. No está todo igual, pero la violencia institucional la siguen sufriendo los pobres.

Cuando apareció el cuerpo de Luciano dijiste que “vencimos a la mirada criminalizadora hacia los jóvenes”.

–Porque la criminalización y la discriminación que viven los jóvenes es la que silencia. Por más que un familiar grite desesperadamente el nombre del que se está buscando, esa voz no va a escucharse porque no hay receptores del otro lado, están muertos, deshumanizados; son mezquinos, individualistas. Nosotros seguimos remando contra la corriente y esa voz se pudo escuchar. Eso habla de que se ha vencido en esta causa, con el cuerpo encontrado, pero no se venció en lo que tiene que ver con la problemática grave que sufren chicas y chicos. Seguimos perdiendo vidas. Con la causa de mi hermano siento que vencí. Por algún motivo lo aparecieron, y creo que eso tiene que ver con la organización y la lucha de esta familia. No sé cuánto más políticamente se soportaba este desaparecido.

La nada

Un cuerpo como bolsa de papas. Así imaginó demasiadas veces Vanesa a su hermano. Un saco de huesos virtual al principio, cuando Luciano iba boyando entre indiferencia y maltratos por diferentes instituciones, y tras su desaparición después, mientras su madre y su hermana golpeaban las puertas y los mostradores de comisarías, tribunales y organismos oficiales. “Lo único que imagino es una bolsa de papas, pero con un cuerpo observado desde preconceptos y prejuicios. La lógica de la discriminación indica que esa bolsa tiene que ser sacada y arrojada una y otra vez de los diferentes lugares donde se encuentre y de otros donde moleste. La mejor forma de denigrar la vida de esa persona es tomarla como la nada misma. Considerar a mi hermano como NN en un contexto donde existía una familia buscándolo plantea un panorama inmundo. Es la imagen del cuerpo de Luciano tirado de un lugar a otro por el afán de ocultarlo y con una falta total de respeto por su vida. Y cuando lo nombro hablo de un montón de jóvenes tratados de la misma forma. Yo no tengo odio, no los voy a matar, pero nunca los voy a perdonar. Cuesta poner en palabras la humillación que ha vivido Luciano.”

¿Cómo pueden entonces defenderse hoy adolescentes que sufren aprietes policiales e institucionales a diario?

–En la mayoría de los casos no denuncian. Sufrir la tortura quiebra tu voluntad, tu honor. Te hacen entender quién tiene el poder: tu vida se va cerrando en pensar que todo lo que hagas va a ser controlado por ese que te está amenazando, en este caso la policía. Comprendés que son los que pueden llevarte en cana, porque el armado de causas es otro problema que sufren las y los jóvenes en los barrios. Al tener claro cuáles son los problemas que se les pueden venir encima una vez que denuncian una situación de violencia, la primera opción es retroceder. El panorama es desalentador, porque quisiera que denunciara para que empezaran a existir estadísticas, pero la realidad demuestra que nadie los protege una vez que efectúan esa denuncia y que quedan rehenes de mafias policiales organizadas que los sacarán de escena si molestan.

En el 12 de Octubre o en el Santos Vega, otro asentamiento de Lomas del Mirador, son cosa de todos los días las detenciones a chicas y chicos por tener un porro. “Hoy nadie te arma una causa. Al pibe que vive en una zona acomodada, si le encuentran un porro le miran el documento y lo mandan a la casa. Al de una villa lo llevan preso, le dicen que tiene que pagar y si no tiene la cifra que a ellos se les ocurre que debe entregarles, lo verduguean, lo chantajean, le dicen que van a armarle una causa.”

Como le ocurrió a Luciano.

–Claro, porque en algunos casos les dicen “no te armo una causa, pero tenés que hacer determinadas cosas para mí”. En otros, hubo pibes que fueron torturados en comisarías y les advirtieron que iban a terminar como mi hermano. Fueron a llevarnos el mensaje, porque mandarte a un pibe golpeado también es una forma de seguir presionando a la familia para que no hable.

A Melina Romero, la adolescente violada y asesinada que fue hallada a la vera de un arroyo en José León Suárez, también intentaron anularla convirtiéndola en un saco de huesos trasladado y arrojado una y otra vez en diferentes sitios.

–Hay un hilo conductor en la criminalización de jóvenes pobres y de sus familias. En el caso de Melina quedó demostrado que ésta es una sociedad machista perversa que sigue exponiendo a la mujer a situaciones violentas, y que debe hacerse un gran esfuerzo para empezar a cambiar estas lógicas. Otro caso similar es el de Candela Sol Rodríguez, la nena que fue encontrada muerta en una bolsa, en un baldío de Villa Tessei. No sólo limpiaron a toda la Bonaerense de la escena, sino que trataron de hundir a su familia, sobre todo a la madre. No me interesa averiguar quiénes son los padres de Candela, lo que quiero saber es quién mató a una nena de 11 años. Y por qué Daniel Scioli estaba al lado de una bolsa con el cuerpo de la piba cuando todavía ni su madre la había visto. Hablamos de niñas y adolescentes que todo el tiempo sufren la mirada de una sociedad que no los escucha, no los valora y se desentienden de ellos. Hay que resolver qué les pasa con la violencia, el alcohol y las drogas, cuáles son sus inquietudes, si están bien en la escuela. No interesa si las chicas quedan embarazadas a corta edad y no pueden seguir con sus proyectos. Lo único que importa es ver cuán corto es el pantalón o cuánto se aprietan las gomas a la hora de analizar cuál fue la vía de sufrimiento de una piba.

Grabado en la memoria

Mañana, en el sexto aniversario de la desaparición y muerte de Luciano, una caravana partirá a las 10 de la mañana desde la plaza que lleva su nombre, frente al barrio 12 de Octubre, para ir al destacamento policial de Lomas del Mirador, donde fue sometido a golpes y malos tratos en varias oportunidades. Luego pasará por la comisaría 8ª –de la que dependía el Destacamento–, un centro clandestino de detención durante la dictadura militar conocido como Sheraton, que nunca fue señalizado, y concluirá del lado de provincia, en la avenida General Paz y Mosconi, a metros del lugar donde fue atropellado por un automovilista mientras “escapaba desesperado de algo o alguien”, según declararon testigos de la causa. Vanesa recrea el recorrido para “ejercitar una memoria dinámica que recuerde lo que pasó pero que también piense en lo que está sucediendo. Que las voces se levanten para demostrar que no hay miedo”.

¿Cuál es la situación actual de los ocho policías involucrados en el caso?

–Más de lo mismo. Nunca fueron enjuiciados porque en la causa siempre figuraron como testigos, no están imputados por la desaparición de Luciano ni por su muerte. Uno de ellos, el entonces subcomisario Ariel Herrera, presentó a principios de 2014 un recurso de amparo ante un juez pidiéndole volver a trabajar porque esta causa llevaba muchos años y él no había sido procesado. La Justicia entendió el reclamo y Herrera fue reincorporado a un cargo en el Estado. En abril de 2010 el entonces fiscal Carlos Stornelli pasó a disponibilidad a todos, pero tres meses después fueron reincorporados en otras jurisdicciones.

¿En qué punto se encuentra la investigación de esta causa?

–En que no creemos en el accidente. Luciano fue llevado hasta allí, lo obligaron a cruzar por una zona peligrosa, la vía rápida de General Paz, estando cerca el puente de acceso a Capital Federal. Pero lo más importante de esto es que la persona que lo atropelló dijo que vio correr a un pibe desesperado, escapándose de algo. Y la segunda persona que llega al lugar identifica en la colectora a un patrullero de la Bonaerense con las luces apagadas y que no intervino. La desaparición de Luciano la denunciamos a partir de la una de la mañana del 31 de enero y él aparece en ese cruce a las 3.21. Para nosotros está todo dicho, sólo voy a agregar que ese día a mi hermano lo detuvo la Bonaerense. Lo que tiene que determinar la Justicia es qué pasó con Luciano en las horas previas a llegar a la General Paz.

Siempre hablaste del hallazgo del cuerpo de Luciano como un punto de partida y no como un capítulo cerrado en esta historia.

–Porque lo que deja claro la desaparición es el estado de incertidumbre. Creo que es el modo más efectivo de torturar a los que quedamos con vida. Dormirte y levantarte todos los días pensando dónde está esa persona, sin tener conciencia clara de si está viva o muerta, es terrible. Cuando encontramos a Luciano fue crónica de una muerte anunciada, pero el cuerpo da la posibilidad de hacer una lectura sobre lo que ocurrió ese día. Hay una causa judicial en la que no se investigó un accidente de tránsito, lo que habla de una total falta de respeto por la vida de los más humildes y de algo muy peligroso que tiene que ver con la desaparición de personas en democracia: a mi hermano lo desaparecieron de una manera perfecta, enterrándolo como NN en un cementerio.

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