FOTOGRAFíA
Dieciséis años en la historia de una pareja que deviene en una familia con dos hijos a través del cuerpo de la mujer. El artista Gustavo Sagorsky documentó el devenir de su vida en común a través de ella, Sonia, mujer que pare, sufre y goza en intensidades que su marido supo capturar para la eternidad.
› Por Flor Monfort
Poner la mesa, firmar el cuaderno de los chicos, inventar juguetes para pintar una tarde de domingo nublado, hacer un panqueque o sacarse un pelo encarnado. Los nombres de las obras no dan las pistas, son las fotos solas las que hablan y dicen a los gritos que la vida cotidiana de una familia no se documenta así nomás. Gustavo Sagorsky (Buenos Aires, 1975) llamó a este trabajo Estudio de una relación a través de la fotografía para una muestra en el Jerusalem Artist House, pero bien puede cambiar de nombre, porque el trabajo sigue: empezó sacándole fotos a la chica de la que se enamoró en 1998 para terminar documentando una historia que se inflama con el tiempo en común, la llegada de los hijos, los cambios en el cuerpo y el fluir de una pareja.
Se conocieron en Jerusalén, una semana después de su llegada, estudiando hebreo, él argentino, ella venezolana. “Había venido para estudiar fotografía y la escuché a Sonia, de lejos, ni siquiera la vi, ella estaba leyendo una poesía. Yo estaba con una amiga y le dije: ‘Con esa chica me voy a casar’. Me gustó su voz, me tranquilizó. Nunca le tuve tanta paciencia a la conquista de una mujer. Ella tiene cinco años más que yo, entonces al principio no me daba bola, yo era como un chiquito y ella se había recibido de psicóloga, era de una familia muy concheta venezolana y yo era un grasa de Villa Crespo. Sus pretendientes la invitaban en avión privado a islas propias y yo trabajaba en una pizzería. Pero lo logré”, dice por Skype, a pocos días de inaugurar una experiencia que une este trabajo sobre su familia con otras imágenes de la calle, muy cerradas, ensayo que llamó Nervio.
Cinco años después llegaron los hijos: Nunes tiene once años (en realidad se llama Noam pero le dicen Nunes), Mijael tiene diez. El episodio maternidad está acentuado en las imágenes, el cuerpo de Sonia cambia, se hincha, el pelo se enmaraña en esa tormenta que supone dar la teta, correr con los niños a cuestas, ir a trabajar y dejarlos; el desarreglo de la casa, las ojeras. Sonia casi siempre mira a cámara, con esa luz que puede iluminar cualquier lugar del mundo donde está pasando lo importante: lxs hijxs lo cambian todo, irreversiblemente. Y la vida sigue.
“Sonia es ilusa, como yo. Es frágil, sensible, y es fuerte pero ella no lo sabe. Es más fuerte que yo. La foto es un espejo que le muestro para que vea que es fuerte. Nosotros la pasamos bien juntos. Nunca hacemos nada, nunca vamos a ningún lado, ni al cine. Nunca fuimos de viaje solos, ni dos días. Somos un desastre porque nunca llegamos a fin de mes y nunca tenemos plata para hacer nada, pero nos divertimos. Somos inmateriales. Sabemos, o creemos que sabemos, porque nunca lo comprobamos, que nuestra felicidad es inalcanzable y lo material no lo va a lograr. Entonces nosotros nos rendimos a no tener plata. Pero no me siento pobre. Como mamá es distraída. Va cambiando con el tiempo, antes no se enojaba pero ahora sí. No es híper cariñosa y no está pendiente. Inventa cuentos todo el tiempo donde los personajes tienen problemas existenciales. Ella siempre quiso escribir, pero es psicóloga de niños y tiene mucho trabajo, mucho más que yo.”
–Ella con más naturalidad que yo. Para mí fue muy difícil, porque yo soy un poco irresponsable. No irresponsable a nivel afectivo, pero para ganar plata soy un desastre. Al principio yo trabajaba de jardinero y no ganaba un mango y Sonia viajaba una hora para ir a trabajar, entonces los primeros años de los hijos yo estuve mucho más que ella. Las tres cuartas partes del día estaba yo. Para Sonia ir al parque con los niños era impensable, me mandaba a mí.
–Sí, es que no somos los mismos. Pasan muchas cosas. La gente no tiene paciencia, no está dispuesta a pasarla mal. Y en una pareja se la pasa mal pero por cosas externas: porque estás triste, porque las cosas están mal, porque la gente es agresiva o porque no tenés plata o porque tus hijos se pelean, entonces hay que ver qué hacer con eso en pareja. Nosotros no nos peleamos porque no nos echamos la culpa. Nos peleamos por boludeces, porque ella deja todo desordenado, o porque yo lavé todo y ella deja un cuchillo con Nutela arriba de la mesada, a mí me molesta eso, pero dura un segundo.
–Eso seguro, pero porque Argentina es un país súper machista, acá también pero de otra manera. Es que allá es ridículo, es retrasado directamente. Hay mucha violencia, demasiada, no podría vivir allá, me deprime. Acá también me deprimo, pero menos. A veces estoy en mi estudio y la llamo y le digo “Sonia, estoy triste” y ella me dice que le cuente por qué y hablamos, ella no me dice “no estés triste porque todo va a estar bien”. Me escucha. Y no me dice nada. O me dice “vos sos así, ya te vas a poner bien”. Y ella también se pone triste. No sé si eso se ve a través de las fotos, pero yo lo veo todo el tiempo, lo complejos que somos, tristes y alegres al mismo tiempo. Yo sin el humor estaría muerto.
Para ver el resto de las fotos: gustavosagorsky.com
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