CINE
Melissa McCarthy sigue esperando el papel donde su cuerpo robusto no sea el filtro por el que pasar (o no) el casting. Mientras tanto, le saca chispas a la actuación en St. Vincent.
› Por Marina Yuszczuk
Así funciona la crueldad disfrazada de corrección política: si unx es gordx en Hollywood, podrá acceder a unas cuantas películas y hasta felicitarse por lo abierta que está últimamente la industria y por la cantidad de papeles ofrecidos a todas las variedades humanas de forma y color. Si además de ser gordx unx es negrx, hasta puede que lx nominen para un premio importante, como le pasó a Gabourey Sidibe, la protagonista de Precious, aplaudidísima en la entrega de los Oscar junto con sus compañeros de reparto negros. Pero para eso tiene que sufrir mucho y en serio; un destino más probable y amable para un/a gordx estrella es la comedia, y Queen Latifah, John Candy y Rebel Wilson pueden dar cuenta de las muchas posibilidades que se le presentan a un cuerpo voluptuoso, siempre que esté dispuesto a presentarse como objeto de risas.
Pero lo que jamás de los jamases se podrá encontrar es un/a gordx enamoradx, un/a gordx de comedia romántica que se defina por buscar el amor sin ridiculizarse y que no sea, por supuesto, Gwyneth Paltrow con varias capas de gomaespuma en aquella comedia de los Farrelly llamada Amor ciego. Melissa McCarthy es la gorda de turno y es como es: ni se hace pasar por, ni es de esas heroínas que se suman veinte kilos de un saque para hacer alguna película (Renée Zellweger en El diario de Bridget Jones) y después no dejan de recibir elogios por lo rápido que recuperaron el peso y lo bien que quedaron. No. Melissa es gorda y encima es tirando a petisa, nunca va a ser el objeto de deseo de un galán y es muy poco probable que le toque una escena mínimamente erótica.
Con sus cachetes con hoyuelos y esa sonrisa de nena, los papeles que encara Melissa se suelen repartir entre la mamá bonachona, como la legendaria cocinera de pueblo llamada Sookie que interpretó tan divinamente en Gilmore Girls; la mujer machota, como la oficial de policía que hace de contraparte a Sandra Bullock en esa buena comedia que fue Heat; o la agente encubierta de la CIA que muestra las pantorrillas y suelta la diarrea en la pileta de un baño en Damas en guerra. Claro que el romance también estuvo y fue en Mike & Molly, pero al fin y al cabo se trataba de una pareja de obesos que se habían conocido en un grupo de autoayuda para gente que come demasiado... qué cliché. Por último, el otro rol privilegiado para lxs gordxs es el de white trash, esa resaca de la sociedad que se alimenta de latas, paquetes gigantes de Cheerios, jugos en bidones y junta kilos frente al televisor: McCarthy tuvo su porción de white trash en Ladrona de identidades y en Tammy; en la primera de estas películas como una horder (acumuladora) que se roba la tarjeta de crédito de Jason Bateman para seguir comprando porquerías por docena y tiene sexo bizarro en un motel; y en la segunda, como la empleada de un fast food a la que el marido engaña con una amiga linda.
¿Entonces no hay salvación? Pues parece que no hay salvación, aunque de eso precisamente se trate St. Vincent, la nueva película protagonizada por Bill Murray, donde el actor explota una vez más ese perfil apático y malhumorado que tanto capitalizó Wes Anderson, y a Melissa le toca una vez más hacer de madre cornuda. El es un veterano de Vietnam que vive solo en una casita semidestrozada, es burrero y le paga todas las semanas a una prostituta rusa ahora embarazada (Naomi Watts) para que lo entretenga un poco; ella es la nueva vecina, que llega al barrio escapándose de un marido engañador y dispuesta a bancarse miles de horas extra en el hospital donde trabaja para pagar el alquiler, la comida y el colegio del hijo. Ahora adivinen quién es el santo de los dos, ese al que alude el título de la película. Sí, es él, porque le lava la ropa una vez por semana a la mujer, que está internada en un loquero. Lo que para la mujer es cuidado, para el varón es heroísmo; y aunque Melissa la rompe, como siempre tendrá que seguir esperando para un papel que saque las culpas morales de encima a ese cuerpo tan distinto.
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