COSAS VEREDES
En Estados Unidos hay campañas que buscan instalar que el ente regulador que no aprueba el Viagra femenino lo hace porque es sexista. Sin embargo, algunas voces feministas no concuerdan. Las razones, a continuación...
› Por Guadalupe Treibel
El famoso “Viagra rosa” –la pildorita que, de varios años a la fecha, pide pista para ejercer de ¡oh, redentor! y salvar el deseo carnal de las mujeres– nuevamente está en el centro de la controversia. Y aunque una escueta síntesis argumental indicaría que “la FDA (Food & Drug Administration), ente regulador norteamericano, se niega a aprobar la droga, para indignación de grupos de mujeres que lo increpan de sexista por no contemplar la salud sexual femenina”, la historia se devela más compleja. En principio, porque la FDA no daría el OK precisamente para cuidar a las mujeres, al cantar de ciertas especialistas feministas. Luego, porque muchas de las encolerizadas doñas que lo acusan de discriminar están alineadas y bancadas por las mismas compañías farmacéuticas que quieren lanzar la pastillita de la discordia. Compañías motorizadas menos por un espíritu benefactor y amoroso que por los dos billones de verdes al año que el negocio traería en ganancias. Sólo en Estados Unidos. A los hechos...
A fines del año pasado, la International Society for the Study of Women’s Sexual Health, en sociedad con las farmacéuticas Sprout, Trimel y Palatin, lanzó dos astutas y concatenadas campañas online (Even The Score y Women Deserve) que buscan instalar variopinto repertorio: que señoras y señoritas están en desventaja porque los hombres tienen “24 drogas sexuales disponibles” (en realidad no pasan de seis, pero ¿quién está contando?), y ellas, cero. Que ¡viva la flibanserina!, el fármaco destinado a levantar la libido femenina. Que 1 de cada 10 mujeres premenopáusicas sufre Trastorno de Interés o Excitación Sexual. Que ¡cómo discrimina el FDA! Que llegó el momento de un trato medicinal igualitario... Pues, sendas maniobras (destinadas a alertar sobre la “disfunción sexual femenina” toda, un concepto de vaga definición que también incluye el trastorno orgásmico y el dolor génito-pélvico), están teniendo tal eco que hoy muchos hablan de sexismo (aunque, según informa la revista Marie Claire, “las dos funcionarias más importantes del ente sean mujeres, y la agencia haya aprobado un medicamento para la sequedad vaginal después de la menopausia y otro para el dolor durante las relaciones sexuales”).
Por fortuna, desde la vereda de enfrente, voces detractoras (muchas, feministas) no se han hecho esperar, explicando que todavía hay dudas sobre la seguridad y eficacia de la flibanserina, originalmente probada y descartada como antidepresivo. Que por razones científicas –y no discriminatorias– la FDA negó su comercialización, primero a la firma alemana Boehringer Ingelheim (que abandonó la investigación tras el varapalo) y luego a Sprout (en dos ocasiones). Que dejen de comparar con el Viagra masculino porque la disfunción eréctil es “querer y no poder” mientras que aquí se cuestiona el “poder y no querer”. Que el “no querer” no siempre debería ser medicalizado. Que, en los testeos, quedó evidenciada la eficacia del uso de placebos. Que el deseo femenino es tópico complejo y amerita cotejar más factores que los físicos... Luego, el último bastión de tensión: ¿Estamos ante un problema médico real o ante la creación de un problema médico? El cuestionamiento es válido. En especial, cuando se escuchan argumentos calificados –¡y no pagos!– como los siguientes...
Primero, el de Leonore Tiefer, psicóloga social, catedrática de la Universidad de Nueva York, militante feminista y fundadora de la New View Campaign, que cuestiona la idea misma de “disfunción sexual femenina”. Junto a Ellen Laan, de la Universidad de Amsterdam, Tiefer escribió recientemente una esclarecedora columna para el diario L.A. Times; allí dice: “Como sexólogas y defensoras de los derechos sexuales de las mujeres, estamos horrorizadas con el uso y abuso del lenguaje de la igualdad como forma de presionar a la FDA para que apruebe el ‘Viagra rosa’. Su no aprobación nada tiene que ver con sexismo. Se trata de una justa regulación”. Y luego: “No hay evidencia alguna que pruebe la estadística que maneja Women Deserve indicando que 1 de cada 10 mujeres siente una ausencia biológica de deseo. Además, ninguna prueba científica ha podido identificar causas cerebrales, hormonales o genitales para la mayoría de los problemas sexuales femeninos. Es antiético atribuir a una discrepancia de pareja –que, según abundante evidencia, es la causa más común de la baja de deseo–, una falla física”. El quid de la cuestión, acorde a la dupla, está en las normas socioculturales. En cambiar los mensajes perpetuamente negativos y dar pelea a las expectativas poco realistas: “La industria farmacéutica quiere que la gente piense que los problemas sexuales son asuntos médicos simples, para así ofrecerles medicamentos caros como soluciones mágicas”.
“Si estas empresas estuvieran realmente preocupadas por el bienestar sexual de la mujer, advertirían qué drogas son efectivas para mujeres cuyos problemas sexuales son causados por enfermedades como las diabetes, la esclerosis, las lesiones de columna”, concede Tiefer. En paralelo, Amy Allini, directora del National Women’s Health Network, concuerda en que un diálogo serio sobre la mujer y el sexo está pendiente, aunque duda de que “una droga con mínimo efecto que debe ser tomada a diario y que no ha sido evaluada en sus efectos a largo plazo sea una solución seria”. Sudan Wood, otrora laburante de FDA (renunció cuando el ente se negaba a aprobar la píldora del día después), asegura que la agencia hace lo correcto respecto a la flibanserina. Y Adriane Fugh-Berman, física de la Universidad de Georgetown y directora de la nonprofit PharmedOut, explica que, a diferencia de la disfunción eréctil, “aquí no se trata de aumentar la presión sanguínea” sino de contemplar un asunto complicado que involucra la compleja interacción de neuroquímicos que afectan el comportamiento.
Con justificada indignación, Tiefer es una de las tantas consternadas en ver cómo es banalizada/manipulada la idea de sexismo que esgrime Sprout y compañía, amén de un efectivo golpe de marketing. En sus palabras: “Estas campañas le hablan a un feminismo epidérmico. ¿Qué pasó con el movimiento de las mujeres por la salud? Nuestra lucha sigue siendo recibir ciencia de buena calidad, como cualquier varón”.
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