PERFILES > KARINA RABOLINI
› Por Luciana Peker
Me gustaría que Daniel sea presidente. Y para mí sería un honor ser primera dama. También entiendo que es una gran responsabilidad, porque estás representando a tu país, y asumiría ese compromiso con mucho respeto y haría el mayor de los esfuerzos por desempeñar ese rol de la mejor manera –le dijo Karina Rabolini, esposa del presidenciable Daniel Scioli, a la periodista Gabriela Grosso, para la nota de tapa de la revista Hola del 28 de enero, casi practicando el saludo de la mano girando en la pasarela de una nueva camada de princesitas de urnas.
La sorpresa fue verla destapada, en traje de baño y con el pelo suelto. Su rodete no sólo es un deber ser de su estilo clásico, elegante y contenido, sino que, además, es una política de Estado. Y ése es el verdadero problema de todo lo que Karina Rabolini antes no se atrevía a mostrar y ahora sí.
En la Fundación Banco Provincia –que Rabolini dirige– dan cursos para mujeres que incluyen tutoriales en vivo y en directo con la fórmula secreta del rodete de Karina. Y que, después, se reflejan en publinotas en Gente y Caras con el glamour de sus capacitaciones femeninas. ¿Ese será el perfil de género que ofrece la ola naranja? La duda asalta como las chuzas indisciplinadas.
Karina conoció a Daniel cuando él era deportista y ella tenía 18 años y era chica de tapa. Casi treinta años después su imagen es coherente. Por eso no amerita críticas puritanas que se anime a posar en malla, por primera vez, después de veinte años. La que avisa no traiciona. Ella fue modelo y por qué no seguir siéndolo ahora, con 47 años hermosamente puestos. El Photoshop puede borrar celulitis y arañitas pero no estirar las piernas de una rubia que movía la cabeza en las noches de Teté y Giordano en Pinamar o Punta y que sigue ostentando porte de pasarela.
Ni la malla símil leopardo que le desnuda la cintura, ni el cullotte negro que le adivina las nalgas son un canje de producción. En las doce horas en las que (con más amabilidad que una aspirante a la fama rápida) posó entre el sol y la arena eligió los cambios de look importados desde su propio closet. El datito sobre el copyright de su estilo revela que la Karina de entrecasa seguía disfrutando de la ventana indiscreta sobre su cuerpo. Pero en público sobreactuaba el cerrojo sobre su piel y convertía en fetiche el rodete apretujado y el trajecito gris casi hasta las rodillas y trepado hasta el cuello que hubiese asfixiado a Madeleine Albright o Michelle Bachelet, pero que ella parecía imponerse como un castigo a su prontuario frívolo o una prueba de amor a la política de que podía blindar su belleza.
¿Cambió Karina, entonces, o cambiaron los tiempos? Su destape seguramente tiene que ver con una pasarela de otras muñecas en el tablero político. Se devela el efecto Jesica Cirio –esposa de Martín Insaurralde, ahora vuelto a la intendencia de Lomas de Zamora y con más cartel de esposo que de político–, Luciana Salazar (con su affaire inflamado de silicona y Whatsapp de infidelidades públicas con el massista Martín Redrado) o la más high society Juliana Awada, dama de compañía del presidenciable PRO Mauricio Macri.
La desnudez de Karina desnuda otras tramas: el auge de esposas a las que el lugar de primera dama no les calza añejo, sino que les viene como anillo al dedo. Y, también, una reacción conservadora al liderazgo de una mujer-jefa de Estado con ideas propias en donde los soplos de nostalgia parecen reclamar chicas que saluden como una miss Casa Rosada y se les ocurra, como mucho, rezar por la paz en el mundo e irse a la cama sin postre.
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