Vie 20.02.2015
las12

ENTREVISTA

Altas esperanzas, bajas expectativas

Las dos hijas de Diana ni siquiera habían empezado la primaria cuando los ecos de la explosión que derrumbó la sede de la AMIA se expandieron por toda la ciudad de Buenos Aires. 85 personas murieron entonces, otras 300 fueron heridas, el polvo y los escombros en pleno barrio de Once después del atentado terrorista no dejaron a nadie indiferente. Andrés Malamud fue una de las víctimas y desde entonces Diana empezó a usar su apellido, el de casada. Y desde entonces empezó a perseguir una justicia cada vez más esquiva a medida que los años pasaban y el horror del principio empezó a tornarse en indiferencia para la gran mayoría de la sociedad argentina. 21 años pasaron y nada se sabe de los culpables del atentado. Hay, en cambio, un juicio oral que debe llevarse a cabo este año por las maniobras de encubrimiento de las autoridades de entonces, del juez y los fiscales que debían acusar. Y hay también un fiscal muerto en circunstancias no esclarecidas y una sociedad movilizada que poco y nada sabe de lo sucedido el 18 de julio de 1994. Al frente de Memoria Activa –una de las agrupaciones de familiares de las víctimas que siguen persiguiendo justicia– Diana Malamud habla de cómo cambió su vida desde entonces, de lo poco y nada que se avanzó en el esclarecimiento de la causa, de cómo algo que nos afectó a todos se convirtió en un problema de la colectividad judía y sigue reclamando Memoria, Verdad y Justicia.

› Por María Mansilla

Diana Malamud adoptó el apellido de casada recién al quedarse viuda. Desde entonces, es la tipa de siempre cuando imita a sus hijas y nietas complotando para que no fume, cuando se saca los anteojos de marco colorado para salir más linda en las fotos, cuando ruega que no le interrumpamos el fin de semana largo para hacer esta entrevista, cuando cuenta que le gustan las fiestas, los viajes y las plantas, que es capaz de ver una película entera sin pensar en su causa, cuando se le escapa que al toparse con un retrato del padre de sus hijas –Andrés, un arquitecto de 37 años que dirigía unas refacciones en la AMIA el día de la voladura–, se le desploman los hombros.

Diana Malamud es de la clase de personas que no tolera que le digan más estupideces. No cierra la puerta en la cara con soberbia. Interrumpe, argumenta con voz gruesa, incorruptible, filosa, con esa fuerza rara –algo de fuerza bruta– que tiene la gente cuando está agotada pero no afloja. Y que sabe que tiene razón. Y vuelve al vuelo. Como un tábano.

Ella es una de las tantas afectadas por la considerada “causa jurídica más importante de la Argentina”. La tragedia primero y la impunidad después la convirtieron en referente de Memoria Activa, una asociación civil desde la cual muchos familiares buscan Memoria, Verdad y Justicia.

Hoy, que el caso AMIA está tan presente por la muerte del fiscal Alberto Nisman, Diana Malamud y su gente siguen trabajando a la espera del juicio oral y público por encubrimiento que debería comenzar a mediados de año y juzgar las actuaciones del ex juez Juan José Galeano y sus fiscales y de dirigentes comunitarios. Sienten que su fuerza bruta permitió que siguiera abierta la causa de la complicidad local. Mientras, siguen visibilizando la impunidad hacia afuera. Después de llegar a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA (CIDH), están haciendo todo para que la denuncia pase a la Corte Interamericana de Derechos Humanos, en San José de Costa Rica.

¿El fiscal Nisman es una nueva víctima de la AMIA?

–De ninguna manera. Las víctimas son los 85 muertos y más de 300 heridos. Lamento profundamente su muerte, pero es una ofensa plantear eso. Las razones por la cuales murió tendrán que ser investigadas en profundidad, la sociedad argentina debe saber la verdad. Siempre se ha hecho uso y abuso de la causa, una causa que ha superado cualquier historia, que ha estado en los medios sistemática y giratoriamente durante 21 años. Y siempre para otros fines. Es un caballito de batalla de las peleas políticas de todo el mundo. Y opinólogo es todo el país. Es vergonzoso. Y al final la gente no sabe de qué trata.

¿Qué te provocó la marcha de los fiscales del 18F?

–No hay que tenerles miedo a las marchas. Mirá las de Blumberg... Pasan. El tema del silencio me llamó la atención, fue congruente con el silencio que esa gente ha mantenido estos años respecto de la causa. Y una se pregunta a quién le importan nuestros muertos.

Estuviste en la conferencia de prensa en la que la procuradora Gils Carbó presentó al equipo que reemplazará a Nisman en la UFI AMIA. ¿Cómo recibieron la noticia en Memoria Activa?

–Nosotros no damos cheques ni escritos en blanco. Estamos curtidos. Veremos cómo funciona este triunvirato. En principio tiene que trabajar para el juicio, hacer un trabajo destacable. Es lo menos que esperamos dadas las circunstancias tan enrarecidas de la situación que se vive hoy. La causa AMIA no ha avanzado absolutamente nada. De hecho habíamos denunciado al fiscal Nisman, habíamos pedido que lo removieran de su cargo en reiteradas oportunidades. El no avanzó, maquilló lo que ya tenía el ex juez Galeano en un principio sobre Hezbolá y la conexión iraní. Después de tantos años y tantos recursos, como los que ahora le están poniendo a esta Unidad Fiscal, exigimos que se audite hacia adelante y hacia atrás, y que se sepa con transparencia lo que hacen.

En el décimo aniversario de la voladura decías “Pedir justicia quedó obsoleto”. Pese al manejo político del caso Nisman, ¿es ésta una oportunidad para sacar del freezer la causa considerada la más importante de la historia judicial argentina?

–Creo que no es el pedido de justicia lo que está obsoleto. Lo obsoleto es la Justicia. El que no estaba haciendo su trabajo como correspondía era el Poder Judicial. Muchas veces pienso ¿hasta cuándo el reclamo? ¿Hasta cuándo una puede seguir esperando? Si la causa se va a esclarecer es por un milagro, y no creo en los milagros.

¿Qué historias les parecen más verosímiles? ¿Cuál es tu hipótesis del atentado?

–A través de los años una va cambiando de hipótesis. Si hoy me dicen que no hubo atentado, ¡me lo cuestionaría! Es tal la basura de investigación que hemos tenido que una ni siquiera cree en las propias hipótesis.

No se te ve resignada.

–Creo que la SIDE y los organismos de seguridad sabían que se iba a cometer el atentado y se les escapó o lo dejaron suceder. Vuela la AMIA y hay que tapar la ineptitud de lo que no pudieron parar. A partir de ahí empieza una ensalada de encubrimiento.

¿Por qué dejaron de ir los lunes a la plaza que está frente a la Corte Suprema de Justicia?

–Nos reunimos durante diez años y medio, o sea, 3800 lunes ininterrumpidos. Fue increíble. En 1999 presentamos una demanda contra el Estado ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA. Denunciamos que no había respetado la obligación de prevenir a sus ciudadanos –teniendo en cuenta el atentado terrorista a la Embajada de Israel, dos años antes, y por denegación de justicia para las víctimas–. En el 2005, en un hecho casi inédito, Néstor Kirchner declara al Estado culpable. Después de eso ingenuamente confiamos que iba a cambiar algo. Decidimos dejar la plaza Lavalle y dedicarnos desde otro lugar. Entendimos que podíamos existir sin la plaza, que fue importante durante el menemismo como foco de presión para no cerrar la causa. Ganamos esa instancia de demanda y dijimos bueno, para qué nos sirve ganar esto. Entonces pedimos que si el Estado era culpable asumiera un compromiso. El presidente firmó un decreto, el 812/2005, y se comprometió a llevar adelante una serie de puntos que planteamos, como la creación de una unidad especial de rescate (que hasta hubiera servido para Cromañón y sirve para preservar las pruebas), modificaciones en el tema de Inteligencia, el reforzamiento de la Unidad Fiscal AMIA, la digitalización de las fichas migratorias, las costas de los juicios, la indemnización a las víctimas según lo establecido por la CIDH.

En estos 21 años ustedes son como un observatorio civil de la Justicia y del crecimiento de las corpos a nivel mediático, inteligencia, terrorismo.

–Es increíble. Hoy sumamos el tema del derecho a la verdad. Difícilmente tengamos justicia, pero queremos saber la verdad. Ahora que el caso está en la prensa con más intensidad que hace 21 años, hay nuevas propuestas que se hacen, como por ejemplo la creación de una comisión especial tipo Conadep (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas). Yo digo no queremos más estructuras para decir que hacemos lo que no hacemos. Con lo que tenemos podemos hacer cosas si se hacen bien. Los invito a todos: vengan al juicio, vengan todos los días al juicio. Porque si hay gente que está en condiciones de estar en una comisión y de prestar su tiempo, un tiempo que es muy valioso, seguro también va a poder venir al juicio. Así como toda la ciudadanía puede venir, porque es público. Eso sería no estar solos.

¿Pesa esto en la memoria de la colectividad judía?

–Es un tema complicado el de lo judío y no judío. Cuando volaron la AMIA, en los medios de comunicación decían cosas como “Murieron judíos e inocentes”. Se puede decir qué bruto era el periodista que escribió eso, no tiene importancia. Pero sí es grave. Y esta perspectiva se ha mantenido. Porque ha quedado como que el atentado fue un tema antisemita. Pero no es un tema de los judíos, es un tema de los argentinos. ¡Ocurrió en la mitad de la ciudad de Buenos Aires! A partir de ahí se hizo uso y abuso de la tragedia, por parte del afuera y por parte del adentro también, y me refiero a las posturas que han tenido las diferentes dirigencias comunitarias cómplices de encubrimiento. De hecho el ex presidente de la DAIA (Delegación de Asociaciones Israelitas), Rubén Beraja, está acusado por encubrimiento. Qué triste, ¿no? Yo, en lo personal, confié en que la dirigencia de la comunidad iba a representarnos. Ahora digo ¡qué ilusa! Lo único que les importaba era hacer negocios con la sangre de nuestros muertos.

Al transitar la ciudad quedan, como memoriales silenciosos, los pilotes frente a escuelas y templos...

–Son todos hitos. Una los ve por la calle y le parece algo normal. Antes de la voladura no existían esos pilotes. Se fueron transformando con el tiempo. La realidad es que esos pilotes no nos cuidan de nada. Es una estupidez. Para prevenir atentados terroristas, esos pilotes... Mirá las Torres Gemelas si no. Es una manera más de discriminar. Recuerdo que al poco tiempo del atentado la gente cruzaba la calle cuando veía un lugar con pilote. Pensaba “acá hay judíos”.

Además de asumir la orfandad de parte de las instituciones de la colectividad que tenían el poder para llegar a la verdad, ¿de qué manera tomaron las divisiones entre ustedes, los familiares?

–Cuando la gente se junta por un hecho determinado en la vida, porque la une, por ejemplo, el dolor, es difícil y lógico que después no estén de acuerdo en un montón de cosas. Al principio hay empatía, compartís. Pero después surgen diferentes puntos de vista políticos, en nuestro caso jurídicos, que fueron generando rompimientos dentro de lo que fue el grupo de familiares. Empieza a ir gente, en su mayoría profesionales de la comunidad judía, a la plaza Lavalle. Era tan raro estar parados frente a Tribunales... Alguien empezó a hablar, trajeron un megáfono... El grupo Familiares y Amigos de las Víctimas de AMIA nació en octubre del ’94. En ese momento algunos dijimos que queríamos presentarnos como querellantes, ¡y ni sabíamos lo que significaba ser querellantes de una causa!

¿Cómo se te dio vuelta la vida?

–No sólo mi vida se transformó absolutamente: fue un caos. Mis hijas eran muy chiquitas, tenían dos y cuatro años. Mi familia no vivía en la Argentina, así que yo estaba muy sola. Era complicado, ni te cuento. Soy psicóloga, y aparte tuve que seguir trabajando, fue muy difícil. Y bueno, para ser querellantes el tema era con qué abogado nos íbamos a presentar. Hicimos la recorrida de buscar alguno que no nos cobrase mucho o que no nos cobrase. Contratamos a uno gratis que duró nada. Era un hombre grande, fantástico. Pero a la cuarta vez que el ex juez Galeano le cerró la puerta en la cara, nos dijo: “Miren, todo mi amor, pero se está volviendo muy grande esto, no puedo dejar mi estudio, no puedo, yo solo no estoy en condiciones de afrontarlo”. Después queríamos al abogado del caso Priebke. El tema es que había que pagarle, y la mitad del grupo no quería. Entonces AMIA y DAIA ofrecieron poner un abogado y hacerse cargo. Muchos dijimos: “No, gracias”. Muchos dijeron que sí. Ellos siguieron en Familiares y nosotros creamos Memoria Activa para recaudar fondos.

¿En qué andan hoy los abogados de Memoria Activa?

–Ahora pedimos que el caso, a nivel internacional, se traslade de la CIDH a la Corte Interamericana en San José de Costa Rica, porque el Estado no cumplió con sus compromisos. También queremos pedir un observador en el juicio por encubrimiento que empieza a mediados del 2015, así como tuvimos en el juicio anterior al jurista chileno Claudio Groosman, decano de la CIDH, presidente del Comité contra la Tortura de Naciones Unidas, miembro de la Universidad de Leyes de Washington.

Pensando en la AMIA, ¿te provoca esperanza o desazón que 35 años después por fin se realicen los juicios por los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura?

–Es difícil. Porque en el caso de la dictadura, si bien recién ahora por suerte se han podido hacer los juicios, para el familiar es un nivel de reparación que no me imagino cómo se debe sentir. Pero debe ser muuuy importante ver que la persona que asesinó a tu familiar paga por ello, está marcada por eso y no camina por la calle. El tema es que en la causa AMIA no sabemos nada, nada, absolutamente nada. Esto es lo grave.

¿Están en contacto con organismos de derechos humanos y familiares de esas causas y otras?

–Estuvimos en contacto en algunas situaciones. La más clara e importante fue cuando designaron a Jorge Alberto “Fino” Palacios a cargo de la Policía Metropolitana. Fue una experiencia interesante, buena, muy solidaria. Pero en general siempre hemos estado solos. Si la causa por encubrimiento no cayó, es porque somos como tábanos.

¿Cómo funciona Memoria Activa?

–Tenemos una mesa de trabajo en un lugar prestado. El lugar de unos judíos progres. Tenemos una salita que tiene llave y una computadora que debe ser del año 1500, no sé si prende siquiera. Trabajamos mucho, todos los días. Somos alrededor de 15 los que tomamos decisiones, después hay más que nos apoyan, hay muchos jóvenes.

¿Los hijos toman la posta?

–Es difícil ver a los hijos. Yo doy charlas a los jóvenes. Como es una causa muy difícil, les explico, les cuento, revisamos bibliografía... Vienen además porque se divierten y pedimos pizza. Mis hijas ya son grandes, 23 y 25 tienen. Colaboran mucho. Es difícil para ellas también. Es complicado. Aparte desde muy chiquititas están con esto. Se me hace raro cuando las veo, me da cosa. Me parece bien, es lo que yo traté de enseñarles, pero digo: “Ay, tener que ocuparse de esto, y con lo que son los resultados...”.

¿Cuánto tiempo le dedicás al activismo?

–Le dedico mucho, mucho tiempo, mucha cabeza. Es difícil a veces. Por suerte me puedo abrir bastante; voy al cine y no pienso en la causa AMIA. Es una parte de mi vida, y es una parte muy importante. Pero trabajo, voy a fiestas, tengo una familia maravillosa. Tengo un marido genial, nos conocimos en Memoria Activa.

¿Rezás? ¿Qué te pasó con la religión?

–La religión nunca fue lo mío. Me gusta lo referente a la tradición judía. Fui a escuela judía, en esa época a la mañana iba a una escuela, un normal, y a la tarde a la escuela judía. Y mis hijas fueron a una escuela judía maravillosa. Hay un tema de valores, de sensación de estar en casa, de amor, de afecto; es cultura, son las raíces, son historias muy valiosas. Para mí eso es judaísmo: conceptos maravillosos que cada una adapta como le parece.

¿Cómo fue tu proceso personal para afrontar las puertas que, como al abogado aquel, se te cerraban en la nariz? Tu voz y tu cara se transforman cuando escuchás algo que no te gusta.

–Me sale a veces, me sale a veces. Trato de sacarlo para afuera y de hacer algo constructivo con eso. Muchas veces cuesta, da tanta bronca... Hay cosas de las cuales se aprende. Lo peor es que una dice ya está, pero siempre hay algo que te sorprende un poco más. En toda esta historia terrible de impunidad perdimos mucho, pero Andrés perdió todo.

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