ARTE ACTIVISTA Ya pasaron treinta años desde la primera intervención de las Guerrilla Girls frente al MoMA de Nueva York y el colectivo anarcofeminista de mujeres, tras el anonimato que ofrece la máscara de gorila, continúa denunciando el sexismo del mundo del arte y, bueno, del mundo todo. Las12 se suma a los festejos de cumpleaños, celebra que las monas no se hayan vestido de seda –aun cuando sus obras son parte de reconocidos museos– y ofrece un breve recorrido de esta historia de humor, arte y amor por la denuncia.
› Por Guadalupe Treibel
Mientras el gorila promedio tiene una esperanza de vida de cuatro décadas en su hábitat natural, una especie feminista lleva 30 años batallando en ambientes –por lo menos– hostiles, gozando de tan buena salud y actualidad que es posible augurar que sobrepasará la expectativa media. Siempre y cuando sus miembros no se quiten la vellosa máscara, animalada marca registrada que ha aunado al colectivo artístico-activista Guerrilla Girls desde que, a mediados de los ’80, se plantase frente al Museo de Arte Moderno (MoMA) de Nueva York. Animalada marca que, sin embargo, no corre sin cuestionamiento, a cantar de la pregunta que la mismísima Yoko Ono formuló al grupo en cierta ocasión: “Lucen adorables, únicas y sabias como gorilas, pero estoy segura de que lucirían sabias, únicas y adorables como mujeres de la raza humana. ¿Podrían, de alguna manera, mostrarse como tales, para así exponernos a vuestra singularidad? Singularidad que, sin duda, excede la imagen simia... Sólo queremos estar orgullosas de nosotras mismas, las mujeres, cuando tan pocas chances nos son otorgadas”. A la legítima duda, una lícita respuesta: “Nos encantaría quitarnos el disfraz, pero entonces ¿alguien nos escucharía? Hemos descubierto que el mundo del arte toma más seriamente a las feministas cuando usan el humor y visten como monos. Patético, ¿cierto?”. (Menos solemne fue la duda de la británica Tracey Emin: “¡Vamos! Díganme... ¿Quiénes son? Y aún más en serio: ¿Algunas vez tuvieron sexo con las máscaras puestas?”. A lo cual, las monas dispensan un pícaro: “Tracey, ¿es tu pregunta final, una proposición? De ser así, ¡escribinos!”.)
Empero, más allá de la anécdota enmascarada, está la génesis y la mentada acción del ’85, cuando –de cara a la nutrida exposición International Survey of Painting and Sculpture en el MoMA–, el emergente grupo activista subrayó lo que nadie más señalaba: que sólo había tres mujeres en aquella selección de 169 artistas. El barrio SoHo se dio por enterado, empapelado como quedó por sus iniciáticos posters fanzineros, tras una noche de engrudo, activismo y reducida participación (la invitación, después de todo, era de boca en boca; ninguna quería hacer peligrar el anonimato del colectivo para no perjudicar sus carreras individuales). Más tarde, se enteró el mundo entero, amén de las coberturas mediáticas que fueron recibiendo sus sucesivos –e inesperados– gestos “guerrilleros”. Gestos contra la supremacía blanca y masculina, contra el elitismo androcéntrico, contra la invisibilización femenina en el mundillo del arte. En resumidas cuentas, contra la marginación y el ninguneo a los que las mujeres artistas han sido sometidas por pares, historiadores, coleccionistas, críticos, directores de museo... Qué va, el cartón lleno. (Aunque, ojo: también a la misoginia en el cine, la política o la industria musical les han impartido unos cuantos sopapos –simbólicos, no vaya a ser cosa–.)
Ya lo había denunciado Linda Nochlin, una de las referentes más relevantes en Historia del arte feminista, al escribir aquel famoso ensayo bisagra, fundacional, en revista Art News, en 1971. Titulado “¿Por qué no ha habido grandes artistas mujeres?”, sus (citadísimas) aproximaciones eran claras: que diversos factores sociales e institucionales no permitieron que las damas desarrollasen su talento libremente. Que, durante larguísimo rato, no contaron ni con condiciones de producción ni con modos de representación y mecenazgo. Que “la situación global de la producción del artista, tanto en lo que respecta al desarrollo del creador como en lo relativo a la naturaleza y calidad de la propia obra de arte, se encuadra en una situación social”. Acaso los factores sobre los que, aún hoy con favorables vientos de cambio, las Guerrilla Girls continúan alertando...
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Volviendo entonces al aniversario (felices 30, GG), bien vale recordar el quinto, en 1990, cuando la periodista Roberta Smith, de The New York Times, se preguntaba si las anónimas muchachas mono estarían celebrando “en secreto, típica modalidad de sus andanzas”. “Este misterioso grupo de mujeres que valiente –o jactanciosamente– se define como ‘la conciencia del mundo del arte’, ha empapelado regularmente el Bajo Manhattan con inteligentes diseños en blanco y negro. Con chisporroteante sarcasmo, estadísticas y llamativos gráficos, formulan acusaciones de sexismo y racismo en diversos sectores del universo artístico, incluyendo a galerías, periodistas, artistas masculinos”, anotaba entonces Smith. Señalando, por otra parte, que en sólo cinco temporadas, las Guerrilla Girls ya habían ayudado “a impulsar un debate cada vez más ruidoso sobre cómo los prejuicios misóginos han reducido la comprensión de la cultura y la historia”. A su entender, los logros conseguidos por las artistas feministas de la década del 70 se habían erosionado; el mercado había vuelto a concentrarse exclusivamente en los varones, y la indignación estaba al orden del día.
Entonces, el activismo gorila. Y un primer poster, circa abril 1985, con sencillo proceder: el de enlistar 42 nombres prominentes masculinos (de Arman a Peter Vuolkos) y encorchar gran pregunta gran: “¿Qué tienen en común estos artistas?”. La respuesta saltaba a la vista: “Todos permiten que sus trabajos sean exhibidos en museos, donde un 10 por ciento –o menos– de lo expuesto es obra femenina”. Entonces, la génesis del estilo definido, pergeñado por estas monas: diseño collage, cifras contundentes, humor, humor, humor, estética punk, actitud anarco, consignas provocadoras (in your face) y lemas memorables. Y, al igual que Barbara Kruger o Jenny Holzer, las Guerrilla Girls se reapropiaban del lenguaje visual publicitario para pasar sus mensajes de manera rápida y accesible.
“¿Tienen que desnudarse las mujeres para entrar al Metropolitan?”, cuestiona su pieza más famosa, donde la Gran Odalisca de Dominique Ingres reposa (intervenida) con máscara gorila, mientras los números hablan acerca de cómo ingresa la mayoría de las señoritas a los museos: como musas desvestidas, retratadas por varones. Originalmente diseñada para una valla publicitaria encargada por el Public Art Fund de Nueva York, la obra fue rechazada “por no ser lo suficientemente clara” (mmm...). “Entonces alquilamos por nuestra cuenta espacios para propaganda en colectivos, pero nuestro arrendamiento fue cancelado porque decían que el poster era demasiado sugerente, que la mujer parecía estar sosteniendo algo más que un abanico en la mano”, recuerdan ellas. Por cierto: hoy en día, una versión aggiornada cuestiona: “¿Tienen que desnudarse las mujeres para aparecer en un videoclip, cuando el 99 por ciento de los tipos aparece vestido?”.
¿Otro clásico? El “Si te violan, deberías relajarte y disfrutar, porque nadie va a creerte cuando lo cuentes”, acompañado por las estadísticas de rigor: que en 1988, de las 185 mil violaciones calculadas en Estados Unidos, sólo 39.160 terminaron en arresto, y sólo 15.701 en condenas. ¿Y qué decir del sardónico “Las ventajas de ser una mujer artista”? Allí, las Guerrilla Girls se despachaban con furiosa enumeración: “Trabajar sin la presión de ser exitosa. No compartir exposiciones con hombres. Tener un escape del mundo del arte con tus cuatro laburos freelance. Saber que tu carrera puede descollar al cumplir los 40. Tener la tranquilidad de que, hagas lo que hagas, tu obra será etiquetada como ‘femenina’. Ver tus ideas vivitas y coleando en el trabajo de los demás. Tener la oportunidad de optar entre tu carrera y la maternidad. Ser incluidas en versiones revisionistas de la historia. No tener que avergonzarte de ser llamada ‘un genio’”, entre otros puntos ¿chistosísimos?
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“Bajo máscaras de gorila, con el uniforme que después adoptarían las Riot Girls (minifaldas y medias de rejilla) y bajo el sobrenombre de artistas ilustres fallecidas (Frida Kahlo, Käthe Kollwitz, Alma Thomas, Gertrude Stein, Eva Hesse...), las Guerrilla Girls hicieron sonar las necesarias alarmas sexistas de un mundo rendido al estereotipo de artista torturado, borracho y problemático. Han pasado 30 años y les ha dado tiempo a atacar a la clase política o señalar la hipersexualización de la cultura musical y la industria de Hollywood sin perder un gramo de la frescura de sus primeras acciones. Ahora el Matadero de Madrid les rinde homenaje con la retrospectiva Guerrilla Girls 1985-2015, un proyecto de Alhóndiga Bilbao que reúne la práctica totalidad de su trabajo y comisariado por Xabier Arakistain”, presenta la periodista Noelia Ramírez en un reciente artículo del diario español El País a cuento de la novedad: la citada retrospectiva –cuya realización, según las eternas gorilas, “sería algo impensable en Nueva York”–. No así en California, a juzgar por los hechos... Porque, en paralelo a la coordenadas ibéricas, y hasta el 27 de mayo, el Pomona College Museum of Art exhibe Guerrilla Girls: Art in Action, una selección de 85 carteles, volantes, stickers, comics, libros (The Guerrilla Girls Bedside Companion to the History of Western Art; Bitches, Bimbos and Ballbreakers: The Guerrilla Girls’ Guide to Female Stereotypes y The Guerrilla Girls’ Hysterical Herstory of Hysteria and How It Was Cured, from Ancient Times until Now, entre otros títulos), además de boletines de noticias que documentan sus intervenciones.
En el caso español, se proyecta además el mediometraje documental Guerrilla in Our Midst (1992), de Amy Harrison, donde las muchachas hablaban –por ejemplo– de la necesidad de superar el estereotipo de hombre torturado, borracho y andrajoso del mundillo del arte. ¿Ocurrió ya? ¿Fue superado? “Uy, sí, ese estereotipo ya no existe. Ahora para triunfar hay que ser hombre, elegante, vestir traje, hablar idiomas, no beber y tener muchísimo dinero”, renuevan las itinerantes voceras. Y el sexismo, ¿está acabado? Pfff, claro que no: “Cuando empezamos la discriminación era muchísimo más obvia, ahora está más codificada. No se habla de ello, pero obviamente existe. También persiste la discriminación económica, de clase o por raza. Por supuesto que las mujeres tienen más oportunidades, pero no podemos negar la existencia de un techo de cristal que sigue sin romperse”. “Uno de vuestros lemas más míticos es el cartel de 1988 que dice ‘Hasta que el feminismo no haya alcanzado sus objetivos no habrá posfeminismo’. ¿Seguimos igual?”, le preguntó una cronista hace pocas semanas. Y ellas: “Seguimos igual”.
Al menos, reconocen que una historia cultural que no incluya todas las voces es hoy inadmisible; que muchas galerías del globo están atentas a equilibrar la balanza; que ha habido avances. En algunos sentidos, al menos... “Lo que nos jode es que el feminismo es uno de los grandes movimientos de derechos humanos de nuestro tiempo y todavía no consigue ser tomado en serio”, destacan las artistas: “Nuestro objetivo es tratar de torcer ciertos temas, combinando el humor con los hechos. No siempre tenemos éxito, pero nuestra misión siempre ha sido hacer algo inolvidable y transformador. Porque cuando haces reír a alguien, está de tu lado. Aunque sea por un segundo”.
¿El dato de color? Consultadas sobre su reacción cuando la reina Beyoncé colocó un “Feminist” gigante durante su pasada performance en los premios MTV, las guerrilleras disparan, entre risas francas: “Nosotras le aconsejamos, le pedimos que lo hiciera. Nos puso muy contentas corroborar que siguió la sugerencia. También le hemos recomendado que la próxima vez que cante con Jay Z, su pareja, ella vista un traje y él su ropa interior”. Un pasito a la vez...
Por lo demás, el colectivo –que dice atraer audiencia femenina de 8 a 80 años, haber tenido más de cien miembros y nunca haber sumado a un muchacho en sus filas, que en 2001 se escindió en tres grupos independientes, sumando los (ligeramente disidentes) esfuerzos de la compañía vodevil Guerrilla Girls on Tour y de Guerrilla Girls Broadband– persevera en su intención iniciática. “Queríamos ser un grupo de acción, no un grupo de discusión”, destacó doña Kollwitz en cierta oportunidad. Y en ese plan continúan jugando con su anonimato en encuentros donde ofrecen a los presentes frases como “Miren a su alrededor. ¿Ven a la mujer sentada a su lado? (suspenso) Podría ser una Guerrilla Girl”. Encuentros donde, además, no pierden la oportunidad de agradecer al MoMA por haberlas hecho enojar tanto, treinta años atrás. (¿El colmo de la ironía? Hoy la institución tiene cantidad de sus piezas como parte de su colección permanente.) En fin, estas monas no se visten de seda, y, orgullosas, monas quedan.
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