PERFILES
Meryl Streep
› Por Natalia Laube
No habrá ganado su cuarto Oscar, pero Meryl Streep se ganó una vez más nuestro corazón en la desangelada 87ª entrega de los premios de la Academia. Entre los gif que recortan y congelan su actuación como una de las mejores de la noche del domingo pasado, hay uno que promete ser inmortalizado como sinónimo del pulgar arriba que impuso Facebook para expresar aprobación: Meryl tira un aplauso al aire y un efusivo “yes!”, acto seguido dos nuevos “yes!” y un brazo con el dedo índice extendido; por último, le extiende una sonrisa conmovida a Jennifer Lopez, que está sentada a su lado. Son sólo dos segundos y la escena vuelve a empezar con la repetición ligera que impone el formato de los gráficos en movimiento. Pero hay bastante para deconstruir en esos dos segundos.
En su nominación número 19 (esta vez en la categoría de reparto, por su trabajo en Into the Woods) Streep perdió con Patricia Arquette, que se llevó a casa el primer Oscar de su carrera por Boyhood, una película en la que invirtió doce años de su vida. Arquette aprovechó su minuto de (más) fama para predicar por los derechos de las mujeres en su país, y la atención de las cámaras quedó en manos de Meryl, que desde su butaca bancó a su colega con absoluto desapego por el premio que no fue y arrojó ese gesto apasionado, que denota generosidad para con la rival y la seguridad en sí misma de una dama que no necesita fingir frescura ni sencillez, al estilo de Jennifer Lawrence, para ser la estrella de las premiaciones.
Sí, claro, se puede atacar el discurso de Arquette en más de un aspecto. Desde el énfasis puesto en las mujeres que dieron a luz en detrimento de las que no fueron madres, a la irresponsabilidad de considerar resueltas todas las demás causas sociales que no son la equidad de género, pasando por la mención exclusiva a las mujeres de Estados Unidos y no a las del resto del mundo o las suspicacias que puede generar el reclamo de igualdad salarial por parte de alguien cuya cuenta tiene varios ceros más que las de aquellas a las que realmente afecta el problema. Pero son los Oscar, vamos, y una mención al tema es mucho mejor que ninguna mención del tema.
Hilados finos aparte, lo que quedó claro con aquel pequeño gesto es que Streep no sólo tiene talento para actuar lo “mejor de nosotros mismos de lo que nosotros mismos podemos hacerlo”, como alguna vez dijo Norah Ephron a propósito del trabajo de su amiga actriz en Heartburn; con los años, ella también actúa cada vez mejor de sí misma cuando se la ve en eventos o entrevistas. Las noches de premiaciones le sientan bien y ella les sienta mejor a las noches de premiaciones. Y cuando falta alguna, brilla por su ausencia: “Meryl Streep no pudo venir porque está con gripe. Y escuché que le queda fantástica”, bromearon Tina Fey y Amy Poehler hace algunos años en los Golden Globes a raíz del faltazo de la Gran Dama hollywoodense.
Puede que ya no la veamos ganar un Oscar (cuando se llevó el tercero y último hasta ahora por La dama de hierro, ella misma bromeó al respecto y se aseguró de haber mencionado a toda la gente a la que le importaba agradecer, “porque realmente entiendo que ésta puede ser la última vez”), pero siempre es una buena noticia que la sigan nominando. No sólo como una consecuencia natural de que aún siga teniendo la chance de conseguir buenos papeles, un lujo que no tantas actrices de más de sesenta pueden darse, sino porque eso exime a la Academia de darle un Oscar honorífico, reconocimiento que siempre tiene algo de lindo y algo de triste a la vez. Y porque verla perder, como quedó demostrado esta semana, también puede ser una fiesta.
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