El 72,8 por ciento de quienes aspiran a convertirse en jueces son varones, aun cuando el 60 por ciento de las estudiantes de Derecho son mujeres. Pero, en la carrera judicial, la discriminación y la desprotección a la compatibilidad entre maternidad y trabajo se vuelven una montaña que muy pocas pueden escalar, según un informe de la Oficina de la Mujer de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. La brecha podría achicarse en 44 años, se calcula, siempre que los puestos que una mujer deje vacante sean ocupados por otra mujer.
› Por Luciana Peker
En el 2059, si no hay retrocesos ni estancamientos, si todos los cargos que hoy ocupan mujeres los vuelven a ocupar otras y si más mujeres se animan a avanzar –a pesar del ronroneo de oficina y los reclamos caseros en contra– la Justicia puede ser equitativa. En cuarenta y cuatro años, si todo marcha viento en popa y las abogadas son estimuladas a entrar en la Justicia y las secretarias a ser juezas y las juezas cortesanas y si la maternidad desata la red que paraliza hacía arriba a las más jóvenes y las más grandes sortean las demandas para que cuiden a sus familiares mayores, puede ser que la Justicia haga justicia. O sea, falta casi medio siglo para que la Justicia –que debe ser ecuánime entre ciudadanos y ciudadanas– sea equitativa entre quienes la integran.
La realidad es que hoy solo el 27,2 por ciento de los cargos para hacer justicia son aspirados a ser ocupados por mujeres y, en cambio, el 72,8 por ciento de los y las 698 postulantes para jueces son varones, según cifras de la Oficina de la Mujer de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, de diciembre del 2014. Actualmente siete de cada diez magistrados/as son varones. Pero esta foto (donde en la estatua de la Justicia las mujeres solo ocupan la parte de abajo de las rodillas) no es antigua ni en blanco y negro. A pesar de los avances, las selfies judiciales muestran la misma discriminación sin cambios (al contrario, con un leve retroceso) de siete futuros jueces por cada tres probables magistradas.
La presencia de mujeres no garantiza perspectiva de género ni nuevas formas de liderazgo que no repitan formas de juzgar y ejercer el poder tradicionalmente masculinas. Pero la llegada –y, mucho más, de forma plural–, de mujeres es la única forma de agudizar la mirada sobre derechos vulnerados –violencia de género, femicidio, abuso sexual, acoso, trata y otros delitos– y de fomentar mayor igualdad entre géneros. Incluso la Oficina no existiría si no hubieran llegado mujeres a la Corte, ya que la creó Carmen Argibay (fallecida el año pasado y cuyo cargo vacante todavía está en debate) y ahora está a cargo de Elena Highton de Nolasco.
El 60 por ciento de los estudiantes universitarios son chicas. No falta formación ni batallón de letradas pujantes. Al contrario. Pero la discriminación que mira con desprecio la ausencia de la licencia por maternidad en los juzgados y que pasa factura doméstica si la comida no está en la mesa, los libros comprados y en la mochila o si los viernes a las 21 horas el marido tienen que quedarse a cargo de los chicos para dictar o tomar un curso de posgrado (¡justo a la hora del happy hour de la oficina!) hacen retroceder una carrera en donde las mujeres comienzan en mayoría y terminan en minoría silenciosa.
“La instalación de cuotas constituyen acciones positivas que ayudarían a mejorar la paridad de las mujeres. Es esencial que se establezcan políticas públicas en favor de las mujeres, deben disminuir sus responsabilidades en el ámbito de los familiares, se tienen que instalar más cantidad de guarderías en los lugares de empleo y lactarios para que las mujeres puedan disponer de más tiempo para su perfeccionamiento y desarrollo profesional. Si no se logra, las mujeres no concursan porque tienen menos posibilidades de diplomaciones y antecedentes que los varones”, propone la jueza de la Cámara Federal de Casación Penal Ana María Figueroa.
Las mujeres tienen un año y medio más que los varones (46 años y 3 meses) cuando se presentan a un concurso y solo el 23,2 por ciento de las aspirantes a la magistratura son menores a 40 años, según los datos de la Oficina de la Mujer (OM) de la Corte Suprema de Justicia de la Nación que analizó todos/as los curriculum vitae de los y las postulantes a cargos de juez/a y vocal de Cámara a nivel nacional y federal, entre el 2010 y el 2012, con datos provistos por el Consejo de la Magistratura del Poder Judicial de la Nación. La razón es que los aspirantes a jueces tienen más experiencia docente, libros y artículos publicados. ¿Cuántas madres de 35 años pueden quedarse tres meses sin llevar a sus hijos a la plaza para publicar una investigación académica o pueden dar clases sin llevar el certificado de apto médico a las clases de gimnasia? La prueba de que la diferencia se da por exigencias familiares (y no por vocación o deseo) está en que, a los 60 años (cuando la mayoría ya descansa, al menos de esperar debajo del tobogán a sus vástagos) el 100 por ciento de las abogadas cuenta con experiencia docente (el doble que sus compatriotas profesionales varones), la mitad de ellas publicó libros y todas publicaron algún artículo (el 100 por ciento de las aspirantes a juezas mayores de 60 contra el 81,3 por ciento de los aspirantes de la misma franja etaria).
Por eso, otro reclamo es que el cargo que ocupaba Carmen Argibay vuelva a ser ocupado por una mujer. “Es conveniente porque las mujeres aportamos a la Justicia un discurso de género que se encuentra bastante ausente en todas las ramas del derecho”, recomienda Figueroa. ¿Quiénes son algunas de las candidatas para llegar a la Corte? Entre las juristas más potentes figuran: Claudia Sdbar, integrante de la Corte Suprema de Tucumán; Hilda Kogan, de la Suprema Corte de la Provincia de Buenos Aires; Susana Medina de Rizzo, del Superior Tribunal de Entre Ríos y Gabriela Vásquez, presidenta del Consejo de la Magistratura.
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