Bajo una luz tenue emerge su figura. Sobresalen sus clavículas, sus rodillas puntiagudas, la delgadez de sus piernas, pero por sobre todo la blancura de su piel pese a que ella confiese: “Negra nací de cuerpo,/ y negra de cabeza tal vez moriré,/ aunque Guzmán me refriegue el ungüento blanqueador en la jeta,/ sobre los brazos, el pecho y sobre toda esta tosca piel.” De a poco accedemos a su micromundo, el subterráneo, esa oscura habitación de techo de chapa, techo por el que Guzmán suele bajar, siempre que no traiga invitados. Ella no parece ser dueña ni de su piel ni de su nombre, rebautizada Aimé (nombre de origen mapuche) acepta –o no le queda otra opción– interpretar el rol, jugar el juego de él. Peluca rubia, “carterita chota”, labios magenta y una resaca combinada con cansancio que no le permite mantenerse en pie. Su cuerpo nos habla más allá de lo que se ve porque auspicia de relator de una experiencia repetida bajo el sometimiento; esas experiencias indecibles de otro modo.

La historia de Aimé es para ella una historia de amor, único justificativo para aceptar esa reclusión, ese bestial modo de acercamiento por parte de Guzmán, a quien no accedemos más que por su relato y así sabemos de su disfrute al escuchar cómo cada invitado a “la fiesta” la penetra. Ambos personajes son interpretados por la actriz, dramaturga, directora y licenciada en psicología Laura Nevole –se ha destacado con la Máquina de Tinta, colectivo de autores con los que realiza diversos ciclos basados en el diálogo, la improvisación y el humor– quien con solidez y versatilidad hace de la aparente fragilidad potencia, lenguaje, conmoción. “Es producto de un gran proceso de diálogo. Al compartir las resonancias sobre el texto apareció la relación con la violencia de género, aunque no como tema central de la obra. Se sumaron recuerdos de víctimas de situaciones similares y las estrategias que éstas ponían en juego para negar, justificar o disimular la situación frente a otros”, aclara Nevole.

Pensar en la complejidad de su protagonista hace inevitable reparar en las dificultades de la propia actriz para recrearla: “Si bien intenté trabajar la sutileza sin perder la fuerza, la fragilidad sin perder la energía, el drama sin perder el humor, lo más difícil fue la síntesis en el cuerpo de Aimé de ambos personajes, porque los dos están en su alma y en su cuerpo, a veces se le confunden y a eso hay que llegar siempre”. La ironía y el humor se destacan generando empatía con el público en situaciones que sólo la mediación ficcional parecería soportar. Es importante destacar que Trópico del Plata había surgido inicialmente de dos disparadores, según detalla su creador y director, Rubén Sabadini, dueño del Vera Vera Teatro, donde se realizaron dos temporadas: los diálogos donde Aimé le cuenta a Guzmán lo que hizo con cada disfrazado/invitado –en el marco del baile de los enmascarados a la que la somete de un modo lúdico, pero no menos siniestro– pertenecientes a una obra no estrenada y la centralización en “la potencia que pide el texto para la actuación y los signos escénicos pensando en la materialidad del espacio, de la voz, de un cuerpo atravesado por discursos. Dejando de lado toda linealidad narrativa, moral y entregándonos a las contradicciones para construir un lenguaje, una poética propia”. Es que la obra no escapa de su concepción del teatro: “Me gusta que la actuación sea la portante de toda teatralidad. La actriz representa, actúa, estalla componiendo dos personajes al mismo tiempo y surge una extrañeza que despierta nuevos y contradictorios sentidos que tal vez no se puedan explicar con palabras, ésa es para mí la única función del arte”. La obra acaba de reestrenarse en La Carpintería intentando conservar lo distintivo de la puesta original.

Trópico del Plata.
Sábados 22.30 en La Carpintería, Jean Jaurès 858, CABA.