Vie 08.05.2015
las12

MONDO FISHION

Fotografía sin permiso

› Por Victoria Lescano

Lxs visitantes que una tarde de comienzos de mayo coinciden en Post Meridiem, la muestra de la fotógrafa Barbi Arcuschin que la galería Otero exhibe en el primer piso de Scalabrini Ortiz 1600 con vistas a la cúpula de un supermercado y también a una bicicletería con experimentados diseños, ensayan un juego de trivia referido a fechar con precisión las citas y guiños estéticos que se desprenden de cada una de la decena de tomas que cuelgan de sus paredes. Por un lado se refieren a la cautivante fotografía de una mujer vestida con dos camisas superpuestas que se observa en el espejo de un puesto de gafas de sol contiguo a una playa californiana: la toma la muestra de espaldas y llama notoriamente la atención el pelo rosa que asoma bajo el gorro que la protege del sol mientras elige alguno de los infinitos pares de armazones. Unos y otras se preguntan y le preguntan si el pelo en cuestión es de lana, de muñeca o pelo real. Arcuschin –generación treinta y pico– con oficio de estilista en publicaciones de moda y en pasarelas y de fotógrafa. BA advierte que la muestra se compuso con tomas registradas entre 2010 y 2014 y que la gracia de la toma está en ese pelo de procedencia imposible de catalogar.

Sobre su estilo fotográfico corresponde destacar que a diario Arcuschin causa sensación en Instagram y demás redes sociales con una galería de estilos espontáneos de señoras y señores mayores que focaliza en distintos barrios de Buenos Aires y que toma con su celular como si fuera un tercer ojo siempre atento a encontrar belleza y humor. Acerca de su particular método de aproximación a la captura de imágenes de estilos espontáneos, señala Arcuschin: “Lo mío son las tomas robadas, tomadas casi sin permiso, pido permiso cuando implica miradas a cámara, porque en general es difícil detenerme y explicarles lo que estoy fotografiando. Mis fotos cotidianas intentan recrear lo que encuentro en los viajes, documentar locaciones que podrían ser escenografías para un film o clichés del National Geographic. Elijo y divulgo imágenes como si tuviera una columna de estilos referido al día a día, donde destaco lo que me gusta y lo que no me gusta”.

Iluminadas por fluorescentes que ensayan un zigzag en el cielorraso de la galería que dirigen la diseñadora gráfica Lala Lacadni y su socio Valentino Arocena y que cobija talleres donde a diario experimentan los artistas de la galería, se puede apreciar también a la pareja que almuerza en la terraza color verde esmeralda de un restaurante de un suburbio norteamericano, o bien la dupla de coristas de un casino de Las Vegas que acostumbra cobrar para posar junto a los turistas, de ahí que ocultaron sus rostros ante la cazadora de imágenes, pero el ojo se detiene en los zapatos de glitter y el vestido cruza con body en tono plata; una señora con pelo caoba y acentuadas uñas largas que recuerdan las de Nosferatu. Ella posa a cámara desde el volante de un auto vintage y con fondo de palmeras para la fotógrafa situada en un auto de la vereda opuesta; una dupla de monjes con trajes almidonados y calzado austero por las calles de San Francisco. Asoman también primeros planos de quienes asistieron a una fiesta de la revista Vogue y sus artilugios indumentarios compuestos por antifaces, vestidos strapless en sedas satinadas y tuxedos, sorprendidos en el momento en que comían algún plato del banquete o inhalan una pitada de tabaco que les acerca otra mano, de fabulosa manicure.

Todo comenzó cuando dio con una máquina automática que consiguió en una feria por diez pesos. Se trataba de una Canon que usó de modo compulsivo. A los trece años había empezado a cimentar un estilo buscando entre la ropa vieja de su abuela polaca, y en ferias. Con frecuencia cambió de color y de corte de pelo, adhirió al estilo glam, al punk rock, al grunge, al hippie style y al minimalismo con la velocidad de los dictámenes de la moda y de sus pulsiones. “Salir sin rumbo de cacería al humor, al ridículo sin culpa, divertir al ojo con lo peculiar, con el accidente, con el exceso o con la simpleza a la vuelta de tu esquina. Registro de un aquí y ahora con déjà vu de años que la moda ya vio pasar”, sentenció el fotógrafo Gustavo di Mario desde el catálogo de la muestra. El joven galerista Arocena agrega a los dichos del experto en documentar estilos que aún recuerda cuando, a comienzos de 2000, solía ver a Barbie en las inauguraciones y fiestas portando una camarita en su cartera, por entonces la religión del selfie y la moda imperante en las calles no se había popularizado. Los asistentes a ese mítin post inauguración preguntan también por qué no exhibió las fotos más taquilleras, las de las señoras con sus tintes de pelo descolorido paseando por las calles de Buenos Aires. Se refieren a una serie que parece componer un ensayo de color y de las tinturas caseras con sus químicos vencidos e insólitos matices cromáticos del naranja al azulino que lucen algunas señoras y que ella comenzó a documentar a comienzos de 2014. Arcuschin responde: “Considero que esas imágenes circulan a diario por las redes sociales y están en digital, en cambio preferí mostrar otra calidad y otro abordaje fotográfico de mi trabajo”. Volviendo a esa pasarela de estilos espontáneos, en los estilos casuales para otoño 2015 irrumpe un señor retratado en Teodoro García y Cabildo con primeros planos de su bufanda vintage de tanto uso, otro señor que lleva orgulloso su camisa de jean bordada; la cámara no se detuvo y continuó en el lobby de un laboratorio para análisis clínicos donde documentó ropas en satén de una asistente.

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