Dice la leyenda que Panceta –el hombre del eterno pañuelo en la cabeza, los ojos claros e identidad legal desconocida– no puede ni asomarse por esos locales de comida rápida en los que abundan niñitos y niñitas encandilados por las chucherías de la semana porque los juguetes quedarían de inmediato olvidados en su cajita y él tapado de besos, abrazos y flashes que conservarían el encuentro con el ídolo. No es en todos lados, Panceta tiene su arraigo en las cercanías del Río de Plata, del lado de la General Paz donde se supone que Dios ya no atiende y en dirección al norte. Y es allí donde también abundan sus fans que nada más verlo abren las bocas llenas de las ventanas de los dientes que han caído para soltar carcajadas que son como un concierto de xilofones sonando siempre en las notas más agudas. Algún adulto, alguna mamá desprevenida, podría preguntarse de qué se ríen tanto sus chiquitxs; tal vez piense que los chistes como los gestos del clown se repiten, que no pueden desternillarse sólo porque Panceta se olvida de que son todavía petisxs y en lugar de abrazar un cuerpo abraza el aire. Pero eso es sólo porque se ha perdido el punto de vista de la infancia, ese que sabe que en cierta repetición aparece el detalle, que gusta de anticipar lo que sigue porque el asombro nunca se aja y porque ofrece la seguridad necesaria para atreverse a otras locuras. Y si algo no ha perdido Panceta, frontman de Panceta y los Papafritas, el power trío que le canta tanto a ese olor particular que tienen los pañales como se ríe de la intención pedagógica de algunas canciones o se angustia porque el dedo gordo quiere hacer dieta, es ese punto de vista que campea rasante al suelo y que por ver tan de cerca las cosas éstas son siempre maravillosas. Esa mirada, esa inocencia, es su mejor carta a la hora de tocar rock junto con su inseparable hermano Macana Papafrita y un baterista llamado Ramón, seguramente en honor a ese grupo más profeta en este sur que en cualquier otra geografía. Y chicos y chicas lo bailan, lo cantan, mueven las melenas y los cuerpitos en un pogo a escala y otra vez se ríen con gags que emulan clásicos sin corrección política como Los Tres Chiflados y otros más soñadores como Buster Keaton y Charles Chaplin y que se intercalan entre los temas más taquilleros de los dos discos de Panceta: Grandes Exitos... depende de vos –2012– y Volumen 2 ¡Qué volumen! –2015–. Niños y niñas de Vicente López y aledaños se saben de memoria temas como ese que habla del amor en una ensaladita entre un tomate y una cebollita, de tanto escucharlo en plazas, a la orilla del río o en festivales a cielo abierto como en su propia sala, donde festejar cumpleaños es una experiencia que se parece tan poco a esas de salón con animadorxs de micrófono y compulsión por las filas bien compuestas que vale la pena probarla. Esa es la sede oficial de Rockavilla, la isla en la que un mago al estilo de Harry Potter confunde a la piedra filosofal con elementos de dudoso color oscuro para jolgorio del ánimo escatológico de quienes están entre la sala de 4 y el segundo grado y se puede tanto bailar break dance como reggae o rock and roll puro. Pero no por estar a gusto Panceta y sus secuaces iban a quedarse ahí para siempre, que aunque niños y niñas se renueven y el arraigo sea lo suyo, el segundo disco y el ánimo aventurero lo empujó hacia la Ciudad de Buenos Aires y entonces habrá dos shows, dos únicos shows en los que se puede disfrutar de música contagiosa pero sobre todo de ver bailar y divertirse a nenes y nenas en modo analógico y a alto volumen. Papás y mamás babosxs, se recomienda llevar pañuelos.

Panceta y los Papafritas. Paseo La Plaza. Sábado 16 de mayo, a las 14 y a las 16. Entradas anticipadas a: [email protected]