EL MEGÁFONO
› Por Romina Diurno *
Quienes luchamos contra la desigualdad de género desde el ámbito profesional, académico, personal y político, estamos habituados a escuchar los relatos de las víctimas e intervenir anteponiendo una distancia profesional que posibilite, entre otras cuestiones, preservarnos a nosotrxs mismxs del desgaste que problemáticas como la violencia de género, la trata de personas, el abuso infantil, producen.
Intentamos poner palabras al horror, ordenar, contener, orientar, proteger a quienes han transitado o transitan situaciones de violencia hasta el punto de haberlas naturalizado. Desarmar, de-construir, visibilizar los mitos y relatos que habilitan y sostienen posiciones de dominio y opresión que en su máxima expresión resultan en femicidios.
Esta vez me tocó ser testigo del femicidio nuestro de cada día, y sentir en carne propia el horror, la parálisis, el miedo. Correr para preservarme y preservar a lxs míos, y gritar desesperadamente para salvar a la víctima. Correr y gritar. Volver sin pensar, para asegurarme de que el femicida había sido detenido, y sonreírle a mi hija, que buscaba en mi cara un rostro familiar sin encontrarlo.
Explicarle a lxs vecinxs que no era un caso más de inseguridad, sino un femicidio más, un hombre que apuñaló a una mujer y que intentó luego quitarse la vida. Desear que no lo logre. La escena continuó luego, cuando el femicida salió del local. Nuevamente las corridas, los gritos, y el miedo se apoderaron de todxs lxs que transitábamos por allí.
Más tarde los medios replicaban la noticia y describían las precauciones que la mujer habría tomado para encontrarse con él: un lugar público, a la vista de todos y acompañada, pero no fue suficiente. Las estrategias de supervivencia nunca son suficientes. Nadie pudo evitar el desenlace, ni las decenas de personas que estaban en el lugar que corrían desesperadas, intentando resguardarse, muchas de ellas sin entender lo que sucedía, ni tampoco lxs médicxs que intentaron reanimar a la víctima camino al hospital.
El debate sobre si estamos ante un incremento de la violencia contra las mujeres, o si hay más difusión de los hechos, debería saldarse. Hoy se cuenta la muerte de una mujer cada 31 horas, según las cifras de La Casa del Encuentro, y no hay consejos válidos para evitarlo. El femicidio no es más que el patriarcado en su máxima expresión, el dominio del varón sobre la mujer, y la respuesta es brutal para aquellas que quieran escapar a ese destino.
De regreso, esforzándome para devolverle a mi hija la expresión que buscaba, intenté ordenar, contener, orientar lo sucedido para sus cuatro años de edad. Pero ya era tarde, porque ella había entendido todo, y sentí mucha pena por lo pronto que el mundo se vuelve real para lxs niñxs.
Volvimos en silencio, ella intentando romperlo.
* Licenciada en Psicología e integrante de la cátedra Introducción a los Estudios de Género, en la Facultad de Psicología de la UBA.
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