PERFILES > LAURIE ANDERSON
Si el punk fuera una señora elegante, sería Laurie Anderson. Le gusta cultivar esa onda de varón que se niega a uniformarse, o que lleva la vestimenta de rigor (pantalones de vestir, camisas blancas, suéteres negros) versionada como algo cómodo que a la vez le da un aire profesional. Ese cuerpo y ese look dejan traslucir parte de la historia de Anderson, una mujer con aires de neoyorquina culta y canchera que hoy es música y performer (para acotar un poco un espectro de haceres que abarca desde escritura y composición hasta la dirección de videos y el dibujo) pero que a fines de los ’70 fue una chica de Illinois trasplantada a Nueva York con la ilusión de hacerse una carrera artística.
Ahí estudió historia del arte y escultura, pero la formación musical fue a puro experimento y por afuera de la academia: antes de recibirse ya había presentado su primera performance, una sinfonía tocada con bocinas de autos. En otra de sus creaciones más comentadas, Anderson tocó el violín usando unos patines que estaban hundidos en un bloque de hielo, con la idea de que la interpretación terminara cuando se derritiera el hielo. De los setentas son sus primeros singles, como “It’s not the bullet that kills you (It’s the hole)”, concebidos para que sonaran en una rocola instalada en una galería de arte que tocaba sólo las canciones de la autora, y el disco You’re the guy I want to share my money with que compartió con el poeta John Giorno y con William Burroughs. Pero la verdad es que sus discos a partir de los ochenta son un fenómeno mucho más extraño, porque con ellos Laurie Anderson se las arregló para fusionar todo ese bagaje de experimentación artística con el pop y la música electrónica, y pasar de las galerías y el mundillo artístico a los primeros puestos de los rankings sin perder una pizca de esa rareza estimulante que deja en todo lo que toca.
También en los rankings (con “O Superman”, el hit del disco Big Science, que sigue siendo tan excéntrico como hace 35 años con su mezcla de canto y recitado con voces distorsionadas) y en otros lugares tan inesperados como la NASA o los Juegos Olímpicos, porque Anderson ya suma dos participaciones en la apertura del evento deportivo más famoso del mundo con Atenas 2004 y Vancouver 2010, y además fue artista residente de la NASA, experiencia de la que surgió la pieza “The end of the moon”. Más que seguir un camino valiéndose de lo posible, Anderson es una de esas artistas que parecen ampliar el espectro de lo que se puede hacer inventándose cosas a medida. La prueba está en los instrumentos que inventó para usar en sus discos y presentaciones: un violín que en lugar de cuerdas tiene una cabeza magnética y reemplaza las cerdas del arco por cinta, un controlador Midi con forma de bastón que reproduce cualquier sonido que capte, y los filtros de voz que le permiten transformar la suya en un timbre masculino. El efecto logrado es lo que ella misma denominó “audio drag”, un recurso que le permite hacer aparecer las voces de la autoridad o la cultura en sus recitales y ponerlas en evidencia o discutirlas sin que parezca estar llevando una bandera. Lo drag también está en la tapa de Homeland (2010) donde aparece con bigotes, y en las fotos que la muestran al lado de Lou Reed, su compañero durante 21 años, los dos con una especie de look unisex y casi con la misma ropa. Anderson lo acompañó hasta la muerte y después dijo que se sentía agradecida por haber caminado con él hasta el fin del mundo, y que la vida no puede ofrecer nada mejor que eso. Algo de esa misma actitud maravillada y valiente es la que suena en su música.
Laurie Anderson se presenta en el Teatro Opera Allianz hoy y mañana, en el marco de la Bienal de Performance BP15. El domingo 10 en el Parque de la Memoria dará una entrevista pública. Más info: bp15.org
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