EDUCACION A un mes de la multitudinaria marcha del 3 de junio con la consigna “Ni una menos”, el Ministerio de Educación de la Nación organizó las Jornadas Federales “La violencia contra las mujeres; las escuelas como escenarios de protección de derechos”. Las experiencias de jardines de infantes, primarias y secundarias de Misiones, Neuquén y Tierra del Fuego muestran cómo la aplicación de la Educación Sexual Integral previene, repara o frena la violencia machista y alienta el respeto y la diversidad. La ley no se aplica en todas las escuelas del país y por eso el 3 de junio, en el documento que se leyó frente al Congreso elaborado por el Colectivo Ni Una Menos, se reclamó por la plena instrumentación de ESI que, cuando se aplica, genera una revolución permanente cuya mayor subversión es abrir espacios para que circule la palabra.
› Por Luciana Peker
En el 2014 apenas dos de cada diez chicos y chicas tenían relaciones libres de violencia en el Centro Provincial de Educación Media Nº 53, de Neuquén. En el 2015, en cambio, cuatro de cada diez estudiantes –de tercero a quinto año, del turno mañana– ya tenían amores forjados sin agresiones. ¿Qué cambió? La bibliotecaria cambió las horas libres por talleres de educación sexual. Y plasmó esa hora dedicada a repensar, hablar, discutir y pensar no la historia ajena sino la propia. A muchas adolescentes no sólo hablar, sino contestar una encuesta y plasmar en un papel su situación les hizo hacer un click para cortar con el vínculo que las dañaba. La educación sexual no es mágica. Pero sí es revolucionaria. No tanto por los contenidos, sino porque le da lugar a la palabra de chicos, chicas, docentes, directoras, madres y padres. En realidad, es obligatoria, para todas las escuelas públicas del país, públicas y privadas, desde la aprobación de la ley 26.150 hace, casi, una década. Sin embargo, no se aplica en todas las escuelas –desde nivel inicial, la primaria y la secundaria– como corresponde –y que no se aplique es una violación al derecho de las alumnas y alumnos–, ya que la norma dispone que el derecho de chicos y chicas está por encima de la patria potestad de sus familias.
A un mes de “Ni una menos”, la multitudinaria y emblemática marcha del 3 de junio en el Congreso de la Nación, y a tono con el documento que se leyó en el acto, el Ministerio de Educación de la Nación organizó las Jornadas Federales “La violencia contra las mujeres; las escuelas como escenarios de protección de derechos”, el 24, 25 y 26 de junio, en el Centro de Galicia, de la Ciudad de Buenos Aires, para visibilizar, fortalecer y multiplicar las acciones que las escuelas desarrollan en el marco de la implementación de la Educación Sexual Integral (ESI) para promover la equidad de género y trabajar acerca de los vínculos violentos en parejas adolescentes.
Desde hace nueve años que la educación sexual debe –por ley y aunque haya padres o madres que se opongan– llegar a todas las aulas. “La escuela es una caja de resonancia de muchas situaciones de la vida de los y las jóvenes. Cuando la mirada está atenta no pasan inadvertidas el maltrato, la violencia y el abuso sexual del que han sido objeto algunos niños, niñas, adolescentes y jóvenes”, remarca el primer manual para Educación Sexual Integral para la Educación Secundaria (con contenidos y propuestas para el aula), editado por el Ministerio de Educación de la Nación el 22 de abril del 2010.
Mientras que, el 27 de noviembre del 2012, se imprimió el segundo manual para el secundario (con el que se pueden dar directamente las actividades de ESI sin esperar que pase más tiempo) y en el que se ejemplifica cómo dar un taller sobre vínculos violentos en parejas adolescentes para que se pueda aplicar en clases de Lengua y Literatura, Formación Etica y Ciudadana, Ciencias Sociales y Ciencias Naturales (entre otras materias) y con una guía de recursos para enfrentar la violencia que aparece en las aulas.
La prevención de noviazgos violentos o de abuso sexual en la familia son contenidos obligatorios. Pero, a partir de Ni Una Menos, toda la sociedad gritó en las calles y escribió en los colegios que ninguna alumna, como Chiara Páez, de 14 años, puede morir por violencia machista. La marcha tuvo también repercusiones en escuelas de todo el país, en donde las madres también buscaron en ese segundo hogar que late como salvador cuando el primer hogar da miedo cómo decir basta. La revolución no es silenciosa. Se forma con palabras que dicen mucho más que basta.
Por eso Las/12 entrevistó a alumnas/os, docentes, bibliotecarias y directoras de Misiones, Neuquén y Tierra del Fuego que vinieron a la Ciudad de Buenos Aires para las Jornadas Federales organizadas por el Ministerio de Educación. No se trata de proyectos pedagógicos modelos, sino vibrantes, vivos y para vivir más y mejor. La educación sexual en marcha es una caja que abre cuerpos, llantos, dolores, rabias, ganas, gracias, alegrías y enormes desafíos. Re aprender a aprender, también después que toca el timbre y que la bandera baja arrugando el blanco y celeste como la tarde, sí es posible.
Susana Ceballos es la bibliotecaria de Centro Provincial de Educación Media Nº 53 de Neuquén. Pero no es la que anota libros arrancados de estantes despoblados de pasión y apenas sopla el polvo de las hojas. Es la que se mete adentro de un preservativo gigante para promover las relaciones sexuales con amoroso cuidado. Es una bibliotecaria que contrarresta con su pasión el latiguillo que castiga a los adolescentes a padecer de la gracia de las criaturas y a todavía no portar la seriedad de los adultos.
–Yo siempre escucho “los adolescentes se drogan”, pero los adolescentes son hermosos –revaloriza la irreverencia y se quiebra de la emoción, dice y cuelga de sus manos a algunos de los adolescentes con los que se abraza como si fueran una tribuna de aliento frente a los obstáculos cotidianos de la vida. Uno de los mitos de la educación sexual es que la violencia, el acoso y el abuso sexual se previenen con distancia y frialdad. Muy por el contrario el contacto entre profes y pibes, por supuesto con respeto y sin la voluntad de imponer el poder del mando por sobre el cuerpo de las más chicas, es el fuego que arrima a la escuela la posibilidad de un lugar donde contar las violencias ocultas en las casas, las palabras hirientes que se disparan en el chat de Facebook, los resoplos despectivos de los novios. Los abrazos no son peligrosos. Los abrazos salvan del peligro. “Hay momentos en que estás triste y vas a la biblioteca para que ella te abrace porque un abrazo te alienta un montón”, dice David Ramos, uno de sus alumnos de 17 años, conjugando palabras y brazos, húmedos como los ojos, risueños como la amistad y entrelazados como la conjura contra la indiferencia.
Yo no puedo faltar a trabajar porque necesito esa energía, cuenta. El piberío. Esa magia oculta que sonríe, grita, arenga y hace fiesta a pesar de que la tele y los libros sólo demonizan el socorro frente a la adolescencia.
Susana notó que a las chicas y chicos les costaba tener la autoestima alta. Así que se propuso dar un taller de educación sexual integral sobre perspectiva de género y respeto a la diversidad en las horas libres. Hizo de la transversalidad de la ley –que debe darse en todas las materias– una victoria y cantó pri ante esos contenidos que no se daban en horas obligatorios. “Qué mejor que en la biblioteca”, propuso. Y sólo espero a que alguna profe tenga gripe para poder empezar a hablar. Y a escuchar. Así creó un taller que ya no arriaba pibes descarriados de la posibilidad de irse más temprano con un eco de bufidos. Empezó a potenciarse el entusiasmo por el taller. Y los resultados. Las relaciones sin violencia ya son un 37 por ciento, mucho más que el 20 por ciento, del año pasado. Pero todavía queda mucho por hacer. Un 43 por ciento del alumnado tiene relaciones con señales de violencia. La luz del semáforo está en amarillo. La escuela es una posibilidad –que se pierde con el egreso– de frenar que la violencia pase a mayores.
David va a quinto año y no busca un buen boletín fingido. “Te soy sincero”, arranca y cuenta que el primer día, cuando le dijeron que en la hora libre tenía que ir a hacer un taller a la biblioteca, se quería ir. Pero la misma libertad se hizo presente. “Ella nos daba la voz para que hablemos y para que podamos expresar nuestro punto de vista”, explica. Y dice que contestar las preguntas para el conteo de la situación logró un click. “Cuando hicieron las encuestas muchas chicas se dieron cuenta de que estaban pasando por una situación violenta y tomaron la decisión de decir basta. Nos dimos cuenta de que si nos controlan no es porque nos aman”, grafica.
–Hay que tener paciencia e impulsar a los adolescentes para que podamos salir adelante y no quedarnos en el molde sufriendo situaciones de noviazgo en las que seguís pensando que te quieren y en donde nos ponemos más tontos. Pero hubo un cambio en el colegio, remarca David.
El cambio todavía hace que los ojos enormes de María José Delle Coste, de 18 años y en cuarto año, transparenten el coraje de la decisión de decir no. Todavía muestran a una adolescente con zapatillas rojas y el pelo brillante con el rebote opaco de las palabras que la oscurecían. “Estuve un año y cuatro meses con mi novio y él me decía que no me daba la cabeza y que yo no era capaz. El se creía superior y de tanto que te lo meten en la cabeza te lo terminás creyendo”, relata María José. No lo relata, lo escupe entre lágrimas. No hay necesidad de hablar si la hace llorar. Pero ni las palabras ni el llanto son lugares de donde quiere huir. Las palabras, las lágrimas y los abrazos son bienvenidos. Por eso, mientras cuenta, se cuentan los brazos de Susana por sobre su hombro y la mano de David en su rodilla. Igual que en las palabras que brotaban en la marcha de “Ni una menos” y que decían que “No se sale sola”, igual pasa cuando la educación sexual pone a circular las palabras. La referencia no es azarosa. Los dos hitos que conmovieron a María José para salir de la violencia fue cuando plasmó en la encuesta de Susana que sufría violencia y la marcha del 3 de junio. “La encuesta me dio valor y Ni una Menos me hizo abrir los ojos y darme cuenta de las cosas que no me hacían bien. ¿Qué me iba a pasar si desde chica me dejaba dominar? Ahora estoy sola y me siento re bien.”
¿Por qué es tan importante la educación sexual? Porque es la oportunidad de que la escuela abra no solamente sus puertas sino también sus oídos. “La escuela es el ámbito en el que pasamos más tiempo y si no te lo dicen en tu casa en algún lado nos tenemos que enterar de que no tenemos que tragarnos la violencia”, deja clarito María José. Ahora su cabeza sueña con terminar el secundario y volverse perita forense.
A los cuatro años Milena Ramírez conoció a Camila. Fueron juntas todo el jardín de infantes y toda la primaria. Estudiaban juntas y se reían a carcajadas. Se dividieron en la secundaria. Milena va a cuarto año del Centro Provincial de Educación Media Nº 53 de Neuquén. Y Camila iba a otro colegio provincial. Milena tiene 16 años. Y hace dos semanas perdió a una de sus mejores amigas de toda la vida. Camila se suicidó. “Ella me contó a los 15 años que le gustaban las mujeres. Yo me asombré porque no se hablaba mucho de esto y siempre la acepté tal cual era. Pero ella no tenía contención. Nunca les dijo a los demás que le gustaban las mujeres. Sólo a mí y a otra amiga que la discriminaba por la ropa. Cuando empezó a actuar como ella quería ser, a tener el pelo cortito y calzas negras, todos la trataban mal y de macho y decidió quitarse la vida”, escupe como tajos que cortan el aire de un dolor que es un duelo singular y colectivo.
La muerte de Camila fue el 13 de junio pasado, apenas hace unos días que descarnan la llaga de la ausencia infinita. Los hombros de Milena necesitan deshacerse de un peso que no le corresponde y el dolor se hace ronda de contención. Milena es apenas una piba y ya lloró encerrada en su cuarto, tuvo bronca, mucha bronca, hasta que su mamá le habló no para tapar su llanto, sino para que siguiera viva. Por eso, decidió viajar a Buenos Aires, cruzar de Sur a Norte, y no lo hizo para callarse. Su decisión es hacer del dolor espiral de lucha. Es una de las alumnas invitadas a las jornadas federales contra la violencia. Y, desde ese lugar de alumna, enseña: “Muchos medios decían que se mato por ser lesbiana y está mal dicho. Ella defendió lo que quería ser. Estaba sola porque no tenía a nadie en su casa y se sentía rechazada. Una adolescente necesita mucho el sostén de los demás. La vida nuestra es el 50 por ciento de la casa y 50 por ciento de la escuela. Yo tengo la suerte de tener a la profesora (Susana Ceballos). Pero en otras escuelas no se habla. Esta muerte me dolió mucho y yo la estoy contando para ayudar a otras chicas que también están solas. Mi misión va a ser ir a las escuelas y tratar de minorizar la violencia”, remarca su duelo activo.
Y rememora el velorio de Camila, la amiga a la que le decían que se vistiera cheta y que también hablaba a través de su ropa. Milena dice que en el velorio todas fueran vestidas como le gustaba a Camila.
–¿Cómo se vistieron? –pregunta la cronista.
Y Milena refuta que por qué importa la ropa.
Tal vez el pelo largo, el negro, el estilo gótico hablen en imágenes como prendas de despedida. Pero el nuevo comienzo, el comienzo real, es una generación que con tantas heridas ya interpela, incluso, las preguntas.
Y no pone el final como una victoria sino como un fracaso para no replicar. David resalta: “Hay que disponer de ayuda para los jóvenes. Mi mejor amiga también se suicidó y la amábamos. Por eso hay que hacer talleres para alentar a los jóvenes a que puedan salir adelante y que no caigan en depresión”. Sandra Ceballos también se suma: “Sé que los docentes andamos corriendo para todos lados, pero hay que tomarse un segundo para ver qué le pasa al otro”, propone.
–Somos las maestras metidas y chismosas que nos metemos en la vida privada –se presenta Silvia Mabel Velazco, la directora del jardín y primario de la escuela 206, de Bañado Chico, en Leandro N. Alem, Misiones. Tiene el guardapolvo blanco puesto aunque no esté en clase y la esfinge de la maestra clásica. Pero el cuerpo no tiene el almidón de la escuela que fija su mirada sobre el pizarrón
–Yo me metí de lleno cuando un papá le reventó la cabeza a un chico de diez años con un palote de labranza para sacar la maleza. En ese momento me bajé al juzgado por instinto y mi (ex) directora no hizo nada. Ahora también pasó que una niña de diez años decía que se había caído de la bicicleta. Pero los hermanos contaron “mi papá le pegó porque no le dejaba dormir la siesta”. A partir de ahí me empecé a capacitar en todos los cursos de violencia. ¿Cómo no nos van a decir chusma y metidos? Son niños y a veces somos los únicos que tienen –remarca Silvia.
El horizonte de las capacitaciones no estaba a la mano, ni a la vista. La escuela queda en una zona de chacras minifundistas con parcelas de tabaco, citrus y hortalizas. Los padres son pequeños productores o crían vacas. Las familias venden, cada semana, mandioca, batata, leche, ricota o crema. La comunidad está signada por la iglesia evangélica que, a veces, tapa más allá de lo que proclama. Silvia es caratulada de chismosa porque no se queda en la puerta del aula, sino que hurga ahí donde parece que sólo vale la pequeña propiedad privada.
Pero no es sólo ante casos de alarma. La ley está para cumplirla y en todos los niveles. No sucede en la mayoría de las escuelas porteñas. Pero en este jardín rural misionero sí.
–Cuando sale la ley en el 2006 nos dimos cuenta de que los contenidos había que darlos. No había que debatir más, sino aplicarlos –subraya Liliana Mabel Pereira, docente en las salas de 3, 4 y 5 años de la escuela 206.
Los lunes no dejaban lugar a dudas. Los contenidos que se sabían el viernes se olvidaban después del fin de semana. Y los alumnos pateaban las planteras para que la tierra roja se dispersara como su furia.
–Trabajamos las emociones para que en vez de patear la plantera empiecen a hablar, y una alumna nos dijo “no sé por qué mi mamá no se separa si mi papá viene borracho todos los días y nosotros nos tenemos que esconder en la casa de la abuela”. O le hablábamos de los derechos y las niñas nos decían “eso no se cumple, nosotras nos quedamos lavando la ropa y mi papá con mis hermanos se van a jugar al futbol”. Y tenemos como misión saludar a las mamás con un abrazo y mostrarles afecto –dice didáctica contra la violencia Liliana.
No es una materia sin costos.
–También nos bancamos las amenazas de los padres. Tenemos que denunciar cuando corresponde. En algunas escuelas hacen sólo su trabajo –diferencia.
–Los niños cuentan hasta los diez años. Esa es la ventaja que tenemos con los niños. Las madres te llaman y dicen “yo a mi hijo lo educo como quiero”. Yo le digo “sí, señora, pero en la escuela tenemos que cumplir con las leyes”. Por eso la ESI nos vino a dar una mano terrible, porque nosotras lo hacíamos más por instinto. Y ahora yo les digo a las familias que nos tienen que controlar a nosotros a ver si cumplimos con la ESI y todas las escuelas tienen que ser responsables para que se cumpla la ley –da cátedra de derechos Silvia Mabel Velazco–. Aunque hayan llamado para decir “que la señora Silvia se cuide cuando va sola por la picada” después de denunciar a un padre.
“Nos dimos cuenta de que hay que trabajar con las madres, pero con los padres es más difícil”, dice Silvia. Y trabajar no es una palabra abstracta. Margarita Ramos es una mamá y también vino a contar su experiencia. “Yo me sentía muy sola y un día me descontrolé y le conté a la maestra. Y como me prestaron oído aprendí que en la escuela te pueden ayudar”, valoriza. El 3 de junio fue un antes y un después. La marcha no fue sólo en la escuela. Los propios chicos hicieron una marcha por toda la escuela. “El día de Ni una Menos dieron un curso en la escuela y el nene le dijo “papi, tenemos que hablar, vos te podés separar, pero no podés tratar mal a las mujeres”.
Miriam González es otra mamá, víctima de violencia de género, que llegó a la escuela el día de “Ni una menos”. “En otras escuelas no existe la ayuda y es importante para las mamás y para los niños que tienen que entender que la violencia está mal.”
Patricia Liacoplo es la directora de la escuela provincial Nº 10 “Manuel Belgrano” de Río Grande, Tierra del Fuego, con 560 alumnos a su cargo, con aulas espejadas para que la idea de escuela abierta se refleje hasta en el aire. Ella valoriza la norma aprobada en el 2006: “La ley nos enmarcó, nos dio herramientas y nos habilitó. Acá hay una ley que habla de ESI y la escuela debe enseñar que las leyes están para cumplirla”, clarifica. No sólo cumple con la ley –que es lo que debería pasar, pero no pasa en todos las escuelas del país–, además avanzó sobre esa firma que, en las escuelas públicas porteñas, sólo dice “padre, tutor y/o encargado” (¿Y las madres?). Pero ahorro conceptos y sumo diversidades con una sola palabra: familia. Patricia también es capaz de una autocrítica: “Con lo que no avanzamos es con la formación. Seguimos diferenciando entre nenas y varones. Con ese tema nos falta un poquito más. Igual que con los baños. ¿Por qué están separados entre nenas y varones?”, se pregunta en un libro que no cerró la historia de los cambios posibles. Pero en el que son alumnos, a partir de abril del 2013, los dos hijos del primer matrimonio igualitario de dos papás que adoptaron en la Argentina. El desafío de la escuela no fue sólo cambiar el lenguaje sino alfabetizarlos. Uno de los chicos egresa, este año, de una escuela sin revoques, fuerte para frenar la violencia y transparente para que entren todos los diversos amores.
Más información:
Programa Nacional de Educación Sexual Integral
Tel.: 011-4129-1227
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