EL MEGáFONO
Por Charo Márquez *
Que vivimos en el reino del revés lo sabemos desde que María Elena Walsh nos lo cantó hace décadas. Pero ya es ridículo. Todo el día nos bombardean con imágenes de mujeres hipertetonas, exuberantes, con una ropa interior negra o súper colorida que calza perfecto (que seguro es incomodísima, pero, a los fines de la foto, funciona).
Pero, ¿dónde está esa ropa? Yo uso 36-D (que es la medida estadounidense y europea para medir por un lado el contorno y, por otro, la taza), lo cual ya es mucho decir, porque es el equivalente a un talle 100. Tengo poca espalda y tetas grandes. Que pesan. Que necesitan ser contenidas por telas resistentes, buenos breteles y una estructura de aros y ballenitas y broches que permita que no me encorve cual Jorobado de Notre Dame.
Desde los 14 años que doy vueltas por lencerías. He recorrido todos los lugares imaginables donde venden corpiños (el sueño del conjunto combinado lo abandoné hace años), tienditas de diseño de Palermo, casas tradicionales de Belgrano, sucuchitos de Once, supermercados. Encontrar talles diferenciados es muy difícil. Y los comunes no me quedan. Sencillamente me bailan de contorno y me quedan mínimos de taza.
Hace unos años caí bajo el manto de Maidenform. Son caros. Son feos. Son de vieja. Vienen en negro, blanco o avellana. Pero me sostienen. Cada vez que me quedo en corpiño ante alguien que me gusta, por primera vez, estoy al borde del llanto de la vergüenza que me da mi ropa interior. Que es cada vez más grande, cada vez más cara y casi imposible de conseguir porque la fábrica cerró. Ahora sólo se consiguen Perlea. Que son más lindos, es cierto. Pero son importados y sólo traen hasta cierto talle. Y los breteles no son lo suficientemente firmes ni anchos. Porque la Ley de Talles, bien gracias.
Nunca pude usar esas musculosas con breteles finitos y de colores que las adolescentes usan a propósito para mostrar su ropa interior y sus escotes turgentes y prominentes. O, mejor dicho, las usaba, porque tenía las tetas que se suponía que tenía que tener, pero me quedaban espantosas esas remeritas que en la convertibilidad salían once pesos en Zara. Y la verdad es que más que gustarles a lxs chicxs que me gustaban, causaba una imagen desalineada.
No entiendo qué cuerpo quieren que tengamos. Si somos chatas, nos faltan tetas y tenemos que usar corpiños hiperarmados con almohaditas siliconadas para crearnos tetas. Si somos tetonas, tenemos que usar corpiños carísimos y reductores para poder comprarnos remeras que, de todas maneras, no vamos a poder usar porque no están pensadas para nuestros cuerpos.
¿Dónde se compran ropa las modelos de Playboy? ¿Hay un universo paralelo en el cual medir 1,70 m, pesar 63 kilos, tener 100-68-100 y una puede conseguir ropa? ¿No se supone que ésas son casi las proporciones que tengo que tener? ¿Estamos dementes? ¿Qué pretenden de nosotras?
* Feminista y activista de 100% Diversidad y Derechos.
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