Vie 14.08.2015
las12

RESCATES

La escritora multicolor

Hilda Mundy 1912-1982

Se llamaba Laura Villanueva Rocabado, pero nadie recuerda ese nombre cuando piensa en ella. Nació en Oruro y fue la Guerra del Chaco la que le dictó las primeras crónicas políticamente incorrectas (“episodios en las estaciones de partida de la tropa”) que publicó en los diarios de su ciudad. En las batallas de papel Laura fue Jeanette, María D’Aguileff, Madame Adriane y la definitiva Hilda Mundy, seudónimo hecho nombre que tragó el olvido como antes se había tragado a Laura. ¿Quién fue Hilda Mundy, la primera escritora boliviana que se inscribe conscientemente en las vanguardias y especialmente en el ultraísmo? Se repite más de lo que se sabe. Años de omisión alternan con explicaciones de ausencia. La primera de las apostillas revela que la periodista y escritora publicó sólo un libro, la segunda, que el matrimonio siempre oscurece (dicen que Hilda se dedicó a compilar los textos de su marido, el poeta Antonio Avila Jiménez). Las teorías siguen –la olvidó la crítica, la Guerra del Chaco mutiló otras lecturas, ella delegó sus deseos, distracciones cotidianas de las emociones, en los versos de su hija (también poeta)– y los años pasan. Entre justificaciones y culpas aparece la vieja edición de Pirotecnia, el libro que Hilda publicó en 1936, un ensayo miedoso de la literatura ultraísta en el que ofrece –ella florea esa palabra– un atentado a la lógica que “no tiene lugar ni filiación en el campo bibliográfico. Porque prescinde de la verosimilitud y linda con el absurdo. Alguien me dijo: su libro será un fracaso que hará reír. Y hallé júbilo en la predestinación: al imaginar a tres docenas de lectores riendo en las páginas de mi fracaso”.

Mientras hablaba de la risa, sus palabras obraban sobre el vacío que las representaciones destinaban a la mujer, al arte y a la ciudad. Lo que Hilda nombraba cambiaba de forma en cuanto ella lo elegía. De inmediato aquel objeto era violentamente otra cosa, un segmento capaz de destruir el sentido instaurado. Su pirotecnia bracea en lo fatuo, es “una pavesa, estos pequeños opúsculos, dispersos, rápidos, ‘policoloros’ representan: NADA. (Propiedad fatua de la pirotecnia)”, escribe la orureña haciendo desaparecer la apariencia en un acto propio de conciencia crítica, “mi crítica es un ser vivo, como un cáncer”. Después, dos silencios. El silencio como hipótesis en la escritura, acción consciente de la desconfianza por la palabra escrita, y el silencio poético y mudo cuando las palabras tienen tapa y fecha de impresión: “El quijotismo de escribir un libro está consumado”, le avisó a la curiosidad ajena antes del último centelleo artificial. El proyecto Mundy dotado de puntos suspensivos, paréntesis, guiones, entrecomillados y cursivas, dibujo propio de su vanguardia, despliega saberes afiebrados y crueldades que el mundillo de su época no supo descifrar. Millonaria de poros ultraístas, Hilda se quedó sola.

La defendieron tardíamente algunas mujeres –anarquistas que saborearon sus columnas “Brandy Cocktail” escuchando esa moderna voz irónica sin metáforas románticamente machistas guardadas en el dobladillo–. Lo que la biografía no cuenta lo cuentan los silencios de los que hizo gala y si los silencios no alcanzan con un título como el que le puso a su libro y a rienda suelta de que fue ultraísta qué no imaginar que no sea cierto.

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