Que un osito/ta de peluche, que el mango de un cepillo favorito (¿o será al revés?), que el taco del zapato que se hunde y aflora, se lame y se adora. Ya saben ustedes, mis queridas, mis estimados, mis leales amiguitas/tos/tes, los objetos inanimados son fuente de múltiples satisfacciones, sobre todo cuando una aprende a nombrarlos/as y a convertirlas/os en inseparables compañeras/es de aventures/as. Pero, a pesar de su aspecto inofensivo, no debe Ud. mi (todo lo que dije antes) descuidar los siguientes aspectos:

1. ¡Ojo con las superficies peludas!: Aptas para frotárselas por todo tipo de partes, sean éstas pudendas o pudientes, las pieles que no son de otro/a suelen apolillarse, cuando no acumular sustancias que usted no querrá ver la próxima vez que eche mano de su compañía. ¡Airéelas! o recurra a la tintorería, ya sabe, viajando se conoce gente.

2. ¡Ojito con las bolitas!: Sí, ya sé que las recomiendan orientales de distintos orígenes para alegrar interiores ya laxos de siempre el mismo formato. Pero para eso hay objetos especialmente diseñados con piolines ad hoc lo suficientemente largos como para no perderse en lontananza. Cuídese y si no, tenga el argumento preparado para explicarle al cirujano.

3. ¡Ojazo con los bichos!: Recuerde que pichichos y gatitos, anche loros axolotes o otras bestias bien pueden llenarla/o de locas caricias en un momento de arrebato. Pero ellos también se mal acostumbran y después no hay modo de explicarles que para todo hay momento y lugar. Conténgase, es preferible dejar algo en el terreno de la imaginación y no tener que donar su mascota para shows de strippers.

4. ¡Cuatro ojos con la estatuita!: Que las hay, las hay. Se han visto vibradores con cara de esquimal, orejas de conejo, patas de araña y hasta cola de escorpión para articular según la dirección que desee, pero ¿es necesario además manotear la virgencita de la abuela? Vamos, no sea ansioso/a, deje las imágenes sacras para arriba del sacro y libérese de incómodos pellizcos de mantos y rosarios.