INUTILíSIMO
En tertulias, reuniones y hasta en lugares públicos suele haber siempre alguna mujer que, quién sabe por qué, parece recrearse mostrando desenfado. Cuando está sentada, por ejemplo, cruza las piernas ostentosamente y, con las faldas bastante por encima de las rodillas, fuma cigarrillo tras cigarrillo, bebe coñac, whisky o ginebra como si se tratase de agua, exhibe un vocabulario no demasiado correcto, cuenta chistes picarescos.” Así comienza el artículo titulado “Contradicciones de la mujer moderna”, publicado en la sección Psicología de la revista Femirama de marzo de 1965. Por cierto, a veces las apariencias engañan, se nos tranquiliza, y esa mujer que alardea de conquistas amorosas y hace gestos provocativos, no es más que pura espuma porque íntimamente no se siente identificada con ese estilo escandaloso.
Sucede que muchas de estas mujeres que cuando hacen vida social dan la impresión de llevarse el mundo por delante, sostiene Femirama, en realidad están exagerando la nota en su pretendido desenfado, que “no es el resultado de la emancipación femenina. Al contrario, esas actitudes ocultan un no vencido complejo de inferioridad, un escudo tras el cual se tapan inseguridades, una patética tentativa de imitar a los hombres adoptando aquellas posturas que equivocadamente se consideran más libres”.
Como si no les bastaran los nuevos derechos adquiridos por las mujeres, estas desprejuiciadas tienden a multiplicarse. Se olvidan de que en épocas pasadas, “la mujer vivía tranquila en su casa, acosada únicamente por los problemas domésticos y familiares, sin tener que atender cuestiones laborales, sin inquietudes culturales ni grandes ideales patrióticos o políticos”. Porque en aquel entonces era el hombre quien mantenía los contactos importantes con la sociedad, mientras que la mujer permanecía en el hogar, “sometida pero protegida”. Todo ha cambiado, por supuesto, y en nuestros días, la mujer debe luchar, trabajar, competir con el hombre incluso en campos donde no se siente segura: “comprueba que ciertas tareas presentan serias dificultades, le parece que sobrepasan sus posibilidades y se siente débil. Pero no quiere manifestarlo, se resiste a darle tal satisfacción al hombre”. Y entonces ¿qué hace? Finge ser atrevida, desenvuelta, imita a George Sand y quiere exhibir una fortaleza que está lejos de poseer. “Las mujeres que aparentan tanto descaro son casi siempre débiles”, dictamina Femirama. “Muy a menudo, una palabra o una canción son suficientes para quebrar ese supuesto blindaje. Más aun, cuando se casan, se tornan por lo general dulces y sumisas esposas.” En cambio, las auténticamente fuertes no necesitan probar nada: se muestran serenas, conscientes de sus fuerzas y su capacidad. “Hoy ostentar una rebeldía innecesaria no encierra ningún heroísmo”, redondea este aleccionador artículo sobre nuestras contradicciones. “En las grandes ciudades modernas, semejante conducta, más que testimoniar una actitud intelectual, es en el fondo un anacronismo que sólo impresiona a personas de criterio inmaduro.”
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