Se la puede percibir cada noche en la pantalla chica desde que –con una muerte a la altura de la gran dama liberal, solidaria y generosa que supo ser– Amanda Jáuregui abandonó el pueblo de La Cruz con toda su complejidad a cuestas y nos dejó, pobres televidentas, huérfanas de un personaje femenino movido por el deseo soberano y bendecido por el poder que había sabido conseguir solita y sola. Amanda, como sabrán las iniciadas en Padre Coraje, reinó y paladeó cada segundo de ese poder sin necesidad de plegarse a modelos masculinos ni de excusarse por ejercerlo a placer.