Como base argumental, resulta ser un pretexto de lo más productivo. Puede esgrimirse, por ejemplo, a la hora de afirmar que se lo ha escatimado para desnudar palabras con intenciones aviesas (para un curso acelerado, no hay más que consultar con funcionarios culturales), pero también tiene usos bastante menos simpáticos y definitivamente más nefastos gracias a su peligrosa cercanía con el sentido común. El señor femicida Ricardo Barreda dijo al Tribunal de Casación bonaerense esta misma semana, en ocasión del pedido de revisión de su condena a cadena perpetua, que estaba arrepentido, pero que “de haber sido escuchado (por su familia) no hubieran sucedido” los asesinatos de su esposa, su suegra y sus dos hijas. A lo cual, en una impecable justificación de por qué la condena por cuatro asesinatos al hilo merece una pena menor a la sentenciada (reclusión perpetua), agregó: a la hora de penar a su cliente, la Justicia argentina hizo caso omiso del contexto, pero “la situación contextual fue extraordinaria y debe tenerse en cuenta” porque ellas, por ejemplo, le decían “conchita”.