Vie 26.06.2015
las12

EL MEGáFONO

La justicia patriarcal

› Por Patricia Sanmamed *

El caso de Daiana Fernández es un claro ejemplo de violencia institucional. Ella mantuvo un noviazgo de dos años con un muchacho golpeador con quien atravesó todas las fases del ciclo. No pudo cortar el vínculo porque la virulencia de los ataques recrudecía cada vez que lo intentaba. El miedo y la creencia en el amor romántico que redime hacían el resto hasta que todo se desmadró: en octubre de 2011, y dentro de la cocina de su propia casa, Daiana le asestó un único puntazo que resultó mortal, en un intento de repeler la enésima golpiza que ya su alma advertía como inminente. “Esta vez te mato, puta, no te vas a salvar”, había amenazado él, y esa vez no fue la única pero sí la última.

En juicio oral, el 29 de mayo de 2013 el Tribunal Número 3 de Lomas de Zamora la condenó a tres años y seis meses de prisión como autora penalmente responsable del delito de homicidio preterintencional, sin dolo homicida. Este fallo, considerado por la defensa como un logro dado el sesgo harto patriarcal del Poder Judicial, fue apelado por el fiscal de juicio, Sebastián Scalera, quien empeñado en obtener una condena de diez años impulsó un recurso de apelación. La objeción prosperó: el 11 de febrero de 2014 la Sala IV del Tribunal de Casación Penal de la Provincia de Buenos Aires, integrada por los jueces Mario Kohan y Carlos Natiello, dictó una sentencia por homicidio simple y una condena a ocho años de prisión.

Con Daiana ya en su hogar –en libertad condicional de su primera condena– y esperando a su primer hijo, la única alternativa para evitar el encarcelamiento fue acudir ante la Suprema Corte de Justicia de la provincia. Allí, el recurso extraordinario de inaplicabilidad de ley planteado aún no tiene sentencia, pero sí dictamen desfavorable del subprocurador general, Juan Angel de Oliveira, quien con una lectura misógina –amén de técnicamente pobre– mantiene los argumentos de Casación. “Si no lo hubiese querido matar hubiese usado otra cosa que no fuese un cuchillo”, sostiene, sin importar que ella estaba picando hielo, sin importar que él se introdujo en su cocina, sin importar que ella aún llevaba en su cuerpo las lesiones del último ataque dibujando en sus brazos dos hematomas de diez centímetros, sin importar la asimetría entre los cuerpos y las fuerzas de ambos, sin importar que él portaba armas, sin importar que la había amenazado de muerte varias veces, sin importar que la había golpeado en público y dentro de su misma casa, sin importar que la obligó a renunciar a su trabajo por celos, en fin, sin importar ella y su vía crucis.

No existe ese historial de violencia. Fue borrado de un plumazo por la lectura patriarcal de la Justicia. La suerte de Daiana, y también la de su bebé, están en manos de los señores jueces de la Suprema Corte bonaerense.

* Abogada defensora de Daiana Fernández.

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