Vie 23.02.2007
las12

VIDA DE PERRAS

Ser, parecer, decir

› Por Soledad Vallejos

Era 1985, terminaba octubre, empezaba noviembre y Canal 13 empezaba a emitir en su horario central de la noche (de 20 a 24, lo que iba del noticiero a lo más parecido a la trasnoche de entonces) 9 segundos que se convirtieron en un escándalo por todos lados. A cuento de vender la novedosísima piña colada, una modelo recostada sobre una cama mostraba a la cámara un ojo más que morado, moradísimo, y susurraba “dame otra piña”, como quien pedía la ansiada prueba de amor. Un par de días después, los grupos feministas (que entonces tenían otra presencia, otro eco, otra audiencia; de acuerdo, era otro momento histórico) empezaron a hacerse escuchar y a enfilar hacia una solicitada que decía cosas como: “Los hombres y mujeres argentinos sabemos que los golpes ni nos divierten ni nos traen buenos recuerdos”, “Elegimos no consumir un producto que propone un mensaje perverso y envilecedor”. No pedían que el comercial fuera sacado de circulación, sino “que se modifique su contenido”.

Mientras el revuelo crecía, el suplemento “La Mujer”, del diario Tiempo argentino, daba cuenta de los pasos de la reacción, la contrarreacción y demases. Pedida su firma para la solicitada, escribió María Moreno, “muchos bienpensantes dijeron que no adherían (...) por tratarse de una pavada y de una falta de humor”, que otros “plantearon que pretender avanzar hacia una ley antisexista era hacerle el juego a la censura. ¿Desde cuándo la censura que discrimina a las mujeres, especifica su opresión y legisla sobre la sexualidad necesita el apoyo de estas minorías, cuando cuenta con un poder efectivo?”. Y seguía: “nuevos bienpensantes nos plantearon el porqué empezábamos a quejarnos tan tarde. ¿Acaso no nos gustaba Amo y señor (N de R: por si alguien no recuerda, no sabe, no contesta, la telenovela en la que Arnaldo André estaba dele pegar cachetazos a Luisa Kuliok)? Pregunta: ¿es que nos hemos vuelto tan burócratas que para iniciar una protesta es necesario tener un certificado de autenticidad?”. Y un poco más adelante, también planteaba: “el mensaje de ‘dame otra piña’ presupone una complicidad de la víctima o su placer, es decir, no hay víctima. Este mecanismo reflexivo es el mismo que da pie a la teoría de las ‘dos violencias’, del ‘por algo habrá sido’, la teoría que supone en cada mujer violada una seductora castigada. Pregunta para ‘progre’: ¿en qué ghetto de tu pensamiento está refugiada tu parte siniestra? ¿O es que ser ‘un poquito’ reaccionario en la esfera privada –digamos la alcoba– funciona como vacuna para no serlo en la esfera pública?”.

En defensa de tan notable pieza publicitaria, sus responsables creativos, Jorge Schussheim y Fernando Braga Menéndez, salieron al toro con comunicados, entrevistas, declaraciones. A ver, ¿qué pueden haber dicho? Pues por empezar que no esperaban tamaño barullo, pero que bueno, “esta lanza pudo haberla tomado cualquier grupo fanático (esta vez, como se dice en política, el rol lo tomaron las feministas) con una moral rígida y deseoso de eliminar todo lo que no les gustaba” (la declaración era de Schussheim). Por si no quedaba claro, agregaron: el problema eran las feministas, esas encabritadas que reaccionaban “en forma fanática” porque no tenían sentido del humor (ése había sido Braga Menéndez). Alegaron que el ojo morado era claramente un “ojo exageradamente pintado con un corcho quemado” (en una de ésas, buscaban asociar la hazaña a los disfraces de mazamorrera tan caros al imaginario escolar); que si alguien había pensado que con lo avanzado que andaba el maquillaje artístico no hubieran podido recurrir a técnicas con efectos más verosímiles, che. Y terminaban: “se trata de un chiste y tiene tres niveles de lectura: de piña colada, de trompada aclarada con corcho quemado y piña como metáfora de una situación amorosa”.

No sé a ustedes, pero a mí, si me lo tienen que explicar, no hay chiste que me haga gracia. Y otra vez: no sé ustedes, pero yo, que de la infancia a veces me acuerdo poco, todavía hoy me acuerdo no del debate (que de ese asunto estaba lejos), sino de la publicidad. Quiero decir que era un poco mucho, que una no entendía demasiado pero algo le molestaba, le provocaba un ruidito, un escozor, un no sé qué. Y no puedo dejar de acordarme desde que el otro día, como quien no quiere la cosa, fui a dar con un kiosco de revistas y la tapa de la última Paparazzi, vale decir, la imagen que pueden ver en esta misma página. Un resumen breve de la situación: la chica que tan en bikini se dejó maquillar para aparentar todo tipo de magulladuras estaba en la casa de Gran Hermano hasta que sus compañeritas y compañeritos de encierro la nominaron porque no contaba su vida, no compartía esas cosas que a todos ellos les sirven para crecer en su experiencia tan intensa, y no les explicaba cómo era que no le gustaba o no le interesaba eso del sexo (ni con el opuesto ni con el propio ni nada). Resultó que el público la expulsó, y también que el discurso posterior sobre el asunto la sindicaba –además de como un bicho raro– como una incomprendida (porque nadie es profeta en su programa), una víctima (de sus compañeros): una chica maltratada, en suma. Y como la metáfora es poderosa y tiene caminos misteriosos, nos llega esa idea, ese maquillaje, esta foto que vemos. El mapa no es el territorio, las huellas no son la acción: lo preocupante es la idea que ronda. Cuando sea expulsado alguno de los “hermanitos” (por si no lo vieron, los de GH creen que la cosa viene de hermano mayor y hermanitos y hermanitas, como que todo queda en familia) más sospechados de impericia cerebral, ¿irán a fotografiarlo maquillado como una persona con capacidades diferentes? Sospecho que no, que alguien en algún lado aunque sea dirá que mejor no, porque alguien en otro lado va a saltar, se va a armar la de San Quintín, etc, etc.

¿Es esto falta, sentido del humor? Concedo, una no siempre anda con la carcajada fácil por ahí. ¿Fanatismo fundado en la moral? Puede ser; el día que como tapa chistosa de alguna publicación aparezca, no sé, un negro musculoso con gesto sensual haciendo como que lo apalea uno del KKK, un niño o una niña en situación vulnerable frente a alguien a punto de abusar de su poder, ese día, lo vemos. ¿Alguien obligó a esa chica a hacer esa foto? Quizá no, pero tampoco es la cuestión. El asunto, en realidad, tiene más que ver con la responsabilidad y las correcciones políticas que no dejan ver el árbol de bosques discriminadores porque nos topamos con el bosque. Una cosa es provocar, encontrar un buen eje argumentativo (así sea visual) y explotarlo. Otra es hacer ese chiste público, naturalizando con la supuesta parodia un tipo de violencia (que es, sin duda, un abuso de poder), y hacerlo circular por ahí livianamente. Aunque quizá lo más preocupante es que nadie se haya quejado. En todo caso, para vender una revista y asegurar el rating de un reality show, ¿hacía falta hacer un guiño al cuerpo violentado en el cuerpo de una chica ofrecida (a la tele, a la audiencia, al estrellato fugaz) en términos de erotismo?

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