URBANIDADES
No más culpas
› Por Marta Dillon
¿Es una marca para toda la vida el aborto? ¿Es una situación traumática que se arrastra como se arrastran otras y que duelen en la memoria como una herida? ¿Sería distinto si el acceso y la información sobre todas las herramientas anticonceptivas fueran un hecho para todas las mujeres con una vida sexual –heterosexual– activa y sólo se llegara a la situación del aborto porque el método falló o tuvimos un accidente del que nadie está exenta? El mismo día que estas preguntas se plantearon en un encuentro entre cuatro periodistas –Marta Vasallo, Luciana Peker, Marcela Pacheco y quien esto escribe– llegó a nuestra redacción la carta de una lectora que contaba cuánto le había dolido un primer aborto en la adolescencia, muerta de miedo por la situación de clandestinidad, por la imposibilidad de hablar con su familia, las dificultades para juntar el dinero necesario, la espera en un consultorio oscuro que no parecía un consultorio porque, justamente, nadie debía notar lo que allí sucedía a pesar de la decena de chicas con su angustia a cuestas que esperaban número en mano. Y qué distinto había sido cuando veinte años después, viviendo en Suiza, tuvo que recurrir a la misma práctica, sólo que esta vez aconsejada por su médico, con la batería de exámenes necesarios para prever cualquier inconveniente, con la tranquilidad que da poder decir en el trabajo que se va a faltar un día sin que haya miradas de soslayo, sin que nadie se anime a calificarla de asesina ni intente convencerla de lo bueno que es tenerlo y darlo en adopción, discurso muy extendido entre los y las fundamentalistas. Claro que si eso sucede, si a alguna madre se le ocurre dar en adopción el hijo o hija que no deseaba, las miradas serán igual de torcidas, los calificativos tanto o más agresivos, la culpabilización lista para imprimirse en el cuerpo de la osada que no quiere o no puede o prefiere esperar para ser madre, que, como sabemos, es mucho más que parir. Reclamar el derecho a un aborto seguro y gratuito es reclamar el derecho que tenemos las mujeres a decidir sobre nuestros cuerpos y nuestra vida. Es una herramienta, la menos deseada sin duda, para que nuestros proyectos y nuestras fantasías se parezcan lo más posible a la huella que vamos transitando, con más o menos dificultades, con más o menos desvíos. Para cada mujer, para cada adolescente, la situación del aborto es distinta, pero no es necesario seguir repitiendo el lugar común del dolor más profundo ni la marca indeleble, porque esa marca está directamente relacionada a la culpa que se impone como una sombra, a esa acusación de estar cometiendo un asesinato, a esa necesidad de ocultarnos y hablar en voz baja para que los demás no vean, no señalen, no denuncien. Reclamamos el derecho al aborto como el derecho a decidir y, en definitiva, el derecho a ser libres y proyectarnos al futuro en una línea que ojalá se parezca lo más posible a nuestros sueños.