Vie 14.04.2006
las12

URBANIDADES

ku litoke zaka yama

› Por Marta Dillon

Vamos, digamos la verdad, quién podría decir sin que se le mueva un pelo, sin que tiemblen trémulas las comisuras de los labios que nunca ha hecho lo que la preceptora de Bariloche alguna vez en la vida. Está bien, la parte de las fotos no, pero la otra, la de las relaciones carnales en el lugar de trabajo... ¿no? En una breve consulta realizada en los diez metros a la redonda que, valga la redundancia, me rodean todo el mundo tiene algo que relatar: que el baño mientras el jefe golpea, que el escritorio del jefe, que el propio (escritorio, jefe también, pero no quisiera que en estos diez metros de los que hablo se empezaran a mirar unas/os a otros/as con desconfianza). Y si el centro del círculo se traslada, las anécdotas cambian poco: que el último asiento del colectivo, la butaca del cine, el baño del cine, el del avión, el laboratorio, el depósito y así podríamos llegar a revisar los ciento un oficios porteños y por qué no, argentinos. A sabiendas de no ser la única en el país, la blonda de las nalgas firmes (ni que fuera travesti, che, ¿cuántos años tiene esa chica?) intentó poner la nuca (¡otra vez!) frente al gran público para explicar, que bueno, había sido un traspié, algo que puede pasarle a cualquiera, que en definitiva no había nadie en la escuela salvo ella y su señor novio (que también merece una mención por la constancia en el gimnasio). Pero claro, eso a nadie le interesaba, eso, según Chiche Gelblung “es parte de la vida privada de las personas”. Lo que interesaba, lo que el periodista estrella de vida cotidiana quería saber era “si lo seguían haciendo”, que eso de ninguna manera forma parte de la vida privada de las personas. Vaya a saber quién asesoró a la fogosa pareja para que se muestre de espaldas durante buena parte del día y se exponga a preguntas que parecían dar cuenta de un escape masivo luego de abierta la jaula de voyeurs (“¿ésta era una fantasía para usted?” “¿le daba algún aliciente hacerlo en su lugar de trabajo?” “¿era un estímulo?”, insistía, sagaz, Jorge Jacobson). Lo cierto es que apenas les dejaron meter un bocadillo (es cierto, no es una metáfora feliz) y hasta hubo quien le quiso hincar el diente al muchacho (en el “herrrrmossso” de González Oro por Radio Diez parecía aparecer el colmillo). Y bueno, no todo es talleres clandestinos, inundaciones en Tartagal o elecciones internacionales en la semana noticiosa, si no la vida sería un bajón, gorda. Además, la chica de la nuca enhiesta no hace más que cumplir con lo que se espera de las mujeres, siempre y cuando nos dejemos guiar por las revistas de mujeres: si es por Para Ti, que nos regala dietas y recetas infalibles anticelulitis, no hay nada que reprocharle. Si es por Cosmopolitan, el súmmum de la mujer deshinibida y moderna, tampoco. La chica cumplió con el mandato de ser “sexy” en el lugar de trabajo, de ser “creativa en el sexo”, de estar innovando siempre con tus “parejas sexuales”. En serio, la última vez que tuve en mis manos una revista de esas –en una pizzería donde la prestaban sin cargo– conté las tres primeras letras de la palabra sexo ¡siete veces! en la tapa, en sus no tan múltiples acepciones (sexy, sexual, sexóloga, etc.) Y bue, si vamos a Utilísima, ahí me parece que la pifia, pero eso está pasado de moda. ¿Y qué diría este digno suplemento si tuviera que susurrar al oído de la preceptora algún consejo de su propia cosecha? En principio, que se compre una cámara digital, hay unas bastante económicas que se venden en cuotas. En segundo lugar, que no atienda a la prensa, porque, como dice Crónica, el tiro bien puede salirle por la culata. Y en tercer lugar, que se prive de llamarse feminista porque si no, como dice Laura Oliva –en el programa RSM que conduce Mariana Fabbiani– creerán que está resentida con los hombres y eso se ve que no es real, mucho menos justo. ¡Pobre Laura! Tanto juntarse con mujeres y lo único que aprendió es a no arrugarse ¿no será mucho, nena, a esta altura del siglo decir sin dudar que feminismo es resentimiento contra ellos? En fin, no hay por qué declararse feminista, pero queda bien, al menos de vez en cuando, ocultar la ignorancia.

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